¿Cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida?
Tú, el mejor dotado de los conductores suicidas…
Conductores suicidas, Joaquín Sabina
¿Qué pasaría si la política pública de los distintos órdenes de gobierno destinada a atender el problema del suicidio cambiara radicalmente de enfoque? ¿Qué sucedería si, en vez de intentar combatir e inhibir la auto privación de la vida, se ofrecieran opciones dignas para abandonar la existencia? ¿Cambiarían los índices de tentativas e intentos logrados si -en lugar de enfocarnos en lo que nos motiva a morir- fortaleciéramos lo que nos ata a la vida?
En un escenario hipotético, nuestra sociedad atiende de manera distinta el fenómeno del suicidio. Cambia la legislación, invierte presupuesto público, y difunde intensas campañas, con el fin, no de combatir el fenómeno, sino de promoverlo en condiciones de mayor dignidad y menor dolor, tanto para quien lo hace como para quienes lo rodean. En ese escenario hipotético, el estado crea clínicas tanatológicas para la población con intenciones suicidas. En estas clínicas se recibe a las personas con intenciones de matarse, con ideación suicida, o -simplemente- con hastío de vivir. Ahí, con discreción profesional y alta calidad humana, se les brinda un proceso de terapia tanatológica en el que quien desea abandonar la existencia asume el propio duelo y pueda manejar de mejor manera su despedida, tal como se hace con los enfermos terminales, pero con una carga disuasiva que permita preservar la vida hasta donde sea emocional y voluntariamente posible. Esas mismas clínicas, mediante la certificación del estado, ofrecerían -además- un suicidio asistido, indoloro físicamente, menos impactante emocionalmente para su comunidad cercana, y que garantice el abandono de la existencia en marcos de paz y dignidad.
Esta idea puede parecer -a todas luces- descabellada. Y seguro lo es. Sin embargo, la gente no deja de matarse a sí misma, en condiciones violentas, atroces, y muy dolorosas para ellas mismas y para sus entornos. Ofrecer un servicio de estas características ayudaría, entre otras cosas, a una mejor comprensión del fenómeno; a discernir los casos en los que pacientes con neurodivergencias podrían ser atendidos con medicación; a atender a pacientes con problemas emocionales, que podrían obtener terapias psicológicas para moderar la ansiedad, el pánico y la ideación suicida; a aquilatar las motivaciones que nos hacen querer despedirnos, y las motivaciones que nos hacen querer permanecer, a fin de mitigar unas y fortalecer otras; y a los casos en los que -libre, voluntariamente y en plenitud de consciencia- alguien desea sinceramente morir, acompañarle con decoro y dignidad en el pesado periplo de la despedida.
Para esto, en principio, habría que combatir el estigma del suicidio. Popularizar la realidad de que la vida es una contingencia que puede ser deseable o no. Que, cada persona, en la plenitud de sus facultades intelectuales, psicológica, y emocionales, tiene la potestad sobre sí misma para decidir irse o quedarse. En complemento, la comunidad completa habría de comprometerse a encontrar las formas de coexistencia que hagan de la vida algo que sea deseable de experimentarse.
Sin embargo, quienes deciden abandonar la existencia lo hacen debido a la pesadez de situaciones límite; es decir, no deciden en entera libertad, sino orillados por la precariedad emocional, económica, psicológica o psiquiátrica. Para suicidarse en entera libertad, habría que reinventar el mundo. En ese sentido, es una responsabilidad comunitaria el encontrar los asideros que pueden hacer deseable vivir. Para ello, habríamos urgentemente de cambiar nuestra forma de habitar nuestras propias colectividades, desde la política, la económica, la construcción del género, la integración de las diversidades sociales, nuestra relación con el entorno, a fin de llegar a nuevos paradigmas distintos a la actualidad capitalista, depredadora, heteronormada, y patriarcal, fundamentada en el “O tú o yo”; para acceder a nuevas formas de convivencia basadas en la cultura de paz, en el diálogo empático y comunitario, y en la premisa del “Tú y yo”.
Como es seguro que un cambio paradigmático así tarde años (acaso siglos) en llegar, quizá no sea tan descabellado iniciar con clínicas tanatológicas para suicidas, en las que quizá se puedan anticipar y reducir los intentos de autoinmolación, y -al menos- podamos dar a las personas que hemos dejado lo suficientemente solas como para que decidan eliminarse a sí mismas, tengan -en el camino final- el acompañamiento humano que (como comunidad) les hemos quedado a deber.
[email protected] | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9