Desde que tengo memoria mi abuelo ha dado “el grito” la noche del 15 de septiembre. Es una noche de compromiso familiar innegociable. Coloridos vestuarios que van de la impostura charra al traje típico de no sé qué región. Hombres y mujeres se visten de manera improbable, para celebrar por una noche, que somos una familia mexicana. Cuando viví en Chile me sorprendió que todas las casas tuvieran la bandera colocada para el festejo. Durante un tiempo fue obligatorio. La tradición perdura. El asado chileno que se extiende bien entrada la noche y se culmina con fuegos artificiales no difiere mucho de la cena mexicana: un pretexto para unirnos y celebrar que fuimos algo, o somos algo, o tenemos la esperanza de ser algo. Aunque nadie sepa bien qué es ser chileno o mexicano.
Pero yo quería contar que mi abuelo dio el grito cada año. Ayer no fue así. Entre el pozole y los tamales, y las aguas de jamaica, limón y alfalfa colocadas con esmero para evocar la bandera, mi abuelo se escabulló a su habitación para ver el grito en solitario. Creo que nadie, excepto él en la familia, tiene y siempre ha tenido confianza y simpatía por el presidente López Obrador. A mi abuelo le parece un hombre congruente y admirable. Y creo que confía en él como un mandatario de izquierda que busca justicia social y nos pondrá en mejor situación como país.
El resto de la familia, esta noche sin grito del patriarca, vimos en la cocina, o escuchamos por la radio, el grito con sus particulares consignas. Los héroes anónimos. Esa me gustó. Yo no confío en López Obrador. Me resulta un tipo sospechoso, lo encuentro incongruente, no creo que represente los valores de la izquierda. Creo que en general su base ha sido increíblemente paciente con él, la realidad es que la economía está estancada, la inseguridad crece y muchas de sus promesas en general no son visibles en lo mínimo.
Sin embargo, el grito del domingo, he leído y lo creo, fue distinto para mucha gente. Muchos hablan de esperanza, de buenas vibras, de sencillez, de transformación -evidentemente-, de orgullo. Yo no vi el rostro de mi abuelo, pero creo que estaba emocionado. Secretamente miró ayer un sueño largamente deseado, una deuda que la realidad tuvo para con él por muchos años. El candidato que no es “lo mismo que los otros”. 80 años esperó porque el que está en el poder lo representara.
López Obrador no me representa. Pero veo numerosos festejos y emociones, esperanzas y genuinos deseos de que este país se reconcilie y reconstruya, y ese deseo, más que el pozole o las enchiladas, más que el falso bigote y el sombrero imposible, me une a mi familia y a millones de mexicanas y mexicanos. Compartimos deseo, mas no confianza. Nada más que eso. Pero nada menos.
/Aguascalientesplural | @alexzuniga | TT CIENCIA APLICADA