El pasado jueves 20 de junio en Tapachula, el gobierno mexicano entregó al gobierno salvadoreño, de manera inmediata y sin condiciones, 30 millones de dólares (ampliables hasta 100 millones) y dio inicio al plan de fomento de la agricultura, con el que se esperan crear 20 mil empleos en El Salvador. Este plan de cooperación internacional se remonta al gobierno de Felipe Calderón, quien en diciembre de 2011 firmó un decreto para la creación del Fondo de Infraestructura para países de Mesoamérica y el Caribe (Fondo Yucatán), con una bolsa de 160 millones de dólares. El gobierno actual ha ampliado el tipo de programas y apoyos a los que se destinarán los recursos (ya no sólo a infraestructura y asistencia técnica para intercambio comercial), incorporando proyectos de desarrollo de capital humano, equipamiento de instalaciones y albergues, desarrollo de sistemas de registro, control y seguimiento de sistemas de flujos migratorios. De manera acertada, el gobierno federal ha sumado hoy al proyecto la variable migratoria ante la crisis humanitaria que ya se vive (y se espera que se acreciente) en nuestra frontera sur.
En redes sociales y en la comentocracia mexicana encontramos una fuerte reacción con respecto a la entrega del dinero. Algunos opinadores sugieren que la medida es vergonzosa, cínica e imprudente. Otros confunden este tema con otro: la ley de austeridad y los recortes draconianos que el gobierno federal ha implementado en sectores sensibles como la cultura, la investigación y la salud. En ambos casos se opera con la misma lógica: la de nosotros/ellos. ¿Por qué debemos destinar recursos al pueblo salvadoreño mientras se hacen recortes sustantivos en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en el Instituto Mexicano del Seguro Social y en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología? ¿Por qué se atienden los problemas de ellos y no de nosotros? Lejos de la ignorancia detrás de los comentarios (pues este fondo se creó con anterioridad y estaba ya el dinero etiquetado para este problema), en los cuestionamientos se oculta una xenofobia y un nacionalismo pocas veces visto en la ciudadanía mexicana, antes orgullosa de su carácter amigable y fraterno con los extranjeros.
Los nacionalismos esencialistas y robustos son una mala idea en México y en cualquier rincón del orbe. Y lo son debido a que el nacionalismo exacerbado es cuestionable al menos tanto por razones políticas, morales, fácticas y pragmáticas. Vamos de una en una. Desde un punto de vista político, algunos afirman que las naciones deberían extinguirse. Las relaciones entre las naciones son cada día más cercanas, volviendo al mundo cada vez más pequeño. El hecho de la globalización (nos guste o no) nos empieza a exigir una nueva realidad política. Como sugieren los internacionalistas, el concepto mismo de ‘nación’, como entidad políticamente soberana, es anticuado, por lo que las fronteras artificiales que se establecen entre los pueblos interfieren con el funcionamiento efectivo de las sociedades humanas. Así, el futuro de nuestro planeta parece depender de la integración de la humanidad en un sistema global e integral.
Desde un punto de vista moral, las clasificaciones nacionales suelen colocar a algunas personas debajo de otras e identifican a ciertas personas con rasgos indeseables. En primer lugar, la distribución de las personas en naciones está al servicio de las élites dominantes, las cuales controlan las estructuras de poder y son capaces de explotar a ciertos seres humanos a favor de sus propios intereses. En segundo lugar, la soberanía limitada da pie a crímenes horrendos de los que ciertas naciones salen impunes, pues impide que otras naciones interfieran en sus asuntos internos, lo que imposibilita la oposición efectiva a los abusos que ocurren al interior de ellas. Por último, y como consecuencia de lo anterior, el reconocimiento de las obligaciones nacionales puede entrar en conflicto con los deberes universales (efectivamente morales).
Desde un punto de vista fáctico las cosas no son más sencillas, pues ¿qué son las naciones sino artificios, cuyos límites son el resultado de eventos históricos contingentes? Dado que las naciones son artificios establecidos con base en eventos históricamente contingentes, entonces no pueden ser consideradas como hechos inmutables, sino como productos humanos sujetos a múltiples manipulaciones.
Por último, y desde un punto de vista pragmático, los problemas antaño nacionales se han vuelto globales, lo que ocasiona que no puedan ser resueltos a nivel local. Algunos ejemplos de estos problemas son el cambio climático, la pobreza alimentaria y, por supuesto, la migración.
Así, y por mi parte, aplaudo la medida del gobierno mexicano. Aplaudo la ampliación del programa inicial. Considero que debe hacerse mucho más y que otros gobiernos deben emular la medida. El problema de la migración es global y es humanitario, por lo que una lógica xenófoba de nosotros/ellos no sólo no resolverá el problema, lo agudizará. Los deberes nacionales deben estar por debajo de nuestros deberes universales, y nuestro deber es ahora con las personas que han tenido que dejar su hogar por la violencia, la pobreza y las afectaciones que sus territorios han sufrido a causa del cambio climático. Cualquier otra postura me parece poco sustentada por argumentos.
Dos comentarios adicionales. Uno: la lógica nosotros/ellos es contraproducente casi en cualquier ámbito de la vida pública, no sólo con respecto a las naciones. Está presente en las políticas identitarias que optan por la diferencia y la exclusión, que buscan el monopolio de la palabra, los temas y las agendas. Así, el único comunitarismo deseable es aquél que considere a la comunidad humana en su totalidad y vele por el bienestar de todos los seres humanos (incluso, de otras especies animales que sufren por nuestra causa). Dos: temo la próxima creación de un partido político nacionalista de extrema derecha en México, que aproveche toda esta xenofobia que se ha manifestado en los últimos días. Espero equivocarme.
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