Heal (2017) y Behind the Curve (2018) han sido subidas recientemente a Netflix y han tenido una audiencia considerable. Mientras el primer documental es una oda a la curandería alternativa tan de moda en nuestros días, el segundo es una presentación de la filosofía terraplanista con un épico e hilarante final. El relativo éxito comercial de ambos documentales debería, a una persona medianamente reflexiva y crítica, hacerle preguntarse por qué las pseudociencias y las pseudoterapias están ganando tanto terreno en nuestra sociedad del conocimiento, y más en general qué es la ciencia y qué no lo es.
Es un hecho: nunca en la historia de la humanidad había sido más fácil obtener conocimiento. Recordarán algunas lectoras y lectores que todavía hace un par de décadas la disponibilidad del conocimiento estaba seriamente limitada. Conseguir publicaciones científicas recientes nos imponía un reto a veces titánico: ir a una biblioteca o hemeroteca especializada, que muchas veces se encontraba en otra ciudad, pedir una a una las publicaciones, fotocopiarlas cuando era posible, o sentarse a leerlas in situ.
Por mi parte, el anterior fue el método mediante el cual pude concluir mis estudios de pregrado y posgrado. Con mayor perspectiva temporal, ahora recuerdo no sin melancolía aquellos días en los que el interés por el conocimiento era una literal aventura quemapestañas. No extraño las largas jornadas dedicadas a fotocopiar artículos de revistas académicas, pero sí echo de menos el incentivo que recibía después de horas frente a la fotocopiadora para leer a cabalidad los centenares de páginas que llevaba a casa al final del día.
Hoy, en un par de minutos puede conseguirse desde la comodidad del hogar o la oficina prácticamente cualquier pieza del conocimiento acumulado y disponible. Hoy es posible estar al día de los avances de nuestra especialidad, y es posible encontrar una respuesta potencial a casi cualquier duda que se nos presente. El boceto del conocimiento cada día se convierte en un cuadro mucho más detallado y acabado, y casi cualquier fenómeno admite al menos conjeturas estocásticas.
Este escenario, visto de lejos, parece la panacea a la ignorancia que aquejó a nuestra especie durante miles de años. Así lo considera también Jennifer Nagel, investigadora de la Universidad de Toronto: “La búsqueda del conocimiento nunca ha sido tan fácil. Preguntas difíciles se pueden responder con unos cuantos tecleos. Nuestras capacidades individuales de memoria, percepción y razonamiento pueden ser verificadas por amigos y expertos distantes con un mínimo esfuerzo. Las generaciones pasadas se maravillarían con la cantidad de libros a nuestro alcance”. Pero, si así son las cosas en nuestra era, ¿por qué el avance de las prácticas pseudocientíficas? ¿Por qué en un escenario donde se nos ha facilitado la obtención del conocimiento florecen alocadas teorías y terapias asesinas?
Quizá nuestro escenario no sea lo ideal que imaginábamos. O, quizá, sea un escenario paradójico: el mejor y el peor para la búsqueda social del conocimiento. Nagel continúa: “Estas nuevas ventajas no siempre nos protegen de un viejo problema: si el conocimiento es fácil de obtener, también lo es la mera opinión, y puede ser difícil descubrir la diferencia. Un sitio web que parece confiable puede estar sesgado, autoridades de fama mundial pueden atender a evidencia engañosa que los lleve por el camino incorrecto, y las ilusiones pueden distorsionar lo que nosotros mismos parecemos ver o recordar. Lo que al principio parecía conocimiento puede llegar a ser algo menos que verdadero conocimiento”.
Así, encontramos una primera respuesta general a nuestra pregunta inicial: debería importarnos qué es y, sobre todo, qué no es la ciencia para contar con una imagen general que nos permita discriminar aquello en lo que debemos confiar de aquello en lo que deberíamos desconfiar. Si la ciencia es la manera paradigmática de la que disponemos para obtener conocimiento, nos sería de enorme utilidad saber qué es lo que hace que la sea una manera especialmente adecuada y justificada de obtenerlo, y qué hace que ciertas teorías y prácticas no lo sean. Por tanto, reflexionar sobre la naturaleza de la ciencia y sus opuestos puede ser vital para separar el trigo de la cizaña.
También hay razones mucho más concretas para motivar una reflexión de este tipo. Así, por consideraciones prácticas, buscamos y requerimos conocimiento fiable en áreas como la salud, el testimonio experto, las políticas medioambientales, la educación y formación científica, y el periodismo. Deseamos diseñar, construir y aplicar políticas sociales, currículos escolares y veredictos en las cortes a partir de nuestras creencias mejor justificadas. Tendemos a atribuirle a la ciencia un papel especial en éstas y otras tareas. De esta manera, por razones prácticas, el viejo problema de la demarcación entre la ciencia y la pseudociencia ha sido rehabilitado.
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