Cotidianamente escuchamos en las noticias, en los discursos, o leemos en los periódicos la construcción jurídica de Estado de derecho. No es un concepto novedoso, sin embargo, resulta conveniente de vez en cuando analizar tal situación.
Desde que la humanidad alcanzó un cierto grado de civilización, cayó en cuenta de que era más fácil unirse con otros de su especie para satisfacer sus necesidades colectivas. Así, desde entonces además debieron de haberse dado cuenta nuestros antepasados de que no basta con una colectividad, sino un cierto nivel de organización interna, en una primera instancia la ley del más fuerte, y después, formas más o menos simples de encontrar, a su manera, justicia en la convivencia cotidiana.
Las primeras reglas que se impusieron debieron satisfacer a todos, y claro, se trata de que esas reglas se impongan con anticipación y regulen ese acceso al bienestar más o menos de manera igualitaria para quienes integraban esa comunidad. Tras siglos de historia humana, y una lucha que alcanza hasta nuestros días, hemos construido una figura jurídica a la que le cedimos la soberanía (esencial y originariamente en el pueblo) con potestad suficiente no solamente para que nos defienda de ataques de potencias extranjeras, sino que posea la fuerza legal necesaria para normarse, hacer cumplir la ley, y en todo caso, castigar a aquellos miembros que violen la normatividad.
Así, resumida en dos párrafos, se encuentra la historia del estado como ente jurídico, misma que encaramos aún en nuestros días. La práctica del poder tiende a concentrarlo, y es entonces cuando desde el mismo sistema se crean contrapesos que obliguen a quienes ejercen ese poder, transformado en gobierno, a que su actuar permanezca dentro de los límites deseables. Que no se convierta la convivencia en una anarquía, en la que cada uno haga lo que quiere, ni en una dictadura, donde el poder no tenga un límite en su abuso.
En esta reflexión nos hemos ido a la creación misma del ser humano, y el tema sigue vigente: pudiera parecer que todo lo que se refiere a la construcción democrática de los estados se afianzó a mediados del siglo XX tras la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, apenas a inicios de este nuevo milenio se definieron por parte de la ONU (sucesor de la Sociedad de las Naciones, precisamente originada tras la Primer Guerra, con la finalidad de que no hubiera otro conflicto global) los elementos esenciales de cualquier sistema político, en el más amplio de sus términos, que se aprecie de ser democrático. Los enumero por si alguien quisiera medir el grado que posee nuestro país en esos términos:
Respeto por los derechos humanos fundamentales; libertad de asociación, expresión y opinión; permisibilidad en el acceso de los ciudadanos al poder y su ejercicio en apego a la normatividad jurídica; la celebración de elecciones libres de manera periódica, pacífica, a través del voto universal libre y directo; un sistema pluralista de partidos; la separación efectiva de poderes; un poder judicial independiente; mecanismos de transparencia, rendición de cuentas y responsabilidad de los servidores públicos; y medios de comunicación libres, independientes y críticos.
En estos días estamos prontos a celebrar aniversarios: por un lado, celebramos ya 444 años de que un intrépido español se la jugó asentándose en esta bella tierra, que poco a poco va creciendo en todos sentidos. De igual manera, justo ayer conmemoramos un año más de la creación de la ONU, y el último día del mes estaremos de manteles largos celebrando los 19 años de que el Consejo Estatal Electoral se transformó en la institución que hoy, por un lado, salvaguarda los derechos político-electorales de la ciudadanía aguascalentense, a través de su difusión y conocimiento para su posterior cumplimiento y, por el otro, se encarga de proveer de ese elemento de la democracia estatal de organizar elecciones de manera constante y apegadas a la legalidad, garantizando la emisión de la voluntad ciudadana de manera libre, secreta y directa.
Las tres fechas tienen más en común que celebrarse en el mismo mes. Si profundizamos en las cuestiones que nos han hecho avanzar como sociedad, caeremos en cuenta que es imprescindible tomar conciencia de nuestro papel en comunidad y reconocer que, como lo he afirmado varias veces, democracia no es destino, sino camino, es decir, tenemos que mejorar todos los días por ejercer la democracia no solo como forma de gobierno, sino como forma de vida. Nunca llegaremos a un estado ideal de democracia, sino que tenemos que, todos los días, ir caminando, ejerciéndola, protegiéndola y valorándola, tratando en todo caso de que sea ese ideal el que nos guíe.
/LanderosIEE | @LanderosIEE