El reciente rescate ordenado por el presidente de la República del derrocado presidente boliviano, el indígena aymara Evo Morales Ayma, ha sido la ocasión perfecta para constatar la mezquindad de algunas personas en México y su bajeza moral, pero también nos pone de manifiesto, una vez más, el grave problema de racismo y discriminación que tenemos en México.
El problema no es nuevo, pero vale preguntarnos con la mayor seriedad posible: pese al cúmulo de evidencias disponibles, ¿por qué nos negamos a asumirnos racistas? ello tiene que ver, desde luego, con la idea del mestizaje y con la manera en que México se construyó como Estado-nación desde mediados del siglo XIX.
Entre nosotros, dada la enorme influencia de los medios masivos y el cine en nuestra cultura, el racismo nos remite a películas como Mississippi Burning (Mississippi en llamas), al ominoso apartheid en Sudáfrica, o bien al genocidio nazi, pero poco queremos reparar en nuestro trato histórico hacia los indígenas y afro mexicanos, o recientemente, hacia los migrantes centroamericanos o en general, a las personas de tez más morena.
Pero el asunto racista viene de lejos, si nos remitimos, por ejemplo, a la sociedad de castas instituida por la potencia colonial en Nueva España desde 1521, donde al hijo o hija de español con indio se le llamó “mestizo”. Veamos otros ejemplos notables: castizo (español/español), mestizo casto (mestizo/español), mulato (español/negro), albino (español/morisco), tornatrás (español/albino), tente en el aire (indio/lobo tornatrás), morisco (español/mulato). ¿Con que propósito se hacía esta rancia clasificación? Dicho de modo simple: marcar una ruta posible para poder ser “más” blanco algún día.
Veamos por ejemplo las consideraciones que hacía sobre los chinos el polémico José Vasconcelos (inventor de la famosa idea de la “raza cósmica” y creador del lema de la UNAM: “Por mi raza hablará el espíritu”) en el no tan lejano 1925:
“Reconocemos que no es justo que los pueblos como el chino, que bajo el santo consejo de la moral confuciana se multiplican como los ratones, vengan a degradar la condición humana justamente en los instantes en que comenzamos a comprender que la inteligencia sirve para refrenar y regular bajos instintos zoológicos”.
Según la antropóloga Eugenia Iturriaga, la historia oficial desmiente también que hayamos sido un país de puertas abiertas, como se pretende decir a veces, pues en distintos momentos de los siglos XIX y XX, se prohibió terminantemente, y aun se persiguió furiosamente a los emigrantes rusos y polacos (1919); a los chinos en 1921 y poco después a africanos, árabes y gitanos; llegando a impedirse en 1934 y después, el arribo de los judíos perseguidos. Incluso hubo rechazo en ciertos sectores a los refugiados españoles acogidos por el general Cárdenas, pues se les tildaba de “rojos” y peligrosos. Cosa de diferentes colores, según se ve.
Luego, ya entrados al primer cuarto del siglo XXI, persiste entonces la pregunta: ¿por qué somos racistas, si en general los mexicanos venimos al menos de la mezcla de tres o más sangres, a saber: indígena u originaria, española (con sus muchos siglos de mezcla constante) y negra?
Tuvo que venir en 1994 el EZLN con su ya famosa frase “nunca más un México sin nosotros” para despertar nuestro asumido y cómodo o incómodo (según a quién le preguntes), racismo secular y cuestionarlo abiertamente. Porque ciertamente que la rebelión zapatista ha evidenciado esta discriminación histórica hacia los pueblos originarios y afrodescendientes, lo cual es un gran avance, pero persiste esa acusada negación del racismo nuestro de cada día, al cual estamos tan acostumbrados que ya nos parece casi natural. Pero terca que es la realidad, no deja lugar a dudas: son los pueblos indígenas los más marginados y los más pobres entre las minorías mexicanas, según diversos indicadores del Inegi.
Y cita al añorado Eduardo Galeano nuestra antropóloga de marras: “El racismo se justifica, como el machismo, por la herencia genética: los pobres no están jodidos por culpa de la historia, sino por obra de la biología. En la sangre llevan su destino y, para peor, los cromosomas de la inferioridad suelen mezclarse con las malas semillas del crimen. Cuando se acerca un pobre de piel oscura el -peligrosímetro- enciende la luz roja y suena la alarma”.
No queda más remedio entonces que trabajar intensamente en la educación de las nuevas generaciones, que tal vez algún día vivan en un México donde no se discrimine a las personas por su apariencia, su procedencia, su lengua originaria o el color de su piel.
P.S. Son libres las y los bolivianos para elegir los libros de cabecera que les plazca, pero el que necesitan para dejar de ser racistas y golpistas y pasar a gobernarse con cordura, se llama constitución, no biblia.