La carretera de entrada al pueblo de Tzintzuntzan, antigua capital del imperio purépecha, en Michoacán, atraviesa el cementerio; esta es una forma de indicar que las puertas están abiertas al regreso de las ánimas durante esta su noche, la Noche de Muertos.
La noche empieza a caer en la región lacustre de Michoacán y la creencia de los purépechas es que el reflejo del cielo sobre el Lago de Pátzcuaro representa el primer umbral por el que han de cruzar las ánimas para llegar al mundo de los vivos y dar paso a la celebración de una de las tradiciones más representativas y antiguas en México.
En esta ocasión la Noche de Muertos llegó con una lluvia persistente, pero eso no ahuyentó el anhelo de reencontrarse con los seres queridos que dejaron este plano, ni tampoco a miles de turistas que hicieron largas filas de autos para conocer y compartir el significado de las ofrendas.
El panteón de Tzintzuntzan apenas está iluminado con la luz de algunas veladoras que resisten a la llovizna. Esa luz es la guía que el difunto debe distinguir para llegar con los suyos.
Las ánimas llegaron empapadas, distinguen su foto, disfrutan algún pan de muertos, la fruta, un ponche calientito y los platillos que sus familiares prepararon para su regreso, beben tequila y se pasean entre los vivos y ellos sienten su presencia.
La celebración va y viene entre el culto a la muerte, el acto de amor por recordar a los difuntos a pesar de las inclemencias del tiempo.