Hace algunos años, cuando murió Juan Gabriel alguien dijo con semejante desfachatez y con evidentes muestras de ignorancia: “ha muerto el mejor compositor mexicano de toda la historia”. ¿Cómo es posible?, eso sí me indignó, lo primero que pensé fue que quien no conoce a Dios ante cualquier ídolo se arrodilla, y sobre todo, de qué manera se abarató el trabajo del compositor, no sé si pueda expresar con claridad mi molestia por esto, siento que me falta elocuencia para expresar mi desencanto ante afirmaciones tan irresponsables y hechas sin el más elemental conocimiento de causa.
México es un país rico, generosamente abundante en cultura y con un lenguaje musical que rebasa prácticamente cualquier límite. Platicaba ayer (esto que lees hoy viernes lo escribí ayer jueves), o sea, el miércoles tuve una breve charla con el maestro José Areán, director titular de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes y hablábamos, entre otras cosas, de este tema, de la inagotable diversidad cultural de México, la cual se hace evidente, entre otras muchas cosas, en la gastronomía, por ejemplo; si algún extranjero nos preguntara cuál es el platillo típico de México sin duda nos metería en serios problemas, lo más congruente sería decirle que eso depende de la región del país, lo mismo sucede con la música, la gran diversidad cultural de México, consecuencia de su enorme extensión territorial, lo hace ser igualmente diverso y generoso y resulta prácticamente imposible definir en una sola expresión cuál es la típica música mexicana, evidentemente tenemos muchos lenguajes que levantan la mano con el fin de dignificar la esencia musical de este rico país y esto aplica en el mundo del arte en general.
Vale la pena señalar, con el fin de definir un rostro nacionalista mexicano, que Aguascalientes tiene argumentos de sobra, los tres artistas señalados como los más grandes representantes del nacionalismo en el arte en México son Manuel M. Ponce en la música, Ramón López Velarde en las letras y Saturnino Herrán en las artes plásticas, es decir, dos de ellos zacatecanos, Ponce y López Velarde, pero con fuerte e indisoluble arraigo en Aguascalientes, y Herrán, el más grande pintor mexicano y me arriesgo a señalarlo como el más grande de América Latina, es nacido en Aguascalientes, por lo que no es difícil entender que el rostro nacionalista de México se define, en gran medida, desde estas tierras aquicalidenses.
Pero volviendo al tema de la música, ahora con la cercanía de las fechas patrias encuentro un buen pretexto para acercarnos un poco a la inagotable música de concierto mexicana, esa que debemos presumir con pasión y convicción, como verdadero orgullo nacional y dejar ya de pensar que México se reduce a un grito destemplado empuñando en una mano una botella de tequila -en lo personal prefiero el mezcal- y en la otra una pistola cantando canciones que enaltecen el alcoholismo y el machismo, ese modelo de mexicanidad me parece, además de indigno, anacrónico, obsoleto y caduco, en realidad la música mexicana, la verdadera música mexicana siempre ha estado ahí en espera de ser atendida, de ser escuchada y claro, de ser presumida como una verdadera joya nacional.
La tradición musical de México es muy grande, es histórica, desde la época precortesiana, valdría la pena hacer un repaso de ese material musical de incuestionable valor del que se ha ocupado, por ejemplo, Antonio Zepeda, importante músico y musicólogo que encuentra en la música autóctona de México su razón de ser en el inmenso mundo de la música mexicana. Con obras como El tempo mayor, Retorno a Aztlán, El rostro de la muerte entre los nahuas, Espejos de la noche, Brujos de aguatierra, y muchas más que definen perfectamente el rostro musical del México antes de la conquista, por cierto, a él tuve la oportunidad de verlo en el Teatro Morelos con otro gran músico mexicano, Eugenio Toussaint.
Hay que remontarnos al virreinato para encontrarnos con grandes compositores de lo que en ese momento era la Nueva España, nombres como Manuel de Sumaya, Hernando Franco, Francisco López Capillas y otros más que empezaron a definir el rostro musical de México desde aquella época del barroco novohispano.
Compositores ya más cercanos a nosotros continúan dignificando la música de México desde Ricardo Castro en la transición del siglo XIX al XX, y con los imprescindibles del siglo pasado como Ponce, Silvestre Revueltas, José Pablo Moncayo, Carlos Chávez, Blas Galindo, Hernández Moncada, y ya más próximos a nuestro tiempo, Arturo Márquez, Armando Luna, Eugenio Toussaint, Mario Lavista, Gabriela Ortiz, Samuel Zyman, Eduardo Angulo, Federico Ibarra, Carlos Jiménez Mabarak, en fin, la lista es, afortunadamente interminable, es entonces que nos preguntamos, ¿cómo es posible que limitemos tanto los alcances de la verdadera música mexicana siendo tan generosa y abundante? Y peor aún, ¿cómo es posible que la atención de las grandes audiencias se centre en los compositores de música, digamos comercial, por no llamarle popular considerando que nuestra música de concierto está impregnada de las delicias de la auténtica música popular mexicana?, en todo caso prefiero llamarle populachera o música de masas, no sé, pero entiendo que los medios de comunicación tienen su parte de responsabilidad al ignorar groseramente este repertorio de verdadera música mexicana, salvo Radio y Televisión de Aguascalientes o Radio Universidad, nadie se ocupa de esto, es entonces que comprendemos que alguien diga que Juan Gabriel es el mejor compositor mexicano de toda la historia, la ignorancia hace que si no conoces a Dios ante cualquier ídolo te arrodilles.