Historia viva / Debate electoral - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Esta semana, cargada en noticias, nos remite en dos sucesos anecdóticos a la historia viva de México que se relacionan poco más o menos con la democracia en ciernes que estamos construyendo día con día. Uno es la muerte de Miguel León-Portilla, historiador y filósofo mexicano, quien precisamente pasará a la historia por sus estudios de la visión prehispánica, especialmente la cultura mexica, misma que extendió a otros pueblos mesoamericanos hablantes del náhuatl.

En uno de los pasajes de la novela Guadalquivir, de Juan Eslava Galán, el protagonista, un joven beréber, sostiene una plática con el Rey de (lo que queda de) España en castellano, idioma que hablan ambos, y en esa charla el Rey le felicita precisamente por dominar el idioma y sus servicios de intérprete a la corona, afirmando que quien conoce un idioma que no le es propio, también entiende las razones de su pueblo hablante.

Y en parte tiene razón, porque lo que nos hereda León-Portilla es más que una traducción literal del náhuatl al español (castellano, pues) de la conquista, sino de verdad es la visión de los vencidos en el proceso de construcción del virreinato, que a la postre se convertirá en esta nación. Y el historiador, en este caso, no se limita a ello. En Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares desde las primeras páginas relata la cosmovisión del pueblo mesoamericano que tiene como común denominador la lengua náhuatl. Siguiendo la idea, entonces, la virtud de León-Portilla no sólo fue la de un traductor, sino de un verdadero intérprete, pues a través del entendimiento del náhuatl, desentraña y trae al presente la forma de pensar de los antiguos habitantes de este territorio.

En eso radica el enlazar el fallecimiento de Miguel León-Portilla, con otro suceso histórico conmemorado en la semana: la remembranza de los actos violentos cometidos contra el estudiantado mexicano en 1968.

Amén de las implicaciones políticas actuales que se generaron tras los actos conmemorativos, que incluyeron posicionamientos por parte del gobierno y el estudiantado a través de los medios de comunicación (los que quizá se constituyen como los tres grandes participantes de aquel evento, el gobierno por acción y los medios por omisión) y la ya infaltable marcha que año tras año se va nutriendo de más consignas, quiero referirme al hecho en cuanto a su esencia.

Si nos remontamos al pasado histórico reciente, posterior a la paz social del porfiriato, sin desconocer las múltiples carencias sociales, se dio la lucha armada en la revolución que vino a refundar el estado mexicano (ese que tiene como antecedentes a los pueblos prehispánicos y que vivió 300 años bajo el régimen colonial) dotándolo de una muy básica institucionalidad. Pero, situándonos en el contexto histórico de finales de los años 60 del siglo pasado, esa generación terminaba el milagro mexicano y estaba tratando de insertarse en un contexto mundial que estaba en un proceso de cambio al que nuestras instituciones, insisto en su precariedad, no dimensionaron en su totalidad.

La trascendencia histórica de esa serie de acontecimientos que tuvieron su punto culminante en los sucesos trágicos de Tlatelolco el 2 de octubre, es que a partir de esa fecha, quizá sin pretenderlo, se inauguró un nuevo periodo en la vida política de México en la que, retomando la idea anterior, al comprender el lenguaje que se hablaba entre los entonces jóvenes (y que durante mucho tiempo, antes y después del 68, el gobierno había hecho oídos sordos) también pudieron ser comprendidas sus inquietudes, sus razones (por qué no, también sus sinrazones), y tras la exigencia de ese cambio, veinte años después (nunca es tarde) fructificó en esta apertura institucional que no ha llegado a su fin y que, aunque quizá no lo veamos nosotros y seguramente lo verán futuras generaciones, se trata de avanzar hacia el país que queremos ser.

Tal vez fechas como las que sucedieron esta semana pasen desapercibidas en su sentido estrictamente histórico, se desvíe la atención al hablar del artista fallecido, o no se dimensione a cabalidad su trascendencia. Pero estoy seguro de que todos los días, a través de los recuerdos y el análisis, seguimos viendo ante nuestros ojos pasar historia viva.

 


/LanderosIEE | @LanderosIEE


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