La invención del telégrafo en el siglo XIX inició una serie de innovaciones tecnológicas cuya constante ha sido acortar la distancia espacio-tiempo para la comunicación y transmisión de cada vez mayores cantidades de información. Durante la segunda mitad del siglo XX las tradicionales comunicaciones a través del teléfono, telégrafo y correo vivieron una revolución al converger con el desarrollo de los sistemas computacionales, lo cual permitió la invención de Internet y la transmisión digital de información, sonidos, imágenes y videos. Hoy en día, prácticamente cualquier dispositivo electrónico (teléfonos celulares, computadoras, televisiones, sistemas de sonidos, automóviles, entre otros) que cuente con conexión a Internet permite enviar y acceder a cantidades impresionantes de datos e información de manera prácticamente instantánea en casi cualquier lugar del planeta.
Son múltiples las voces que indican que la adopción y el desarrollo de esta última ola tecnológica, que algunos llaman el ‘Internet de las cosas’ (IoT, por sus siglas en inglés), son una pieza clave para adquirir ventajas competitivas en la “cuarta revolución industrial” que se desarrolla en el siglo XXI. Esta idea radica en el supuesto de que los beneficios de tales tecnologías no solo hacen más práctica nuestra vida cotidiana, sino que también permiten ampliar las opciones de consumo, hacer más eficientes y transparentes las actividades del gobierno, incentivan el desarrollo de empleos más productivos e innovadores, mejoran el entorno urbano al hacer más eficiente la movilidad o aminoran algunos de los problemas ambientales que están acabando con nuestro planeta (véase, La cuarta revolución industrial, Klaus Schwab).
Pero ¿qué se necesita para que un país pueda abordar esta nueva ola tecnológica? Si bien no existen recetas mágicas para lograrlo podríamos definir dos componentes centrales: 1) el software y 2) el hardware con el que cuentan sus territorios. El primero, hace referencia al desarrollo de una importante masa crítica de individuos con altos niveles de conocimiento y creatividad, de lo cual hablaré en otra entrega de esta columna. El segundo, es la infraestructura física necesaria para el funcionamiento de todo el entramado de dispositivos interconectados que permiten el intercambio de conocimiento e información global. Entre tal infraestructura se encuentran los satélites artificiales, cables de fibra óptica terrestres y submarinos, redes de antenas y telepuertos desplegados dentro y fuera de los territorios nacionales.
El desarrollo de tal infraestructura no es una tarea sencilla. En principio, se requiere contar con una verdadera planeación de dicha infraestructura encaminada a lograr competitividad global y la inversión de una monumental cantidad de recursos público-privados para la edificación de dicha infraestructura.
Los gobiernos nacionales y locales del llamado corredor urbano “Western Pacific Rim” (Borde Oeste del Pacífico) han entendido y aplicado este último par de ideas. Las ciudades que conforman dicho corredor (Tokio, Yokohama, Nagoya Osaka en Japón; Kaohsiung, Hong Kong en China; Busan, en Corea del Sur; y las ciudades de Bangkok, Manila y Singapur) han adquirido ventajas competitivas en la economía del mundo al convertirse en nodos centrales del intercambio de conocimiento e información del sureste asiático al haber realizado importantes inversiones en la construcción de “súper infraestructura” que las ha dotado de la conectividad económica, social y política requerida para la competitividad en el ámbito global. De esta forma, la edificación de telepuertos, el despliegue de una extensa red de fibra óptica, complementadas con la construcción de aeropuertos, puertos marítimos, trenes de alta velocidad, carreteras y centros de convenciones han configurado a dichas ciudades en protagonistas del comercio y la tecnología mundial.1
En México, en cambio, la información sobre inversión pública y privada en infraestructura de telecomunicaciones indican que dicha inversión no se ha hecho de manera constante y más bien se ha realizado para atender situaciones coyunturales (por ejemplo, la reparación de la infraestructura de telecomunicaciones dañada por el sismo de 1985).2 Asimismo, la inversión histórica en esta materia se ha enfocado en atender principalmente la demanda de la Ciudad de México, lo cual ha generado una importante brecha entre el centro y otras partes del país. Frente a este panorama es importante subrayar la necesidad de llevar a cabo una verdadera planeación nacional de la infraestructura digital que permita e incentive la competitividad de las ciudades y las regiones del país en la todavía nueva ola tecnológica de la “cuarta revolución industrial”.
- Choe, S (1998), “Urban corridors in Pacific Asia”, en Fu-Chen Lo y Yue-Man Yeung (eds.), Globalization and the world of large cities, United Nations University, Estados Unidos.
- Santiago L. E. (2013), “El sistema telemático en México”, en Gustavo Garza (coord.), Valor de los medios de producción socializados en la Ciudad de México, El Colegio de México, Ciudad de México.