Parturient montes, nascetur ridiculus mus: mi bestiario preferido cuando era niño fue el diccionario Larousse, tamaño tabique, que teníamos en casa. En ese entonces, por una extraña razón, cuando terminaba el diccionario empezaba una sección de latinajos y después brevísimas biografías de personajes célebres. Le llamo bestiario porque más de una vez me encontré con palabras monstruosas como ferruginoso, faramalla o campeón. Son espantosas por guapachosas y uno cree que pueden usarse a la menor provocación; pueden inventarse novelas enteras sólo por darse el gusto de colocarlas ahí, como que no quiere la cosa. También en aquel libro sagrado me encontré con la frase que inicia este monstruo propio. “Partan los montes, ha nacido un ridículo ratón”. La frase es obvia, exacerbada, y sólo un mamón se la aprendería para recitarla de sopetón, pero también me hace pensar en aquella otra fábula, la del ratón campesino y el ratón de ciudad. Ratón que mira al ratón atravesar las montañas o los rascacielos y quiere educar a su primo en los menesteres de cuál debe ser el origen verdadero, el mejor, el más cómodo. Cuántas montañas debemos destruir para descubrir la verdad, siempre la verdad.
E pluribus unum: quizás no hay nada más guapo y adecuado que el latín para hacernos sentir hombres de un sólo corazón. Espere un momento, estas sinapsis enloquecidas. Recuerdo el “de muchos, uno” por aquella vez, cuando un señor me tocó el hombro, apretó ligeramente y dijo: “no sabía que había que tener una apellido extranjero para ganarse un concurso”. El señor estaba evidentemente dolido y a mí, al menos por esa tarde, me colocó una nube negra sobre la cabeza. También me regaló algunos libros publicados por el estado de Michoacán, “para que nuestra cultura se distribuya, sepan que existen autores en nuestra comunidad”. Yo sólo me encogí de hombros, di las gracias por los libros, incluso los leí. ¿Qué se le responde a un hombre así? ¿Empieza uno a contar los años de conquista? ¿Quizás se discute con una brevísima historia del éxodo judío y los nazis ocultos para después comparar con el genocidio de la Conquista? ¿O debí contarle que por primera vez en la vida había probado el pescado zarandeado? Lo extraño como no tienen una idea. Para un don nadie que apenas se había sacado una mención honorífica (la mayoría de esas son de chocolate, pero le digo eso al señor y no salgo vivo), con ese pescadito sentí que había ganado todos los premios del mundo.
Festina lente: a prisa pero despacito. Vi una película en Amazon Prime, Chef, y luego vi el documental de Netflix que surgió de la misma película. Vi con tanta atención cómo doraban los panes y hacían los sándwiches que me obsesioné con la idea de dorar los panes. No sólo he aplicado el mismo principio a los sándwiches, pero también a las sincronizadas y las tortas. Aceite, dorar el pan, un poco de mantequilla, todo sobre el sartén de hierro. Vigilar el color de los granos sobre el hierro, escuchar y después oler el efecto del fuego. A prisa, despacio, el mismo precepto que ha alegrado mis días en la cocina también fue el único que me salvó la vida. Ah, este ratón se ha desviado, ya está pensando en otra cosa. He descubierto un sabor ordinario, pero divino, que ha alegrado todas mis tardes y mis noches cuando me hago de cenar, o me hago el tentempié de mediodía (sándwich de mermelada o de crema de almendras, no de ambos, no sea cerdo). Cada día que pasa, aún cuando no puedo estar quieto, aún cuando mi programación es dividir mi atención en mil cosas, me tatúo el festina lente cuando estoy mirando algo en el fuego.
Carpe diem: después del cáncer y todo este largo viaje que suma otras pequeñas desgracias, estoy convencido de que la felicidad no existe. Explicar “felicidad” es muy largo y complicado, pero sí, es eso que usted está pensando, esa felicidad de comercial, o de película, o de Avenger. Sin embargo, no me queda espacio y esta trampa, como las del diablo, es intencional pero… la única certeza en la que creo es adueñarse del tiempo, reclamar los instantes. Festina lente: leo mis libros, juego mi pokémon, me sumerjo en las alegrías y las decepciones de mis amigos; no hay prisa, de todos modos sólo estaremos aquí un segundo. E pluribus unum: segundo a segundo de pequeñas victorias, quizás, al final, esta sucesión de eventos que he reclamado para mí, que le he arrebatado a la muerte y a la ansiedad crítica de entender lo que es la felicidad, quizás en ello estará el triunfo máximo. Parturient montes, nascetur ridiculus mus: no te muevas, te están mirando o por qué no sacas la lengua y te pones a bailar, a ver si muy machito.