Entré a la Casa Museo de León Trotsky después de casi quince años de no visitarla, un tanto por mi admiración por el revolucionario ruso, otro tanto por la nostalgia de volver y estar frente a su tumba, me ganó la emoción.
En años anteriores a las primeras visitas y luego en mi larga ausencia en esa Casa en Coyoacán que es también el Instituto del Derecho de Asilo he dedicado parte de mi tiempo a leer la obra y sobre la vida de Trotsky lo que provoca que los lugares al volver a verlos tengan un valor personal diferente por lo que representan esos sitios.
El recinto más cuartel o cárcel que hogar, el pequeño jardín con las jaulas para conejos y palomas que criaba el autor de “La Revolución Permanente” son parte de esos sitios que de tanto visitarlos en la década de los noventa se me hicieron propios y cotidianos.
Así, su cocina, el modesto comedor, la oficina, su habitación y la de su nieto, el estudio en el que fue herido son parte de lugares que tomo como familiares al recorrerlos.
Así, ver sus libros en los estantes de su biblioteca, su ropa modesta, su cama sencilla nos lleva a comprender mejor a ese hombre que prefirió la congruencia con esa consecuencia trágica del destierro, la persecución y su muerte a traicionar su ideología, su manera querer un mundo mejor y diferente.
Andar por sus jardines y detenerme frente a su tumba y a la de su compañera me invita a reflexionar sobre la importante labor de México al dar asilo a perseguidos políticos y cómo eso nos dio estatura moral frente al resto de las naciones.
El neoliberalismo no solamente nos quitó esa tradición gubernamental de apoyo, sino también y de manera más importante redujo en muchos mexicanos la generosidad de recibir y ayudar a quien lo pide. Ahora hay quienes ven a los hermanos centroamericanos como a unos extraños olvidando nuestra historia común, nuestra cultura común, nuestros afectos regionales y sobre todo que más allá de las fronteras todos somos latinoamericanos.
Por eso andar la Casa de León Trotsky fue como andar el hogar de un amigo recordando su legado ideológico, pero también me llevó a reflexionar sobre lo mucho que debemos recuperar los mexicanos y que nos arrebató la práctica de una forma de pensamiento basado en el egoísmo.
Una sensación muy diferente me provocó al otro día recorrer la ex Residencia Oficial de Los Pinos.
Hace veintitrés años, a mitad de los noventa, en al menos cuatro ocasiones al año me tocó cubrir un evento como reportero en Los Pinos, no pasaba más allá de los salones a los que se accedía desde la puerta principal y luego a escribir del acontecimiento en la Sala de Prensa colocada literalmente afuera de la Residencia, después de la reja.
Desde entonces no había vuelto a ese lugar, ahora como totalmente abierto al público con el Gobierno de la Cuarta Transformación.
Confieso que sentí una gran emoción ingresar a ese espacio acompañado de mi hijo y a nuestro lado un grupo de personas entre personas que eran algunos profesionistas, media docena de obreros, amas de casa y una bulliciosa turba de estudiantes universitarios.
Recorrimos la Casa de Lázaro Cárdenas, con su sobria elegancia convertida hasta hace poco en oficinas, pasamos frente a la de Adolfo Ruiz Cortines, entramos a dos de los salones oficiales, caminamos los jardines y calzadas. Finalmente dentro del recorrido conocimos la casa Miguel Alemán que habitó hasta terminar su sexenio Enrique Peña Nieto. La opulencia del primer piso, las enormes habitaciones vacías que hacen suponer el enorme lujo que se llevaron en camiones de mudanza provocaba una indignación en los visitantes que poco a poco rompían su silencio en comentarios al grupo que circunstancialmente se había formado.
El enojo por el lujo imaginado al completar mentalmente la imagen de las enormes y cómodas habitaciones era tal vez la sensación del espectador de una película violenta en la que solo escucha los gritos y las cuchilladas, pero la cámara no muestra lo que sucede a una mayor indignación por los lujos en que vivían los altos funcionarios neoliberales mientras la gran mayoría de los mexicanos vive en la pobreza manteniendo esos privilegios.
Luego de andar esa mansión y sus jardines, mi sensación fue de gratitud al saber que de entrada en este sexenio, el nuevo gobierno había dado la señal y el mensaje claro de que ese dispendio y su modelo económico fabricante de desigualdades había terminado.
Sin duda, los hogares nos dicen mucho de quienes los habitaron y sobre su manera de pensar y conducirse, les propongo una tarde entrar a su propio hogar y mirarlo con la mirada ajena y objetiva del visitante, es una buena manera de vernos frente al espejo.
Refill: En la mañana del sábado al regresar de la Ciudad de México de presentar en la Casa del Poeta Ramón López Velarde acompañado de mis amigos poetas Carmen Nozal y Alejandro Sandoval tuve la desagradable experiencia en el Aeropuerto de Aguascalientes de cómo los taxistas con base a ese lugar hostigan y amedrentan a los pasajeros para que no usen el servicio del Uber, ahí la patrulla de la Policía Federal se conducía como cómplice de esa conducta pandilleril de los conductores.
Al tomar el Uber un par de taxistas del aeropuerto a bordo de sus unidades nos siguieron entre hostigamiento y amenazas al conductor y a los que íbamos en la unidad hasta llegar a la autopista que lleva a la ciudad ante la mirada indolente de los agentes policiacos federales.
Algo deben hacer de manera urgente que las autoridades federales y estatales actúen, pues dejar hacer esto a los taxistas del aeropuerto los convierte en cómplices.