Un filósofo alemán afirmaba que “la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, y la segunda como farsa”, sin embargo, en un país como México todo proceso histórico sigue repitiéndose mediante la tragedia. Todos los días en la radio, la televisión, redes sociales, periódicos, encontramos noticias relacionadas con algún tipo de violencia; asesinatos, feminicidios, violaciones, secuestros, etcétera.
En los primeros ochos meses de la Administración Federal van más de 20 mil asesinatos, lo que coloca a este Gobierno como uno de los más violentos en los primeros meses de su toma de posesión, aunque es claro que la violencia en el país siempre ha existido, el trasfondo es la normalización que se ha hecho de esta. En el 2017, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos daba a conocer que México ocupaba el segundo lugar como el país más violento del mundo, después de Siria.
Los bombardeos mediáticos de la violencia han generado en el imaginario colectivo que la violencia es común en el país y es parte dé, una característica y enigma que lo hace diferente a otros países, de tal modo que la sensibilidad por parte de la ciudadanía ante esta problemática disminuye al mismo tiempo que se incrementa la indiferencia social. A todos nos molesta la violencia, todos compartimos en redes sociales imágenes de gente desaparecida para que puedan encontrarlas a salvo y regresen pronto con sus familias, nos llenamos la boca de discursos políticos vacíos y sin sentido, dirigidos a terminar y disminuir la violencia, todo esto para no caer en lo “políticamente incorrecto”. Sin embargo, en nuestras acciones mostramos todo lo contrario a nuestros deseos, nos comportamos indiferentes ante las víctimas de violencia, criticamos el actuar y los gritos de desesperación de personas que han sufrido en carne vivía algún tipo de violencia y que llevan años exigiendo justicia, de aquellas mujeres, hombres, padres y madres, que han perdido una persona cercana por la ola de violencia e inseguridad, al final no se trata de ellos o ellas, se trata de nosotros.
La postmodernidad se ha encargado de individualizar el comportamiento humano y nos hemos olvidado que vivimos en sociedad, las complejidades son colectivas. No basta con conocer y repasar nuestra historia, porque ésta, al fin y al cabo, se caracterizará por escenarios de tragedia y dolor. Siempre hay un antes y un después de un escenario trágico en toda historia de la humanidad. Dividimos la historia en guerras mundiales, conflictos armados, conflictos políticos, crisis económicas, crisis sociales, etcétera. Al final la tragedia siempre nos acompaña a lo largo de la existencia, de tal forma que aprendemos a sobrellevarla, a vivir con ella, a acostumbrarnos a su peso. Lo mismo pasa con la violencia en el país, como sociedad nos hemos acostumbrado a pagar el precio y a cargar con el lastre que esta genera. Todo esto nos lleva a una indiferencia, no importa ya, cuánta violencia hay en el país, si incrementa o no, al final toda persona víctima se convierte en una estadística, como la que mencioné al inicio de este escrito, y ese es el problema. Las personas víctimas de violencia son más que un número, son seres humanos con historias, sueños y anhelos que por circunstancias muchas veces ajenas a ellos, han sido privados de su libertad y de su propia vida.
Como país hemos tal vez evolucionado bastante en los últimos años, empero esta evolución es directamente proporcional al grado de indiferencia que tenemos como sociedad. No basta presumir avances tecnológicos y científicos, si en lo social nos seguimos comportando como seres primitivos, abyectos en donde el sentido de humanidad se pierde ante el desarrollo deslumbrante de lo material y de la percepción y el constructo social.