La región amazónica acusa desde hace mucho tiempo lastimosas y alarmantes problemáticas: deforestación y desaparición de especies, desplazamiento de las comunidades locales por los grandes proyectos “de desarrollo”, contaminación de suelos y aguas, violación a los derechos humanos de los pueblos indígenas, pauperización y lucro con la pobreza, narcotráfico, entre otros. Los impresionantes incendios de hace algunas semanas, sobre los que se abordó en un anterior artículo, son sólo un ejemplo de cómo las políticas gubernamentales de los nueve países que conforman la región panamazónica contribuyen, tanto por acción como por omisión, a que dichas problemáticas se exacerben. Afortunadamente, ante las injusticias socio-ambientales del Amazonas han surgido diversas iniciativas para hacer frente a esos complejos conflictos, muy a menudo yuxtapuestos e interconectados. Por increíble que parezca, hay voces que critican y deploran (y que raramente aportan o contribuyen) los esfuerzos por defender la Amazonía, que con triste frecuencia terminan en sangre y muerte.
Hoy concluye oficialmente el Sínodo Amazónico que, desde el 6 de octubre, congregó en el Vaticano a sacerdotes y religiosas, siete conferencias episcopales, personas expertas e invitadas especiales, así como auditores y representantes indígenas bajo el lema de “Amazonía: Nuevos caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral”. A la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica se sumaron, desde luego, diversas redes y organizaciones internacionales, como la Red Eclesial Pan-Amazónica, el Movimiento Católico Mundial por el Clima, la Red Iglesia y Minería, Manos Unidas y la CIDSE, entre muchas otras. Sin embargo, como en su momento ocurrió con el Concilio Vaticano II y el pontificado de San Juan Pablo II, el cariz innovador y la apertura a los nuevos contextos que impregnó este Sínodo le hizo objeto de numerosas críticas, que llegaron incluso a actos de violencia verbal y física.
Anteriores al inicio del Sínodo, hubo voces que fuertemente fustigaron tanto al proceso completo, como a sus documentos y participantes. Ignorando a las personas misioneras que han muerto en el Amazonas y a quienes trabajan ardua y cotidianamente por defender la creación en la región, hubo quien se atrevió a declarar que se había expulsado a Jesucristo del Sínodo (sorprendentes eméritos que se olvidan de San Mateo 18:20). Y así, desde posiciones de privilegio y comodidad, las detracciones mucho se dirigieron a cuestiones de ritos y de estructura, pero prácticamente nunca abordaron las lacerantes problemáticas que aquejan a las cerca de 33 millones de personas que habitan en la Amazonía.
Previo y durante la celebración de la asamblea sinodal, también hubo episodios de claro corte racista. El mismo Papa Francisco lamentó públicamente que incluso él escuchó burlas dirigidas a una persona indígena que portaba un tocado de plumas y deploró “el desprecio de los pueblos” que se reflejó en numerosas críticas contra las ceremonias y ofrendas de corte indígena. En el colmo de la ignorancia y la incongruencia, hubo quien se atrevió a robar, sí, robar de la iglesia Santa María en Transpontina estatuillas indígenas para evitar que la feligresía adorara imágenes paganas, siendo que el Catolicismo prohíbe claramente la adoración de cualquier imagen, sea católica o no.
En las redes sociales, también circularon discursos envenenados. Mientras organizaciones, como CIDSE, celebraban el Sínodo como “una excelente oportunidad para denunciar las estructuras injustas, la desigualdad y la emergencia climática global”, pululaban tweets y videos (cuyos autores son incluso sacerdotes católicos) que reprochaban un supuesto “neopaganismo” y un “sincretismo inaceptable”, cuando el Consejo Episcopal Latinoamericano, la Red Eclesial Pan-Amazónica, y numerosas organizaciones y personas llevan años trabajando con una clara visión de caridad cristiana ecuménica y de inculturación.
Las andanadas de críticas vacías y superficiales fueron tales, que incluso sacerdotes y obispos comenzaron a recordar y citar en sus redes sociodigitales los pasajes de los Evangelios de San Lucas (11) y San Mateo (12) donde Jesucristo mismo lamenta que los fariseos, obnubilados por una observancia estéril de los ritos, mutilaban y aniquilaban lo que deberían ser prácticas de amor y compasión. Mientras la hermana Denise Lyttle (Hermanas de la Misericordia) publicaba “No puedo ser indiferente a la deforestación, a la contaminación de los ríos y de la tierra, ni indiferente al sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas en la región de la Amazonia”, había quien se preocupaba porque la representación indígena acudiera a los recintos del Sínodo con su indumentaria tradicional.
Afortunadamente, hubo más claros que obscuros y las controversias fueron expeditas y parlamentariamente despejadas para el abordaje de los temas sustanciales. El documento final recoge muchos avances y retos para la región, en particular, y para el concierto internacional, en general. Tanto el arzobispo primado, Carlos Aquiar Retes, como el padre Eleazar López Hernández, representaron a nuestro país e hicieron importantes contribuciones. El padre Eleazar, de origen zapoteca, subrayó las injusticias ambientales de la región, pues la Amazonía “está siendo agredida para sacar los recursos que están allí porque el primer mundo y el resto de la sociedad quiere aprovechar de la manera más rápida estos recursos y no les importa destruir este hábitat lleno de vida y tampoco les importa destruir la vida de los pueblos que allí están. En este contexto de emergencia, la Iglesia escucha esa voz, la trae dentro de sí y se hace responsable de ella”. A su vez, el cardenal Carlos Aguiar deploró tanto las acciones de quienes robaron las ofrendas indígenas como las posturas de quienes, desde el catolicismo, niegan el cambio climático.
Los conflictos y problemáticas socio-ambientales son ingentes. Pero cada vez más personas y organizaciones se suman a la lucha contra las crisis que nos han tocado enfrentar. El Papa Francisco declaró hace unos meses, frente a representantes de la industria y corporaciones petroleras, la “Emergencia Climática”, invitando a las y los presentes a optar por una transición energética. Muchas voces le hubieran aconsejado no hacerlo, o declararla en otro momento. Pero el Papa Francisco, que se muestra firme ante los pasos difíciles pero necesarios, insistió: “Las generaciones futuras están a punto de heredar un mundo en ruinas. Nuestros hijos y nietos no deberían tener que pagar el costo de la irresponsabilidad de nuestra generación. De hecho, como cada vez es más evidente, los jóvenes nos reclaman un cambio.” Y ese cambio, tenga usted por seguro, no es el cambio climático.