- Doctora en Estudios Urbanos y Ambientales
En los últimos meses nos hemos enfrentado a serias discusiones y manifestaciones donde las mujeres han mostrado su inconformidad y rabia por situaciones de acoso y violencia en la calle y en sus casas. Ante este escenario es que me propongo mostrar, en esta entrega cómo es que la desigualdad entre hombres y mujeres ha impactado en todos los ámbitos de nuestra vida diaria, y en específico en el acceso a la vivienda.
Cuando hablamos de género entendemos que hay prácticas y creencias alrededor de los “femenino y lo masculino”, a estas prácticas y creencias les llamamos construcciones sociales debido a que se han gestado como formas de ser y estar en sociedad a partir del sexo con el que nacemos. Es decir, las construcciones sociales de género son creencias, prácticas y acciones asociadas al sexo de nacimiento como las formas de comportarse y de actuar en el mundo, prácticas que parecen inherentes a nuestra biología y anatomía y, por tanto, determinarían nuestro carácter y forma de relacionarnos con otros individuos.
Ante esta discusión es que se comienza a reflexionar acerca de nuestro actuar como hombres y mujeres en la ciudad, en la vivienda, en el espacio; reflexiones que muestran cómo esas prácticas y formas de actuar que pensamos innatas han impactado en nuestras relaciones sociales, en cómo utilizamos y nos posicionamos el espacio, la vivienda y la ciudad. Así, las aportaciones de la investigación sobre el género muestran que la ciudad es vivida y disfrutada de diferente manera por hombres y mujeres, no sólo por las diferencias entre las actividades realizadas por hombres y mujeres, sino también en la forma en cómo nos apropiamos del espacio hombres y mujeres.
Cabe señalar que, desde esta perspectiva teórica, lo público ha estado relacionado con los hombres, con esa construcción social donde lo externo puede y debe ser disfrutado y vivido por los varones, espacios como la calle, la plaza y todos aquellos ajenos a la vivienda y el hogar son lugares donde se puede ejercer la masculinidad, espacios construidos para su interacción, para buscar los intercambios comerciales que permitan la acumulación de los diferentes capitales que requieren para cumplir a cabalidad su rol de proveedores y protectores de su familia.
En este sentido, las mujeres con un papel asignado alrededor del cuidado tienden a habitar y transitar los espacios más privados, aquellos que permitan la educación y crecimiento de los integrantes de la familia en términos físicos, emocionales y espirituales. Así, estos espacios íntimos casi siempre relacionados con la vivienda son con frecuencia asociados simbólicamente con la mujer, con lo femenino, con la expresión de las emociones, con el amor y el cuidado. Sin embargo existen diferencias sustanciales que nos muestran que esta forma de organización social ha colocado históricamente a las mujeres en situaciones de vulnerabilidad al no ser consideradas como sujetos que puedan ostentar el título de dueñas y poseedoras de la propiedad y de la tierra.
Según los datos obtenidos en la Encuesta Intercensal realizada por el INEGI en el año 2015 mostraba un aumento de cuatro puntos porcentuales en los hogares con jefatura femenina la cual pasó del 24.6% en 2010 al 29.0% en 2015. En esta encuesta se puede analizar que la propiedad legal de una vivienda recae casi siempre en un hombre, datos corroborados por Xantomila (2019) en su artículo cuando menciona que sólo el 35% de las propiedades en México están a nombre de mujeres.
Tal es el grado de vulnerabilidad que pueden tener las mujeres que la Organización de las Naciones Unidas a través de la oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos reconoce las dificultades a las que se enfrentan para acceder a la propiedad, en especial aquellas mujeres que residen en ámbitos rurales. Para la ONU estas dificultades se gestan alrededor de prácticas, creencias e ideologías culturales, religiosas, sociales, políticas, entre otras, las cuales provocan procesos de discriminación donde las mujeres quedan excluidas no sólo del uso y disfrute del suelo y de la tierra, sino también de la posibilidad de convertirse en propietarias.
