En 2016, la Editorial Drácena reeditó la novela Reencuentro de personajes, de Elena Garro, y en el cintillo de promoción de la edición le colocó la reverenda estupidez de “Esposa de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez, admirada por Borges”. Cuando la comunidad interesada en estas noticias se dio cuenta de tal pifia, brincó en múltiples desplegados y redes sociales por esta grosería, la obra de Elena Garro vale por sí misma, sin necesidad de colocarla como apéndice de los “grandes”, porque ella solita es una “enorme”. Y más: Elena Garro, ella, la mujer, también vale por sí misma, su vida es digna de contarse, sin importar los hombres con los que se relacionó, más allá de la anécdota de quién estuvo a su lado -hombre o mujer o bestia-, tanto se ha hablado de la relación de Garro con Paz, que desligarla del nombre de este último ha servido -tal vez- para que sea leída como merece y deje de ser un mero satélite.
Otro caso parecido es el de Margarita Zavala, la candidata del Partido Acción Nacional por la presidencia de México para la elección del 2018, quien también fue señalada en su momento como la “esposa de Felipe Calderón”, el expresidente. Sin embargo, el sentido del epíteto cambió cuando colocarse el nombre Zavala de Calderón le servía entre sus partidarios conservadores como moneda de cambio por el voto; tremendo lío cuando llegaron otros a exigir que dejaran de colocarle a la candidata Zavala cualquier apellido que no fuera el suyo, pues no necesitaba la figura de nadie para respaldar su candidatura a la presidencia por su partido, el PAN, contrario a quien señalaba que no se podía olvidar el conflicto de intereses que implicaba que Margarita fuera la esposa del expresidente de México.
¿Hasta dónde es bien visto dejar establecida la relación que tenemos con las personas, en nuestro beneficio o denuesto? ¿De quién depende la interpretación? Yo recuerdo las palabras amorosas con que Virginia Stephen declaraba que orgullosa se colocaba el apellido de su marido: Woolf.
Y como cualquier caso amerita su contexto, aunque he planteado ejemplos del binomio mujer-hombre, no hay que hacer a un lado lo que pasa cuando una mujer es el satélite de otra, por ejemplo, su madre.
“CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Rosario Piedra Ibarra, hija de la activista y fundadora del Comité ¡Eureka!, Rosario Ibarra de Piedra, fue electa por el Senado como presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) para los próximos cinco años”. (El subrayado es mío).
Así Proceso dio la noticia sobre la elección del Senado para encabezar la CNDH. Así la dieron casi todos los medios de comunicación. Y yo no pude evitar preguntarme a quién me estaban vendiendo, a Rosario Piedra, o a su madre, Rosario Ibarra de Piedra, que en “una casualidad”, de esas que no suceden en política, pero que sí fue un gran acierto, justo, tardío, del Senado, fue reconocida el 26 de octubre con la Medalla Belisario Domínguez, por su labor como activista y defensora de derechos humanos, incansable, innegable, impagable. Muchos otros festejaron la elección, bajo el argumento básico de que “por fin” llegó una mujer a la CNDH, y no cualquier mujer, sino “la hija de Rosario Ibarra de Piedra”. No encuentro aquí nada más grave que romantizar la feminidad, por el simple hecho de ser mujer festejar algo, esa visión de: no es que tenga logros, no, es que es mujer; y más cuando a esta ecuación le suman la filiación, los logros de otra, para validarla.
Mientras que el currículum de Rosario Piedra es escueto, insuficiente para ocupar el cargo de ombudsperson nacional, antes que un apellido Rosario Piedra se cuelga de otras medallas mucho menos dignas para quedarse con la CNDH: su amistad con el presidente Andrés Manuel López Obrador, su militancia con Morena, su compromiso con el nuevo régimen, con la nueva oficialidad. Si el presidente, en su pelea con las instituciones, había hablado de desaparecer la CNDH, llegó Rosario Piedra para hacerle el caldo gordo y declarar ya que no descarta darle paso a la Defensoría del Pueblo, muy alejada de lo que significa la defensa a los derechos humanos, esos por los que sí ha luchado su madre, una Defensoría muy alejada no sólo en el título de la Institución, sino en la agencia. Rosario Piedra llega a este cargo en medio de un proceso oscuro, denigrante para la figura que representará, la votación en el Senado incurrió en irregularidades que no le dan la mayoría calificada que necesita y muestran la imposición de “la amiga de López Obrador” (¿aquí sí les molesta?) en la titularidad de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Este lunes 11 de noviembre, más de cien organizaciones civiles y víctimas a título personal redactaron una carta dirigida a Rosario Piedra: no tomes posesión de la CNDH “hasta que haya un proceso transparente y sin sombra de dudas”, pues “sólo de ese modo tendrás el respaldo del pueblo”. Así es como esperábamos todos que fuera este gobierno: transparente.
En esta masificación del feminismo, nos hemos encargado de darle su lugar a las personas, su valía, ellas mismas, por sus logros. La escritora Siri Hustvedt ha realizado una incansable defensa de su nombre, ha rechazado todos los comentarios que ligan su obra con la de su marido, con la figura de su marido. Está de más que nos cuelguen medallitas, que nos vuelvan satélites de los otros, con o sin apellidos. A menos que lo necesitemos para fines más perversos.
@negramagallanes