En más de una ocasión me han invitado a dar algún taller a estudiantes de posgrado -sobre todo de ciencias sociales y humanidades- en el que se busca que les explique cómo terminar su tesis de grado. Hasta el día de hoy no me explico bien por qué he sido yo el elegido para semejante (y temeraria) tarea. Lo más probable es que sea porque soy el único ingenuo que acepta la encomienda. Lo cierto es que con el tiempo me he percatado que lo hago bien y mi audiencia responde favorablemente a mis consejos. Esto no se debe a una capacidad que tenga de la que otras personas carezcan. Tampoco se debe a aptitudes adquiridas por mi disciplina y tesón (conozco a pocas personas más desordenadas y poco disciplinadas que a mí mismo). Pienso que se debe a que cuando tuve que aprender cómo hacerlo lo aprendí bien. Y esto último se debe, en última instancia, a que tuve extraordinarias guías.
Podría decirte que el único consejo importante al escribir un trabajo académico es el siguiente: ¡termínalo! Lo que quiero decir es que muchas veces perdemos de vista que el objetivo principal cuando emprendemos la tarea de escribir una tesis de pregrado, posgrado, un artículo académico, incluso un ensayo final para aprobar una materia es terminar el trabajo. Parece que estuviera aconsejándote una chifladura pragmática que destiñe de todo romanticismo a la actividad científica, y quizá sea lo que estoy haciendo.
En cierto sentido mi consejo es de un helado pragmatismo. Pero confía en mí, si lo sigues te ahorraré demasiadas canas. Cuando somos jóvenes nuestras metas y proyectos son titánicos, y esto no excluye a nuestras metas y proyectos académicos. La pasión por el conocimiento nos extravía y buscamos escribir una tesis, un artículo o un ensayo que cambie la geografía completa del conocimiento disponible. Ese perfeccionismo mal encausado atrofia nuestra meta: tardamos meses o años adicionales en terminar la tarea, lo cual genera frustración y angustia. Cuando las cosas salen peor, comenzamos a procrastinar (aunque hay algunas formas de sacar provecho de la procrastinación, como nos ha enseñado John Perry en su extraordinario libro The Art of Procrastination: A Guide to Effective Dawdling, Lollygagging and Postponing) y acabamos por abandonar del todo nuestro objetivo inicial.
Conozco -seguramente tú también- a más de una persona que dejó truncos sus estudios por su incapacidad para sentarse, escribir y poner un punto final a sus trabajos académicos. Lo cierto es que no basta decir: siéntate, escribe y finaliza. Si el único consejo que pudiera darte es que termines tu trabajo, libros como Cómo se hace una tesis de Umberto Eco, y talleres como los que yo imparto anualmente, no serían necesarios en absoluto. Lo que a la mayoría de las personas les impide sentarse a escribir es una especie de espasmo mental que aparece frente a la pantalla en blanco. Al parecer, pocas son las directoras de tesis y las profesoras que se toman la molestia de guiar a sus alumnas en los avatares más sencillos del trabajo académico. Sea en las materias que imparten y para las que piden ensayos, sea en el trabajo de investigación de una tesis de grado, dedican la totalidad del tiempo de tutoría a discutir con avidez sobre puntos concretos de la investigación, recomiendan bibliografía, pero no les explican cómo lograr que la pantalla en blanco no las intimide. A las académicas les aburren las cuestiones de forma y suelen concentrarse en las de contenido. Desde mi perspectiva, estos espasmos mentales son prevenibles y los antídotos pueden ser diversos.
Otras veces la investigación se alarga -incluso se abandona- debido a la inseguridad que causa el darse cuenta de que siempre es posible mejorar el trabajo. Y siempre lo es. Siempre es posible mejorar algunas formulaciones. Siempre habrá un nuevo artículo académico que nos resulta determinante leer, citar y comentar en nuestro trabajo. Siempre habrá una nueva referencia a un texto que no hemos consultado. Siempre será posible recabar más y mejores datos. Siempre habrá información que desconocemos y que podríamos haber tenido en cuenta. El trabajo académico perfecto es aquel que nunca se termina. Los que se terminan -y ese es nuestro objetivo- siempre serán corregibles y mejorables. Así, quizá sea mejor la humana mediocridad del trabajo concluido, que la perfección inalcanzable de la investigación inconclusa.
Lo anterior nos puede dar algunas pistas sobre la naturaleza misma del trabajo académico. Éste siempre está en el umbral. Lo que escribimos siempre es un hasta el momento. La vida académica es un ejemplar paradigmático de la actitud falibilista: cualquiera de nuestras creencias e hipótesis puede ser falsa. Nuestros trabajos académicos indican parte de un camino y nunca una meta alcanzada.
*Esta columna la dedico a todas y todos mis colegas que, como yo, esperan los resultados de la convocatoria de ingreso y permanencia al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), que serán publicados esta semana. Suerte a todas y todos.
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