Construido, como sugieren sus autores, como una especie de Instagram de la mitología, la historia y la cultura, El gabinete de curiosidades del Dr. Zagal no es una mera acumulación de historias, nexos y etimologías curiosas. Alguien podría pensar que su lectura se asemeja a una charla casual con un erudito, por demás versado también en la cultura popular. Pero el libro es mucho más que eso.
Como nos recuerdan Héctor Zagal y Pablo Alarcón en la introducción, los gabinetes de curiosidades en el siglo XVI reflejaban la cultura económica y científica de la época. Conocidos también como cuartos de maravillas o salas de artes y prodigios, servían a los monarcas, a los nobles y a los burgueses para coleccionar objetos fuera de lo común y deslumbrar a sus invitados. Los wunderkammern, los cabinets de curiosités, o los wonder chambers, buscaban suscitar la sorpresa y la extrañeza de sus visitantes. Estos gabinetes se agrupaban tradicionalmente en cuatro secciones: la artificialia reunía obras de arte y antigüedades, la naturalia agrupaba objetos naturales, la exotica aglutinaba animales y plantas raros para la mirada europea, y la scientifica se concentraba en instrumentos científicos. Como precursores de nuestros actuales museos, los gabinetes de curiosidades no eran artificios de simples acumuladores acosados por el Síndrome de Diógenes. Por el contrario, eran colecciones mediadas por los intereses y las clasificaciones de su dueño. Frente al caos del acumulador, una idea bien pensada guiaba la mente del coleccionista.
De manera análoga, El gabinete de curiosidades del Dr. Zagal es una colección extraordinariamente pensada y clasificada de historias y referencias a veces sorprendentes, a veces chuscas. Escrito en breves dosis, y en pequeños compartimentos, ante todo su lectura es deliciosa. Como los viejos gabinetes de curiosidades busca -y consigue- causar sorpresa y extrañeza en sus lectores. La prosa de Héctor Zagal y Pablo Alarcón rebosa de simpatía y logra tender un puente entre la alta y baja cultura (si es que dicha dicotomía aún tiene sentido). Y ésta es de sus mayores virtudes: los autores nos recuerdan a cada página los más extraños e insospechados vínculos de nuestro presente con su pasado. Así como no temen en hurgar en la terrible historia de la cacería a las preferencias sexuales de Oscar Wilde y de Alan Turing, nos recuerdan que las reglas del box moderno fueron creadas por el marqués de Queensberry, padre de Bosie, el amante de Wilde; o que la manzana mordida, logo icónico de Apple, es un homenaje a la muerte de Turing, quien se envenenó con cianuro y fue encontrado muerto con una manzana a medio comer.
Los pequeños compartimentos del gabinete de curiosidades de Zagal y Alarcón van de la homosexualidad y el vegetarianismo a los superhéroes. Como reparan en las amazonas, quienes en la mitología cortaban uno de sus senos para tirar con el arco y la flecha a la perfección, especulan sobre las diferencias entre los superhéroes de Marvel y DC y nuestro Santo: “Y es que el Santo no lleva una doble vida. Nuestro héroe no vivía desgarrado entre su vida personal y su misión… Tras la máscara de luchador no hay nadie. El Santo no es un disfraz, es una identidad verdadera…. El Santo nunca se quitaba la máscara porque sabía que siempre tenía que estar vigilante, listo para luchar contra el mal. Pero eso no le creaba conflicto alguno. Por el contrario, los héroes de Marvel y de DC viven angustiados, intentando conciliar su vocación heroica con su vida afectiva”.
Los compartimentos de este gabinete, mientras sigue la lectura, siguen sorprendiendo: las estrellas (vistas bajo el lente tanto de la astronomía como de la mitología), los piratas (desde Barbanegra y Barbarroja hasta Jack Sparrow), los museos (desde el museion de Alejandría hasta los fetiches y depravaciones de Sade), el papel del padre en nuestra cultura (desde los malvados progenitores de Beethoven y Hitler, pasando por el noble Jean Valjean, hasta el padre oscuro o Darth Vader). Los hay también exquisitos como el de los rituales del amor, y los hay eruditos y razonables, como el de las drogas recreativas. Zagal y Alarcón lo saben: toda selección habla también de sus coleccionistas. Leyendo El gabinete de curiosidades del Dr. Zagal uno conoce las manías, intereses y obsesiones de sus autores.
En otra ocasión les recomendé el programa de radio El Banquete del Dr. Zagal, que conduce Héctor desde 2010 en MVS 102.5. En su programa vemos una faceta distinta de Zagal: la del historiador cultural. Y es que Héctor es un personaje polifacético: académico distinguido de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana y miembro del Sistema Nacional de Investigadores -no sobra decir que es uno de los más reconocidos exégetas de Aristóteles y el aristotelismo en Iberoamérica-, novelista -al día de hoy ha publicado cinco novelas-, crítico gastronómico y amante de la comida -su ensayo Gula y cultura fue reconocido por Sergio González Rodríguez como uno de los mejores libros el año de su publicación-, y un extraordinario profesor de preparatoria -si no me equivoco, su carrera en la educación media ya pasa el cuarto de siglo. Es justo su faceta de historiador cultural, pienso, una manera bastante natural de seguir sus clases de preparatoria para el gran público. Héctor no es un scholar ortodoxo. Su vida académica no se entiende si no la conjugamos con todos sus demás intereses, que son innumerables.
El gabinete de curiosidades del Dr. Zagal es un libro entretenido, erudito, simpático y muy ameno. Publicado por Planeta, pueden encontrarlo en casi cualquier librería bien surtida. Y no temo conjeturar que lo van a disfrutar, y terminada su lectura desearán contactar a Héctor para apresurarlo a que saque el segundo volumen y vaya pensando ya en el tercero. Su muy particular gabinete es adictivo. Como bien le gusta decir a Héctor: Sapere aude! ¡Atrévete a saber! ¡Atrevámonos a saber! Y, sobre todo, que sus lecturas sean tan deliciosas como la mía.
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