“Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien, sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra, vivir con el alma aferrada, a un dulce recuerdo, que lloro otra vez”. Volver. Carlos Gardel
Volví, después de algunos años, aquí estoy otra vez, en la mítica ciudad del Río de La Plata, tiemblo al escribir de Baires la ciudad de Borges, de Bioy, Cortázar, de Arlt, Sabato, Walsh, de Gelman, Storni, cualquier cosa que escriba no será ni siquiera un balbuceo que pueda ni por asomo acercarse a las maravillas de esta urbe, me bastó un destello de luz para entender una vez más, y definitivamente, que mi amor por Buenos Aires será para siempre. Estoy prendado de una ciudad altanera, delirante, abyecta, llena de pasión, de música, de cultura, me arrebatan sus discusiones, su política, sus modales europeos, su arrabal, sus barrios, sus hechizos ¿habrá algo que no se haya escrito de Buenos Aires?
El golpe de la llegada fue una película secuenciada, un guion detallado con una fotografía exquisita, el sol de verano resplandeciente sobre las Jacarandas me acompañó desde Ezeiza hasta el microcentro porteño, el panorama del viaje fue un flash, un déjà vu, me encontré de pronto, de golpe y porrazo, atónito ¡hasta las manos! Bajé en la esquina del mítico Luna Park -que cambiado esta Buenos Aires pensé- mientras no podría creer que una ciudad como esta pudiera embellecerse más, te pones más guapa y más sexy conforme pasan los años -aunque también esto no a sido gratis, te has vuelto más excluyente, los que te embellecen también te hacen palidecer-. Llegué a la calle Lavalle 477 paralela a la mítica Av. Corrientes, a una cuadra de la peatonal Florida, arterias bulliciosas donde todo el tiempo es un quilombo y que el Obelisco observa desde su estoicidad, siempre tan arrogante, tan autosuficiente, rejuvenezco mil años, sonreí como un idiota, la memoria y el corazón resonaron, la lágrima estuvo a punto de salir, la sonrisa del presente esta vez la detuvo tranquilamente.
Corrientes se muestra exuberante y misteriosa como siempre ha sido, me pierdo -metafóricamente- entre sus cafés de antaño para tomar un cortado y una factura, dejar pasar las horas entre palabras y anécdotas, descubrir tesoros ocultos en la viejas librerías que ponen todo a remate por falta de guita, ahí está expuesta la intelectualidad latinoamericana, me guiñen el Gran Rex y el Teatro Ópera, al atardecer la ciudad se vuelve enigmática, atrapante ¿dónde más podía ver Joker que en el viejo cine arte Lorca?… un golpe en el estómago, difícil reponerse, aún mareado paso de la cruda pantalla a lo vivo de la ciudad y ya no sé quién está con más delirios, más excitado, si Joaquin Phoenix o yo. Me siento un canalla que quiere devorarse esta ciudad.
Camino despacio, casi en un estado letárgico por Plaza de Mayo, ese lugar emblemático de la vida pública Argentina, descanso bajo un higuerón desde donde veo aquel balcón presidencial donde habló Perón, donde saludaba Evita, aquella Casa Rosada bombardeada en el 55, a unos pasos donde se reunían las Madres de Plaza de Mayo buscando con ternura desconsolada a sus hijos, sus nietos desaparecidos, me acerco a la puerta de hierro que atravesó Néstor Kirchner en la plaza que convocó a miles de militantes Cristina Fernández, ahora el lugar tiene rejas que no permiten del todo el libre tránsito, Alberto Fernández prometió quitarlas pronto y regresar a tener un lugar de encuentro, de comunión popular. El Museo Casa Rosada me da un momento único, en el subsuelo de la antigua Aduna ahora convertida en un sitio histórico se exhibe la pieza “Ejercicio Plástico” un mural de Siqueiros, entrar en esa bóveda construida especialmente para contener la obra es una experiencia impactante, me sentí orgulloso del espacio que ocupa en el corazón político y cultural de la Nación.
Buenos Aires son sus barrios ensortijados, la edificación casi mítica de cada uno de ellos, con sus migrantes, sus historias, sus calles y edificios, mi fascinación se incrementa con los años; San Telmo con su afamado gran bazar de antigüedades en pleno domingo, sus artistas, Palermo con sus áreas verdes, su mate, su rosedal, su vida nocturna donde resuenan los nuevos beats y Charly, Spinetta, Paez, Cerati, el diseño, la experimentación, Pompeya con su trajín de cotidianidad, oficinistas y burócratas que abarrotan los cafés y las confiterías con sus facturas, sus alfajores, Almagro y sus calles empedradas, sus faroles, Boedo con su calma provincial, Puerto Madero con su modernidad narcisista y aspiraciones neoyorkinas. Recoleta con sus aires aristocráticos y su viejo cementerio hermosa joya de lo que fue y ya no se es, Constitución con su estación de trenes donde se abandona o se encuentra aquello que solo esta ciudad es capaz de darte o de quitarte, la Boca con su agridulce sabor de arrabal, de tango, de futbol, con su cuidada decadencia que enamora a los turísticas que tiran fotos a Maradonas hechizos, y una tarde de sol y lluvia caminé las baldosas de mi querido viejo Abasto.
Caen las noches en Buenos Aires y un manto de enigma y de misterio la envuelve, donde todo es posible, siempre y cuando la suerte te haga el aguante, el Teatro Colón aparece imponente en la Avenida 9 de Julio, tan pulcra y reformada, la Corte Suprema de Justicia, la Avenida de Mayo con su Café Tortoni, su fernet, con su Diagonal Norte llegando al Cabildo desde donde se observa majestuosamente la cúpula del Congreso de la Nación, la madrugada asoma con un murmullo de bandoneón y milonga, los taconazos del tango y se respira dulcemente un aire bohemio que inunda la ciudad de delirios, nostalgias y alegría antes de salir el sol.
“Díganme dónde está, cómo es, Buenos Aires, la reina del Plata, es un chico que piensa en inglés y una vieja nostalgia en gallego, es el tiempo tirado en cafés y es memoria en la Plaza Dorrego, es un pájaro y un vendedor que rezongan con fe provinciana, y también es morirse de amor un otoño en el Parque Lezama, una vez y otra vez”. Vals Municipal. María Elena Walsh.