Fe de erratas. Quienes nos enfrentamos al reto de dar a conocer nuestra obra mediante la publicación periódica, sostenemos una lucha contra el tiempo que en ocasiones nos hace cometer errores u omisiones al escurrírsenos la oportunidad de revisar el trabajo con la recomendable calma que el término fatal del plazo nos regatea; en ocasiones son lo que llamamos simples errores de dedo -que no siempre son tan “simples”- como el que cometí cuatro párrafos antes de terminar el artículo de la semana pasada, en el que se me pasó un cero cuando señalé que la primera caravana migrante de Octubre del año pasado estaba integrada por 70 mil personas cuando en realidad fueron 7 mil, cantidad de por sí descomunal; en otras pueden ser provocados por la prisa o el descuido, pero los peores son los errores u omisiones de criterio. Y cuando más nos golpean esos errores u omisiones es cuando chocamos con ellos al leer la versión impresa.
Error de criterio. En esta ocasión me voy a referir a un error de criterio que he estado cometiendo al calificar como candidato al ciudadano Andrés Manuel López Obrador al referir hechos realizados por él cuando no lo era, dejándome llevar por el simplismo multitudinario en el que hemos caído muchos mexicanos por el fenómeno AMLO. Y no he querido dejarlo para una fe de erratas al final del artículo porque me parece de importancia capital aclararlo desde el principio, porque si algo nos hace falta a los mexicanos es el ejercicio de la conciencia crítica en nuestra actuación cívica.
Esto significa, simple y llanamente, que entre la elección del 2012 y la del 2018, Andrés Manuel López Obrador fue un simple ciudadano hasta que participó como precandidato en la precampaña iniciada el 14 de diciembre del 2017.
Si es así entonces yo, como uno de tantos, he incurrido en el error de referirme a él como “candidato” en sus actividades proselitistas ajenas a estas fechas limitadas por el calendario electoral a cinco meses del 2006, del 2012 y del 2018; ni un día antes, ni un día después.
Proselitismo prohibido. Pero aparte de que no era candidato está la prohibición de realizar proselitismo político en el extranjero que ya vimos, más el que establece que “Los precandidatos a candidaturas a cargos de elección popular que participen en los procesos de selección interna convocados por cada partido no podrán realizar actividades de proselitismo o difusión de propaganda, por ningún medio, antes de la fecha de inicio de las precampañas; la violación a esta disposición se sancionará con la negativa de registro como precandidato”.
El espíritu de la ley. Apegado a la letra de la ley, el entonces ciudadano López Obrador podría decirnos que si no había solicitado el registro para ser precandidato, ni realizaba campaña política formal, sino sólo una “campaña informativa al interior del país para frenar las mentiras y la manipulación de Donald Trump” no estaría dando motivo para ser sancionado.
Pero si nos apegamos al espíritu de la ley -y todos los mexicanos sabemos a ciencia cierta que lo que estuvo haciendo desde el sexenio de Vicente Fox hasta el de Peña Nieto fuera de los períodos establecidos por la ley, fueron precisamente campañas políticas por la presidencia de la República- el INE debió negarle el registro como precandidato en los tres periodos electorales.
Interpretarlo de otra manera significaría caer en lo que señala Tucídides, el griego que estableció las bases de la ciencia histórica: “el juzgador que aplica la letra de la ley de manera fría y soberbia, hace que pierda el espíritu que le dio su origen”.
Esto, desde luego, para quien tenga la voluntad de actuar con buena intención, como tan frecuentemente insiste López Obrador que él actúa, a tal grado que ha tenido la ocurrencia de proponer la elaboración de una constitución “moral”, como si la que tenemos actualmente fuera inmoral.
Pero ya que es tan apegado a la moral porque la letra de la ley no le satisface, quiere decir que lo que realmente le interesa es el espíritu de la ley; en cuyo caso deberá aceptar que se pasó tres sexenios menos quince meses violando la ley electoral en lo que se refiere a campañas políticas no autorizadas.
Si estamos de acuerdo con lo hasta aquí expresado y si a ello agregamos la frecuencia con que lo vemos medirse a sí mismo con una vara diferente a la que utiliza para medir a los demás, nos daremos cuenta de que no es muy asiduo en el cumplimiento de su palabra empeñada.
Política y Administración Pública. Y lo digo así, sin animosidad alguna, porque es la verdad. Tan verdad como cuando dijo, entre el 1 de julio y el 1 de diciembre del 2018, que respetaría la ley, las instituciones, la autoridad y los contratos vigentes; promesas que rompió sin el menor recato, algunas incluso desde antes de tomar posesión como presidente en funciones; pues en lugar de dedicar esos cinco meses a organizar su equipo para elaborar el Plan Nacional de Desarrollo -incluido el riguroso análisis del presupuesto autorizado- que debió presentar el 1 de diciembre, se dedicó a continuar en campaña, que parece es lo único que sabe y le gusta hacer, entrometiéndose a placer en el sexenio que no le correspondía; lógicamente inició el que sí es su período sin plan alguno, que no se publica en el Diario Oficial de la Federación sino hasta hace exactamente una semana, el día 12 pasado; es decir, un año y doce días después de haber obtenido el triunfo. Y aun así, el hombre sigue en campaña porque es feliz con el micrófono en la mano, el templete y los aplausos. ¿Y el gobierno? Bien, gracias.