La ONU ha reconocido que el hombre, bajo la construcción social del varón, mantiene el dominio sobre los recursos naturales y materiales aun cuando esto afecte de manera directa a las mujeres y sus hijos; de ahí que uno de los puntos a cumplir en la Nueva Agenda Urbana sea el asegurar la seguridad de la tenencia de la tierra en las personas con mayor grado de vulnerabilidad: mujeres y niños.
Estas prácticas asociadas a la construcción social del género pueden ser observadas espacialmente en las ciudades, prácticas que se han observado en las familias que habitan o habitaron asentamientos de origen informal, no sólo porque dichos individuos provienen de ámbitos rurales y formaron parte del proceso de migración rural-urbana ocurrido en México con mayor fuerza entre 1960 y 1980, sino también por el bajo nivel de ingreso con el que cuentan. En entrevistas realizadas en diferentes investigaciones en estas colonias se ha podido observar que tanto hombres como mujeres reconocen que la propiedad legal de la vivienda recae sobre los hombres al ser ellos los reconocidos como “los dueños”, mientras que las mujeres suelen asumirse sólo como las esposas de estos dueños (Jimenez, Cruz, y Ubaldo, 2012).
Estas diferencias entre hombres y mujeres en los procesos de apropiación de la vivienda legal y simbólicamente pueden ser percibidas también cuando se analiza cuál de los espacios de la casa valoran como propio; mientras que las mujeres suelen decir que sienten como propio la recamara y la cocina, los hombres muestran que la sala, la cochera y la fachada de la vivienda son las zonas con las que más se identifican (Núñez Villalobos, 2011).
Por tanto, cuando hablamos de desigualdad en el acceso a la vivienda, tenemos también que reconocer que las diferencias construidas histórica, social y culturalmente sobre el género no sólo han afectado nuestras forma de interacción, sino también que ha delimitado y cooptado el acceso y disfrute de un bien como lo es la vivienda a mujeres y niños; que nuestra insistencia al hablar de procesos de igualdad entre hombres y mujeres requiere reconocer que aquellas mujeres jefas de familia, insertas en mercados laborales informales y con un origen indígena tienen una mayor probabilidad de vivir procesos de exclusión y discriminación, no solo por los bajos recursos económico de los que disponen sino también por el estigma implantado sobre lo femenino, lo indígena y la informalidad.
Finalmente requerimos comprender que el patriarcado como proceso ideológico en cuyas bases se gesta la desigualdad entre hombres y mujeres, ha sido la base para que un modelo económico como el capitalismo se hubiera instaurado en el mundo porque ambos parten de la desigualdad. Es decir, ningún modelo económico o social hubiera logrado su implementación si la exclusión y la diferenciación entre hombres y mujeres no existiera o estuviera naturalizada como formas históricas, culturales y socialmente aprobadas (Núñez Villalobos, 2018).
Jiménez, E., Cruz, H., y Ubaldo, C. (2012). “El regreso a la irregularidad de las colonias populares. Títulos de propiedad y sucesión”. En C. Salazar, Irregular. Suelo y mercado en América Latina (págs. 337-377). Mexico, D.F.: El Colegio de México.
Núñez Villalobos, María Alejandra (07 de febrero de 2011). “Impactos sociales y espaciales de la vivienda plurifamiliar horizontal densidad alta en el Área Metropolitana de Guadalajara, 1993-2006. Caso de estudio: Colonia Loma Dorada, municipio de Tonalá, Jalisco”. Tesis no publicada para obtener el grado de Maestra en Urbanismo y Desarrollo. Guadalajara, México: Universidad de Guadalajara.
Núñez Villalobos, María Alejandra (2018). “Mi vivienda y mi familia. La elección residencial como reproducción de la violencia simbólica en el municipio de Nezahualcóyotl” Quid 16. Revista de Estudios Urbanos. Movilidades espaciales de la población y dinámicas metropolitanas en ciudades latinoamericanas, 2018 (10), pág.156-181. Obtenido de https://bit.ly/2mHPaEh
Xantomila, J. (20 de junio de 2019). “Del total de propietarios de viviendas en el país, 35% son mujeres: encuesta”. La Jornada, pág. 36.