Votar por convicción / Debate electoral - LJA Aguascalientes
21/11/2024

No es que me considere un lector empedernido, aunque varias veces me acompaña un libro a donde voy. Anteriormente cargaba con el ejemplar y de un tiempo para acá tengo varios descargados en la tablet. En la oficina tengo varios y, desafortunadamente para mí, mucha de la literatura que ahora disfruto se encuentra relacionada con la materia político-electoral, que es apasionante, pero que ha provocado que ya casi no esté al pendiente de las novelas, las epopeyas, la narrativa policiaca o los clásicos, que siempre he disfrutado.

Ya he contado que aún recuerdo el primer libro que cayó en mis manos, un ejemplar biográfico de Benito Juárez editado por el entonces candidato presidencial José López Portillo, cuya dedicatoria siempre se me hizo especial: “a los niños de México”. Y por mis manos han pasado desde El Quijote de La Mancha, en una edición de Martín de Riquer, uno de los cervantistas más connotados, hasta alguno ligero de Dan Brown. Mi favorito en el thriller es Tom Clancy, y he disfrutado como ninguno libros de García Márquez, Xavier Velasco, Germán Dehesa o el Condorito de Oro. Sin embargo, hay un libro, clásico, romántico, con el que me une una historia muy particular. Se trata de María, del escritor colombiano Jorge Isaacs.

Inscrito dentro del romanticismo de fines del siglo XIX, en todo su esplendor, Efraín, el protagonista, va contando, a manera de diario, una melosa relación entre él y María. No sé si por la trama, lo complicado del lenguaje decimonónico en el contexto de un amor fallido, si por la edad o por un factor al que siempre le he achacado la falta de interés, el libro fue una verdadera tortura. Tan es así que (a la fecha) no lo he terminado de leer.

En lo personal, ¿cuál ha sido la diferencia entre éste y otros ejemplares peor escritos, mal manejados, comerciales, sosos, largos, más aburridos, que he leído? Para mí no hay otra razón que el hecho de que esa lectura en lo particular me fue impuesta en la clase de literatura del bachillerato. El maestro me hizo leer por obligación y no por convicción.

Y estoy convencido de que, cuando hacemos algo por convicción, lo hacemos poniendo todo el empeño, el alma y la vida en lo que hacemos. Nos gusta y lo vemos desde otra perspectiva. Dicen que si tu trabajo te gusta y lo ves como un placer, no se te hace pesado y no lo ves como una obligación. De corazón deseo que todos pudiéramos tener una actividad, remunerada o no, así.

Por qué viene esto a colación. Dentro de las reuniones que se sostienen a manera de revisión del sistema electoral tras los procesos electorales que están a punto de concluir, una de las iniciativas que se están analizando es la de la obligatoriedad del voto. 

Debemos empezar por considerar que el votar es un derecho para el ciudadano, pero también una obligación que así se encuentra establecida en nuestra legislación. Ahora bien, en México el voto es obligatorio, mas no forzado, es decir, no existe una consecuencia que afecte al titular del derecho por no ejercerlo, como puede ser el caso de una multa o una pena privativa de la libertad.

¿Es conveniente el voto obligatorio forzado? Es decir, de acuerdo con nuestra historia social y política. ¿El estado debe obligar a la ciudadanía a votar, so pena de una pena económica, corporal, trabajo comunitario, etc.? Las voces a favor señalan que con ello disminuiríamos el abstencionismo y algunas prácticas que pudieran realizarse como la compra de credenciales, o campañas negras que promueven que, sobre todo los indecisos, no voten, beneficiando con ello a un candidato por el cual sus partidarios si acceden a votar.

Sin embargo, la reflexión que dejo es con la que inicié esta columna. Hacer las cosas por obligación, resulta en muchos casos contraproducente. No se requiere que la gente vote, sino que la haga plenamente consciente de que ello le va a significar un beneficio en tanto que lo que está eligiendo es la manera en cómo la autoridad va a satisfacer sus necesidades colectivas más básicas (seguridad, salud, economía, trabajo, etc.)


Si los beneficios que se obtendrían redundarían en una participación ciudadana, lo que debemos hacer es promover el voto, haciéndolo más accesible (hay que revisar las propuestas que privilegian los centros de votación por las casillas electorales), y seguir brindando educación cívica, donde se exponga que el sistema electoral que tenemos es robusto pero sólido, construido sí a partir de la desconfianza, pero hecho a la medida de lo que necesitamos.

La propuesta sería, en todo caso, estimular la participación. ¿Y si el que vote recibe un privilegio de obtener gratis el pasaporte por un año? ¿Y si obtiene cierta preferencia en el descuento del pago de impuestos? ¿Y si generamos una fila exclusiva para votantes en las oficinas que realizan trámites gubernamentales? Algún mecanismo que sienta el ciudadano que, además de lo necesariamente obvio, es conveniente ir a votar. Pero con convicción.

 

/LanderosIEE | @LanderosIEE

 


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