Todos los que creímos que porque había obtenido el título de licenciado en Política y Administración Pública iba a demostrar sus conocimientos en ambos terrenos, nos quedamos con un palmo de narices.
Ideología y estrategia. Porque nos encontramos, en los hechos, con que ni siquiera tiene una ideología bien cimentada, pues mucho de lo que está llevando a la práctica no se compadece con diversos contenidos que aparecen asentados en los documentos básicos de Morena. ¿Realmente le interesarán?
Pero limitémonos a los signos que todo mundo ha visto en sus logotipos y ha escuchado en sus discursos, especialmente después de regresar de su gira por Estados Unidos a principios del 2017:
La ideología de AMLO. Después de haberse formado dentro del PRI sosteniendo la posición ideológica de lo que llamaban “Nacionalismo Revolucionario” con su concepción de economía mixta (capitalista con contrapesos de apoyo a la clase trabajadora), participó en el Frente Democrático Nacional (integrado por un grupo de pequeños partidos desde el Comunista hasta otros de centro-izquierda) cuyo triunfo en la elección de 1988 le fue arrebatado por el PRI en uno de los más sonados fraudes de la historia; de allí surgió el Partido de la Revolución Democrática (PRD) con el que López Obrador llegó a gobernar el Distrito Federal del año 2000 al 2005. Su participación en las elecciones presidenciales del 2006, 2012 y 2018 es más conocida.
Al fundar el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en 2010, le impuso ese nombre porque uno de los personajes de la Revolución Mexicana que según eso más admira es su precursor Ricardo Flores Magón, mediante el periódico “Regeneración” que fundó en 1900, por el que difundió la ideología anarquista y combatió al dictador Porfirio Díaz; por eso el periódico oficial de Morena se tituló, también, “Regeneración”.
Me extendí un poco en esta explicación, pero consideré importante destacar que al parecer la posición ideológica de López Obrador no fue, hasta entonces y de ninguna manera, la de un conservador o reaccionario. Y si tampoco es en los hechos un anarquista ni comunista, bien podríamos ubicarlo en una posición un tanto indefinida que oscilaría entre un liberalismo progresista y, a lo sumo un socialismo moderado y antiimperialista que tal vez podría caber, con sus recientes tendencias religiosas, en un socialismo cristiano.
La transformación de AMLO. Pero no, no nos vamos a referir a la 4T. He seguido su trayectoria desde la campaña del 2006 y desde entonces estoy convencido de que es un táctico por naturaleza, pero no tiene cualidades como estratega de principios.
Su mayor preocupación después de las elecciones que perdió -por la buena o por la mala- en 2006 y en 2012, pudo haber consistido en llegar a la conclusión de que nunca conquistaría la Presidencia mientras tuviera la oposición de la Iglesia Católica, de los capitalistas criollos -que él califica como la mafia del poder- y del imperio estadounidense, ya que constituyeron su principal escollo en ambas contiendas. No creo que haya elaborado una estrategia para neutralizar esos poderes “fácticos”; más bien creo que se propuso aprovechar todas las oportunidades que se le presentaran para ir estableciendo puentes de comunicación con ellos. Tal vez eso explica, ahora, los nexos que están apareciendo hasta de compadrazgos con grandes miembros del poder financiero, por ejemplo.
Lo más notorio fue que la Iglesia no había dado señas, hasta entonces, de lanzar campaña alguna contra el futuro candidato y tampoco lo hizo después. ¿Curioso, no?
Pacto por México. En los primeros días de enero del 2017 llamó la atención la convocatoria abierta que hiciera a toda la ciudadanía, sin importar su ideología, para establecer un “pacto por México”. ¿Qué opinaban de esto los partidarios de Morena? No lo sé.
A fines de ese mes Trump tomó posesión de la presidencia y López Obrador se fue en febrero a combatirlo para ganar adeptos entre los migrantes.
En Morena cabemos todos. Después de regresar de Estados Unidos, López Obrador redobló su esfuerzo por atraerse la simpatía de la población en general pero no sólo para invitarla al pacto por México, sino para que se sintiera parte de su partido porque “Aquí cabemos todos”. ¿Pero se enteraban del texto del pacto que firmaban? Tal vez unos cuantos. ¿Les invitaba a leer los documentos básicos de Morena para que conocieran lo que iban a defender? No. ¿Les preguntaban cuál era su ideología, si es que la sabían? Menos. Entonces ¿cómo sabrían si cabían o no en Morena? ¡Vaya usted a saber!
(Continuará).
Por la unidad en la diversidad
Aguascalientes, México, América Latina