Ha concluido una semana aciaga para México, desde el lunes 14 de octubre, apenas concluida la conferencia mañanera del presidente López acompañado de su gabinete de Seguridad Pública, encabezado por el titular de la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, presumía, los logros y avances de la estrategia en materia de seguridad pública, ante la inminencia de la conclusión del plazo autoimpuesto por el mismo presidente de que en 6 meses se controlaría y se verían los resultados del combate a la inseguridad que azota el país, y que vence el próximo lunes 21 de octubre. En dicha “mañanera”, el secretario Durazo, pidió un plazo para hacer efectiva su estrategia de ¡3 años! No acababa de concluir la conferencia, cuando llega la terrible noticia de una emboscada a la policía estatal de Michoacán, en la comunidad de El Aguaje, municipio de Aguililla, con un saldo de 13 muertos, 9 heridos, y según la prensa, 7 policías desaparecidos.
Sólo un día después, en la comunidad de Tepochica, municipio de Iguala, Guerrero, una acción de las fuerzas públicas dieron cuenta de una acción, presumiblemente contra el crimen organizado de la zona, da por resultado 15 muertos, de ellos 14 civiles y 1 militar. Los mexicanos hemos desarrollado, por alguna razón, y generado por una situación extraordinaria de guerra intestina entre las fuerzas del Estado, las del crimen organizado y hasta de la propia sociedad, una resiliencia que nos ayuda a seguir viviendo en una realidad violenta.
Sólo el fin de semana previo, el 12 de octubre, el presidente López había realizado una gira de trabajo por la zona norte del estado de Sinaloa, específicamente en Los Mochis, en su programa de visitas a hospitales y anunciando al pueblo feliz, feliz, sinaloense, el abasto de medicamentos y materiales necesarios para la operación del nosocomio local, según criterios legales y de salud, más allá de los de la austeridad. Ah, y también, el regreso del beisbol a la entidad, del que el propio presidente es tan aficionado.
Pero, algo se rompería a media semana, el jueves 17 de octubre, alrededor de las 15:30 horas, un sorpresivo operativo, del que nadie puede asegurar a ciencia cierta cómo se preparó, quién lo preparó y como para qué se preparó. Hay, según el periódico El Universal, al menos 6 versiones de los hechos. Pero todas se reducen a lo siguiente: en un operativo, fuerzas combinadas del Ejército, ministeriales y de la Guardia Nacional, capturaron en una casa habitación en la zona de Tres Ríos, en el norte de Culiacán, a cuatro sujetos, tentativamente criminales, entre ellos Ovidio Guzmán López, para más datos hijo del Chapo Guzmán, exlíder (?) del temible Cartel de Sinaloa. Este hecho desató uno de los episodios más terribles de la lucha entre el Estado mexicano y sus fuerzas armadas y el crimen organizado. En sólo 15 minutos, integrantes del citado Cartel tomaron prácticamente la ciudad, superando en efectivos, estrategia y podría afirmarse, armamento, a las fuerzas del estado mexicano, a partir de aquí, con minúsculas. A través de las redes sociales, se podía apreciar, casi en tiempo real, la angustia y el miedo que acometió a los culiacanenses, a todos, niños, mujeres, jóvenes, hombres, amas de casa, todos, y que, por supuesto, no habrán de olvidar durante mucho tiempo.
A partir de aquí, las autoridades responsables de garantizar la seguridad de los mexicanos, se vieron extraviados, balbuceantes, como dando tumbos, tratando de explicar, de entender qué había pasado en Culiacán. Cabe señalar que al cierre de ese jueves sangriento, el remate de los acontecimientos ya indicaba que el motivo original del operativo, a saber, la captura de Ovidio Guzmán, había fracasado, toda vez que, a pesar que fuerzas del Ejército mexicano lo habían retenido, el gabinete de seguridad optó por liberarlo. Como aderezo, y quizá como un bono adicional, se fugaron 55 reos del penal de Aguaruto. A esta reacción no escapó el propio presidente López, en el aeropuerto lo cuestionaron los reporteros queriendo obtener un posicionamiento del jefe del estado mexicano, atinando sólo a responder: “Mañana comentamos”, aunque su rostro no dibujaba su tradicional sonrisa insolente que siempre lo acompaña.
Esta situación desató un el ambiente nacional una discusión que alcanzó tonos álgidos que pusieron en tela de juicio la esencia misma del espíritu y razón de ser del estado mexicano, el cual, constitucionalmente, debe garantizar la seguridad de los ciudadanos y la paz en el país, y lo sucedido el 17 de octubre era lo contrario. Se enfatizó reiteradamente la incapacidad de las fuerzas para afrontar una situación de crisis como la vivida en Culiacán, y su declarada claudicación ante el crimen organizado. El presidente López en su tradicional conferencia mañanera, realizada en Oaxaca, argumentó que él supo de la decisión de su gabinete de seguridad y avaló la misma, en el sentido de liberar a Ovidio Guzmán, en aras de “evitar un derramamiento de sangre de gente inocente”. Wow…
Sin embargo, resulta obvio que el operativo se construyó desde el propio Gobierno Federal, con la directa responsabilidad del coordinador del gabinete de seguridad, el secretario Alfonso Durazo, y todos sabemos que responsabilidad sin consecuencias no es responsabilidad. El secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, señaló en la conferencia del viernes que “el Ejército no carga con la deshonra de lo sucedido”. La Marina, estaba fuera del escenario por órdenes del propio presidente. La famosa Guardia Nacional no pintó, sigue ocupada correteando migrantes en la frontera sur.
El gobierno del presidente López, en materia de seguridad está perdiendo la guerra, no atina el rumbo, el cómo. Durazo se debe ir, es mi opinión, aunque la presidenta del gobierno de la 4aT, Yeidckol Polevnsky, dice que “no podemos opinar” al respecto, así de democrático e incluyente el morenismo en el poder.
El asunto es grave, y no hay estrategia de seguridad para México.