Dedicado a Laura
Llegué a la universidad demasiado temprano aquel agosto de 1999, alistado, acicalado, seguramente la anterior noche de domingo me fue casi imposible dormir -no lo recuerdo- estaba listo para el comienzo de la vida universitaria, mi primer día con todas las expectativas que esto conlleva, desde el orgullo familiar hasta el desafío personal, la verdad en mi caso era un reto divertido entrar a una etapa de aventura y descubrimiento.
Con plano del campus en mano y decidido a encontrar mi primera clase localice el aula, para mi aterradora sorpresa el profesor se encontraba ya escribiendo en la pizarra en un salón colmado de estudiantes, toqué tímidamente e interrumpí la clase, el docente miró sobre el hombro y todos los estudiantes dirigieron sus miradas hacia mí que con voz entrecortada pedí permiso para entrar, pero algo se veía extraño, fuera de lugar, el aspecto de aquellos alumnos lucia algo diferente a lo que yo esperaba, jóvenes muy bien peinados con ropas grises combinadas, formalmente presentados y mucho mayores que yo, una voz gruesa y tensa me devolvió de mis observaciones a la realidad cuando el docente cuestiono ¿qué busca usted, jovencito? apenas tartamudeé; aula 217 A de Diseño Industrial, él me miro displicente y al unísono de la carcajada florida del aula me respondió ¡esta es la 217 B, Tesis de Derecho! Así de chueco comencé la universidad.
Los primeros semestres fueron difíciles por decir los menos, no tanto por los conocimientos académicos que uno debe de adquirir si no mas bien en autoguiarse entre materias, créditos, horarios, evaluaciones, porcentajes, faltas, etc. fue complicado entrar de golpe a un nuevo ritmo de vida que me consumía literalmente todo el día, en una carrera de baja demanda -en ese entonces- y casi desconocida -hasta nuestros días- el grupo se conformó por cincuenta nuevos universitarios con distintos sueños, origines y motivaciones, desde aquellos que querían ser veterinarios y que esta carrera había sido su tercera opción, pasando por los que alejaron que les gustaba el diseño por no tener matemáticas y poder casarse, hasta las que francamente mencionaron que sus padres les habían mandado ahí argumentando que era mejor pasar en la universidad el tiempo que en sus casas o en la calle, los testimonios fueron variados, tan solo un puñado habíamos elegido a plena conciencia -si es posible tenerla a esa edad- que queríamos ser vehementemente diseñadores. De aquella generación de cincuenta promesas de futuro abarrotadas en un salón de restiradores de dibujo entre bancos, pizarra y tizas egresaríamos en tiempo y forma tan solo siete. El mapa nunca es el territorio.
A estas horas me recuerdo de tantas cosas; del incasable devenir de los semestres, de las materias, los talleres de diseño, los horarios y en particular de los docentes que merecen mención aparte, los pobres trataron de hacer lo que pudieron con nosotros, repaso desde los mas petulantes -que tristemente creían que lo sabían todo- hasta los mas bondadosos y humildes -que enseñaban aprendiendo- las criticas pedagógicas a estas alturas están de más, a cada uno los guiaba el tratar de hacerlo lo mejor posible -al menos eso quiero pensar- encarar un listado de aquellos docentes sería de mi parte un acto de gratitud pero también de infantil revancha donde al igual que nuestro grupo solo a un puñado podría llamársele “Docente” con todas sus letras, hondamente ellos saben quiénes son.
La Universidad también merecería otro texto aparte, disfruté sus espacios, sus aulas, su ambiente universitario, mi alma mater sumo para alimentar un pensamiento critico compartido con muchos compañeros que como cliché novelístico nos volvimos contra la autoridad -hasta nuestros días- cuestionando sus espacios tan asépticos, su orden limitante, su falta de autonomía y gratuidad, su palidez política, la simulación de la federación estudiantil, la nula movilización social, sus docentes adoctrinados, su amurallada ciudad universitaria. Algunos aun conservamos el virus jovial de revelarnos contra las instituciones caducas.
Hay muchas cosas con las que me quedo de aquellos años, que están en mi memoria y que el tiempo no hace envejecer, algunas triviales y banales pero las mas sentidas, las mas importantes son aquellos momentos que compartí con mis compañeros, con aquellos mocosos que intentábamos ser diseñadores y que jugábamos a serlo, con aquellos grandes amigos, algunos se fueron quedando en la batalla académica, el sistema autómata y burocrático expele cualquier diferencia y arropa la uniformidad, los que descubrimos el truco pudimos sortear el vendaval, aunque para los más talentosos los trucos no eran necesarios, así quedaron en el camino grandes amigos en cursos abajo o simplemente abandonaron, los últimos semestres asistíamos al aula solo siete sobrevivientes de aquellos entusiastas cincuenta, aquellos siete nos convertimos en una cofradía de amistad y de apoyo, cada uno con una personalidad tan marcada y diferente que ensamblaba perfectamente en el grupo, cada cual con sus ideas y sus historias, pocas veces he sentido la unión de un grupo como en aquellos años. En un punto de la carrera ante la baja a mansalva de compañeros hubo un acuerdo implícito en que no perderíamos en el camino a ni uno más, de ahí se derivó un apoyo incondicional para aprender entre nosotros, el egoísmo era una palabra fuera del grupo, cada uno aportaba su conocimiento para el bien colectivo y se desvelaba en aquellas míticas noches apoyando al mas carente de luces en algún proyecto, debo confesar sinceramente que sin ellos egresar no me hubiera sido posible.
Una vez que las máquinas del taller se desenchufaban y el aula se cerraba comenzaba el ritual, ahí estábamos los siete -y algunos compañeros más- en reuniones, fiestas, debates, comidas, salidas, experimentando cada uno a su manera la juventud y todos sus enigmas, percibiendo, probando, corrían a raudales los textos, la música, las películas, el arte, las drogas, los rumores, la revolución de las hormonas, las ideas amotinadas y ahí en medio del vértigo el diseño estoicamente nos sostenía a todos y nos encarrilaba siempre de vuelta para cada examen, cada entrega, cada proyecto.
Nadie ni por asomo hubiera alcanzado a vislumbrar qué seríamos, en donde estaríamos, a dónde nos llevarían nuestra efervescente existencia veinte años después, ninguno imaginábamos a ese grupo de jóvenes y sus vidas. Ahora aquí a miles de kilómetros de esas aulas rememoro a cada uno de mis queridos compañeros que supieron enseñarme más allá del diseño el valor de la amistad, adjetivarlos individualmente sería reducirlos en su dimensión de hombres y mujeres talentosos, dedicados, nobles, locos, tímidos, irreverentes, meticulosos, espirituales, anarquistas, complejos y simples, pero sí sé que una parte de su dimensión se forjó en el camino que azarosamente nos encontró, que nos reunió aquel agosto. Todo mi afecto para Felipe, Nancy, Marco, Gaby, Huicho y especialmente para Laura, que esta semana se adelantó a preguntarle al creador cómo diseño todo esto.
Gracias por no tomarme en cuenta. Hablas de egoísmos y lo único que leo es justamente eso.
Mil gracias!! Soy hermana de Laura y me hiciste revivir tantos momentos que me platico mi hermana, ella los adoraba y realmente fueron una parte fundamental para su vida. Gracias por hacerla tan Feliz!!!!!