Hombreras gigantescas, glitter en el pelo,
esmalte de uñas negro, leopardo y cuero.
Te has quedado en el setenta y tres, con Bow y T Rex….
El Rey del Glam. Alaska y Dinarama
Cuatro policías en Azcapotzalco detienen a una adolescente que regresaba de una fiesta, a dos calles de su casa. La violan. La joven, con el apoyo de su familia, interpone denuncia. Los aparatos del estado encargados de prevenir los delitos y de procurar la justicia, filtran información sensible sobre la denuncia. La adolescente y su familia desisten de seguir el proceso legal. El gobierno de la capital entra en una nueva crisis, ahora no sólo de seguridad, sino de -otra vez- violencia de género y abuso de autoridad. A la crisis de legitimidad y de credibilidad que corroe al gobierno de la capital, se suma su incapacidad para el control de daños y el resarcimiento a la víctima. Cunde una protesta en la que se hacen pintas callejeras, se rompe una puerta de cristal, y -en el colmo de lo indecible- arrojan brillantina rosa sobre el titular de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) de Ciudad de México.
Con el hashtag #NoMeCuidanMeViolan, activistas por los derechos de las mujeres convocaron a una protesta, no sólo por una violación, no sólo porque esa violación fue perpetrada por quienes deberían prevenir el delito; no sólo por la falta de sensibilidad de la autoridad; sino, fundamentalmente, porque gran parte de la sociedad está harta de que las mujeres (más de la mitad de la población nacional) sean víctimas en riesgo permanente de sufrir desde abusos hasta asesinatos, por el mero hecho de ser mujeres en un sistema político, económico, y cultural, que las cosifica y las vulnera de diversas y perennes formas.
Luego de la manifestación, y del incidente con la brillantina rosa, volvieron a pulular los listillos que -principalmente en redes sociales, pero también en cualquier charla cotidiana- salen a decir que esas no son formas de protestar, que la lucha se ha desvirtuado, que el feminismo “de ahora” es “peor” que el feminismo de “antes”, con lo que exhiben no sólo su carencia intelectual, su falta de conciencia colectiva, o su vergonzosa ausencia de empatía; sino que hacen gala de su profunda imbecilidad.
En abril de este año, El Sol del Centro presentó un análisis sobre la Encuesta Nacional de Discriminación (Enadis) del Inegi, cuyos datos son escalofriantes: en cuatro entidades del país, Chiapas, Tabasco, Sinaloa y Colima, el 28% de hombres encuestados afirman que “algunas mujeres son violadas porque provocan a los hombres”. En estas entidades se presentaron al menos 11.8 casos de violación por cada 100 mil mujeres, entre 2015 y 2018, lo que pone a esos estados entre las entidades de mayor incidencia de este delito. Aunque éstos son los casos más graves, la normalización de la violencia física y sexual contra las mujeres ocurre en todo el país. Según la Enadis, en 15 estados de la República, al menos 20 de cada 100 hombres creen que algunas mujeres son violadas “porque los provocan”. Igualmente, en 20 estados, al menos 10 de cada 100 hombres creen que está justificado pegarle a una mujer.
No sólo eso. En otra perspectiva, El Heraldo de México hizo público en enero de 2018 un reporte basado en estadísticas del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), que documentan un crecimiento de la violencia de género durante el año inmediato anterior que revelan que, en 2017, cada 24 horas en promedio, se reportaron a las autoridades ministeriales 99 delitos sexuales, en todo el territorio nacional. estos delitos van desde el hostigamiento hasta la violación, pasando por el abuso contra menores, el incesto, o la violación equiparada. Aquí, las entidades con más incidencia fueron el Estado de México, con 3 mil 954; seguido por Jalisco, con 3 mil 246; Baja California, con 2 mil 495, y Nuevo León, con 2 mil 331.
Se podrían seguir las estadísticas, las cifras denunciadas, y el pozo oscuro de los abusos que no llegan -por las razones que sea- a denunciarse. Sin embargo, los datos mostrados son ya bastante atroces para que cunda el asco sobre el sistema cultural que -por acción u omisión- hemos mantenido imperante. Si por exigir lo que el estado debe atender con urgencia, se llega a romper una puerta, si se pinta una pared, o si se arroja brillantina rosa a uno de los funcionarios que ha fallado en contribuir a entornos libres de violencia, es -francamente- lo de menos. Lo importante es que ni la sangre de las víctimas siga corriendo, ni sus cuerpos y mentes sigan siendo atrozmente vulnerados. Los hombres de este país deberíamos de estar agradecidos de que las mujeres busquen sólo justicia, y no venganza. Que venga la brillantina.
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