Unreliable Narrator: es un placer desconfiar de algunos narradores, pero en otros es una desgracia. Por ejemplo, he disfrutado deliciosamente mi desconfianza en los narradores de Tanizaki o de Onetti porque la recompensa, el gozo literario, puede ser mayúsculo. Y aún lo es en la relectura, porque anticipas las sorpresas que se avecinan y resuelves el rompecabezas (por enésima vez) con cada línea, aprecias la estructura y los procesos (como si fuese un programa, la narrativa como un pedazo de software, oraciones lógicas que revelan un pedazo de ingeniería). Sin embargo, desconfiar del narrador de Proust (quizás llamado Marcel), en mi vida de lector se convirtió en una tristeza exponencial, casi inevitable, la amargura del tiempo perdido. Claro, aún pienso en esa tristeza como algo personalísimo, un crecimiento enteramente mío. Soy celoso de la tristeza que me provocó Proust y de los caminos que me reveló su lectura. Jugaba algo de zombies una tarde de domingo, Typing of the Dead, y una de las frases que debía escribir para avanzar (porque matas a los zombies escribiendo frases), fue la de Unreliable Narrator. Creo que no hay manera sencilla de escribirlo en español: narrador de poco fiar, narrador no confiable, narrador no fidedigno. Me pregunto, ¿es esta una aspiración válida? ¿Quieres ser el narrador-no-fidedigno de tu propia vida?
Stream of Consciousness: las traducciones de esto, al menos ninguna que recuerde, me gustan. Creo que este era el narrador de mi juventud, una estridencia constante por llenar de palabras el presente y confundirlo con el pasado, con voces ajenas, con probabilidades futurísticas. Sin embargo, algunas veces me detengo porque puedo recordar, y mientras estoy cocinando algo para comer, o mientras estoy escribiendo el párrafo de un futuro que podría ser placentero, o mientras siento la sombra de los árboles en el camino que he escogido para caminar ese día, me pregunto: Will This Make You Truly Happy? Sí, me respondo, sí, y las nubes, y la fumarola del Popo, y los mil videos de Instagram, sí, y los correos del trabajo que aún no he podido responder, y recuerdo las horas que escudriñé el Ulysses de Joyce. Fui muy paciente en construir mi odio por la obra de Joyce, pero sé que es artificial, poco sincero, muy distinto al desprecio que le tengo a Moby Dick. Quizás envidio que nunca tendré las raíces para entender por qué persisten aquellos ruidos en mi cabeza.
Nonlinear Story-Telling: mi esposa odia cuando en sus series preferidas, en algún capítulo de una temporada impar, deciden contar una historia de manera no lineal.
True Happiness: una de las ficciones humanas es la búsqueda de la felicidad verdadera. Incluso esto puede no ser mencionado, ninguno de los personajes tendrá el valor de decir estas palabras en voz alta, pero un lector despistado podría convencerse de que existe el mensaje, los valores, el enigma final. Las novelas progresistas, las novelas de búsqueda, las bildungsroman que generan todas estas conexiones neuronales engañosas sobre la vida en un universo de ficción que sí tiene reglas, sí tiene respuestas y tiene un tiempo suspendido que ya no cambiará. Si quiero ser feliz de nuevo, tan sólo debo releer a Harry Potter y sus 7 tomos para encontrarme en ese lugar mágico donde todo tiene sentido. Escritores particularmente crueles usarán narradores no fidedignos, historias no lineales o flujos internos (ew) para engañar al lector con revelaciones new age y trabajará magistralmente, con artesanía y devoción, frases inspiradas que podrían colocarse en el siguiente meme del gato. Un cúmulo de engaños: la verdadera felicidad es neurosis, es hedonismo, es destrucción, es el rechazo a la vida cómoda que nos heredaron nuestros padres y es el taco de frijoles que estoy mordiendo en este instante. Yo hice mi intento hace unos días: “como un hombre que ha vivido cosas, tengo el segundo secreto de la felicidad verdadera: come rico, come bien, siempre y cuando puedas comer delicioso, serás feliz”.
La cuarta pared: en literatura, normalmente no es muy bien visto romper la cuarta pared. En el teatro tiene sentido, a veces también en la televisión o en una película, porque conviertes a un puñado de espectadores en tus cómplices. La experiencia y la comunidad. En cambio, los lectores, a pesar de que suelen ser héroes de aventuras y de riesgos, pueden verse confundidos cuando la metaficción atraviesa ciertos límites: son criaturas solitarias, toman un libro para tener un compañero discreto, como un viejillo que habla solo en una banca mientras el lector, chismoso de oficio, escucha y trata de hilar una historia. Un lector no busca alguien que lo jale de la camisa y lo lleve a su circo. Por lo pronto, yo he jurado convertirme en ese narrador que rompe la cuarta pero que no sea fidedigno, uno que exprese locuras sobre la felicidad aunque no sepa nada, uno que empiece por el final porque ya no sabe dónde se encuentra el principio. Quizás, creo, ese es el tercer secreto para alcanzar la verdadera felicidad, una de múltiples maneras de darle sentido a este cúmulo de atrocidades y desvaríos.