Deleite, sería la palabra que describiría la experiencia de presenciar un concierto en vivo de la talla de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes desde una posición poco ordinaria, y es que si bien sentarse a escuchar las melodías con la orquesta de frente es grato, supone cierto respeto y solemnidad para el evento; pero el estar en la parte posterior del escenario genera una experiencia envolvente.
Los minutos previos al concierto son un espectáculo en sí mismo, actividad en todos los frentes, en medio de una penumbra se alza una luz cálida en la pared, alta, por encima de las cabezas, escondida entre la ingeniería de cuerdas que mueven los telones de teatro y al fondo contrasta la luminosa entrada del pasillo que da acceso al escenario. El vaivén del personal del teatro se mezcla con el de los músicos alistando los últimos detalles, con estuches y fundas esparcidos por todo el lugar, los instrumentos de viento repasando con cuidado su parte dentro de la pieza, violines afinando, las pláticas informales, las sonrisas, los mensajes de celular y la llegada del director, con temple sereno y amabilidad en su voz.
A espaldas de los músicos, con plena libertad de movimiento, con poca visibilidad, cierto es, aunque con la posibilidad de asomar la mirada entre los pequeños espacios de las enormes paredes móviles, como si de espiar se tratara, se puede observar al director de la orquesta con la intensidad y la pasión con la que dirige, cada gesto, cada movimiento de la batuta se revela en sincronía con la belleza de la música como fondo.