Ya había resuelto no escribir más sobre este tema; pero en discusiones políticas en las que me he visto envuelto recientemente -tan a flor de la piel ciudadana- debido a la incertidumbre provocada por la conducta errática del presidente Andrés Manuel López Obrador, considero indispensable insistir sobre uno fundamental que no debe faltar cuando se pretenda calificar con seriedad la actuación de un gobernante: la Soberanía Nacional, porque de ésta depende la existencia misma de todo Estado. Esto significa que solo con soberanía seremos libres; sin soberanía solo seremos una colonia cada vez más ferozmente sometida y explotada en el patio trasero del imperio estadounidense, conforme avance en su irremediable decadencia.
Unidad nacional. Si una nación que no es potencia militar porque no le interesa invadir a nadie ve amenazada su soberanía, la única forma que tiene para defenderse con éxito es la unidad férrea y solidaria que su pueblo tenga en su firme determinación de ser libre.
México no es una potencia y esperemos que jamás lo sea, pues nuestra tradición no es bélica sino altamente respetuosa del derecho de gentes; por eso no tenemos enemigo alguno, a pesar de que -sin contar la sanguinaria conquista española- a partir de nuestra constitución como Estado moderno independiente hemos sido invadidos por dos imperios.
Si no hay unidad en una nación podrá será víctima de cualquier depredador, como ocurrió cuando el imperio estadounidense en expansión nos despojó de la mitad de nuestro territorio en 1845-1848, época en que el dictador Santa Anna mantenía dividido al país.
En cambio, cuando la Revolución de Ayutla expulsó a ese sátrapa en 1855 y los conservadores fueron derrotados por el pueblo en toda la línea, recurrieron al imperio francés para ofrecerle a Napoleón III la entrega de nuestras riquezas a cambio de que los restituyera en el poder con un príncipe de sangre azul al frente.
Entonces el pueblo mexicano entero se volcó en apoyo de Benito Juárez para sostener una larga lucha de resistencia a base de guerra de guerrillas que para admiración del mundo entero terminó por expulsar al más temido ejército de aquella época que era el francés; ello significó no sólo el fusilamiento de Maximiliano en México, sino la derrota de Napoleón III en su guerra contra Prusia, su destitución, destierro y muerte y la clausura de los afanes de mantener el imperio en Francia con la consolidación definitiva de la República francesa.
¿Hay unidad en México? Volviendo a las discusiones a que me refería en un principio, me parece indispensable insistir en mis referencias a hechos recientes que considero trascendentes, empezando por la convocatoria que hiciera el ciudadano Andrés Manuel López Obrador al pueblo de México el 6 de Enero del 2017 cuando todavía no era candidato, para celebrar un Pacto por Unidad que no supimos bien a bien qué pretendía, pues actuaba en representación de Morena, partido que cuenta con una plataforma de principios con la que no todos los mexicanos coinciden.
En las elecciones presidenciales del día 1 de Julio del 2018 el primer lugar lo obtuvo -como siempre- el que podríamos llamar “partido abstencionista” con 35.5 millones de integrantes del total del padrón -89 millones de ciudadanos- que no acudieron a votar, pero que mañosamente -como siempre- el gobierno no incluyó en el conteo; el segundo lugar lo obtuvo Morena con 30 millones de votos; el tercero el PAN con 14 millones y el cuarto el PRI con 10.4).
Al conocerse el avance del cómputo de los votos con la contundente mayoría de Morena sobre los demás partidos, López Obrador lanzó su segundo llamado de unidad nacional mediante una curiosa petición de reconciliación a la que no parecía haber lugar porque ningún partido manifestó intención alguna de impugnar los resultados y hasta sus más recalcitrantes adversarios le desearon el mejor de los frutos del sexenio para bien de la Nación. Dijo: “Llamo a todos los mexicanos a la reconciliación y a poner por encima de los intereses personales, por legítimos que sean, el interés general”.
Ante ese panorama general de aceptación y a punto de recibir su constancia como presidente electo, ya podía decirse que se dirigía a todo el pueblo no solo con la representación de Morena, sino con la autoridad moral de quien sería su futuro presidente.
Finalmente, el tercer llamado a la unidad nacional lo hizo ya como titular de la presidencia de México, cuando al tomar posesión del cargo el 1 de diciembre del 2018 expresó: “Actuaré sin odios, no le haré mal a nadie, respetaré las libertades, apostaré siempre a la reconciliación y buscaré que entre todos y por el camino de la concordia, logremos la cuarta transformación de la vida pública de México”.
Los ciudadanos quedamos convencidos de que este asunto de la unidad proclamada era una prioridad para el nuevo presidente, por lo que esperábamos un sexenio en el que los contendientes olvidaran las provocaciones lanzadas y recibidas en la campaña y nos dedicáramos, por lo menos, a disminuir la desigualdad y la violencia.
Pero el primero en romper el fuego fue el propio presidente de la República. Con ese estilo que prefiero no calificar pero que carece de la compostura que exige el alto cargo que ostenta, con el que pretendiendo mantener su popularidad -tanto en sus actuaciones matutinas como en sus frecuentes declaraciones a la prensa- lo que nos demuestra es que no sabe otra cosa que mantenerse en campaña, pues con esa insaciable necesidad de hacerse notar comete frecuentes errores que son de serias consecuencias porque en lugar de transmitir seguridad -que es por lo que debe esforzarse un presidente ante su pueblo- las señales que da son, también frecuentemente, de inseguridad e incertidumbre.
Todo lo contrario: división y encono. La respuesta a nuestra pregunta en el sentido de si hay unidad en México es, lamentablemente, negativa.
¿Y la conciencia crítica? Regreso a las discusiones a que me referí en un principio, para plantear que lo más grave del caso es que en la mayor parte de los casos, la polarización es francamente irracional independientemente del grado académico de los contendientes, pues mientras unos atacan todo incluyendo los aciertos, los otros defienden todo, incluyendo los equívocos; prácticamente no queda lugar para las medias tintas. Eso es muy peligroso porque se va perdiendo la noción del equilibrio racional, que es lo que podría llevarnos al encuentro de acuerdos. Poco espacio hay, entonces, para la consciencia crítica, que es lo que con frecuencia el presidente exige a los ciudadanos; el problema es que él mismo no es un buen ejemplo a seguir.
Consecuencias. Son graves, especialmente en lo que se refiere a la soberanía, pero eso lo veremos en el próximo y espero que último número sobre este tema.
Por la unidad en la diversidad
Aguascalientes, México, América Latina