“Me dijo que yo era un neoliberal. Para López Obrador, cualquiera que lo critique lo es”, esta contundente frase -de boca de uno de los que fuera de los hombres más cercanos a él- pinta al presidente de la República de cuerpo completo. No es noticia saber a AMLO poco tolerante a la crítica, pero sí sorpresivo que esto pase incluso en su círculo más cercano. Carlos Urzúa, quien recién confesó esto para la entrevista que concediera a Hernán Gómez (la primera desde su renuncia a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público) fue uno de los hombres más cercanos al hoy presidente en su campaña. Lo acompañó como la voz experta en la prestación técnica del proyecto que permitiría la distribución de recursos para la prometida (y así llamada por el propio Andrés Manuel) cuarta transformación.
Urzúa había trabajado como secretario de finanzas para López Obrador y aceptó el reto, creyente de la posibilidad de reducir la pobreza y generar una mejor distribución en el país. Muchos veíamos en Urzúa -creyentes o no del proyecto- la posibilidad de un equilibrio fiscal y -para los que nos asumimos socialdemócratas-, una esperanza de por fin dar el paso a una agresiva política de impuestos progresivos y de contra-incentivos para la captura de renta. La semana pasada esa esperanza se vio debilitada ante la renuncia de este hombre del presidente. A pesar de que su carta de renuncia fue renuncia durísima, había dejado sin nombre propio a las diferencias ideológicas que acusaba. En la mencionada entrevista identifica, con nombre y apellido, a dos oscuros personajes que levantaban ya sospecha tanto en algunos cercanos del presidente como en los que podríamos ser acusados de “detractores políticos” o fifís neoliberales: Alfonso Romo y Manuel Bartlett.
Sobre el primero señala, con razón, que le parece extraña la noción de la cercanía que mantiene con AMLO a pesar de ser un conservador, simpatizante confeso de Pinochet y defensor de Maciel. Esta crítica enfatiza una idea que no ha sido señalada pocas veces: la falta de coherencia del presidente con una postura que él presume de izquierda. Urzúa arguye el interés de Romo de querer volver a tener injerencia en la vida pública del país. Sugiere conflictos de intereses. Le achaca parte de la culpa sobre la premura de cancelar el nuevo aeropuerto de la ciudad de México.
Sobre Bartlett, señala su nacionalismo trasnochado y, a partir de éste, su aversión a la participación privada en los asuntos públicos. Narra los riesgos sobre la cancelación de un acuerdo con Transcanada para un gasoducto, al considerarlo un “robo a la nación”, y que poner en vilo la negociación del TLCAN. En general, señala a Bartlett como el responsable de la política nacionalista del petróleo, lo que redunda en la profunda convicción cardenista del presidente. Al parecer Bartlett es pieza clave en la pujante idea de la construcción de la refinería de Dos Bocas, cuando Urzúa está convencido (coincido plenamente con él) en que la empresa mexicana debería ser la exploración y la extracción (subo la apuesta: Pemex debió venderse cuando aún costaba algo, y debería dedicarse exclusivamente a la exploración y subastar la extracción, pero de eso escribiré en ocasión próxima).
La renuncia de Urzúa inquieta a quienes pensábamos que había representación experta (lo que llaman despectivamente tecnócratas) y evidencia las querellas internas política de un partido que si bien es vertical en muchos aspectos, tiene despiadados choques intestinos en los que desgraciadamente son las visiones más anticuadas y dignas de sospecha las que ganan terreno. Queda para la preocupación el poder que gana un conservador en un movimiento que se presume de izquierda y el de quien liderara el fraude del 88 en un partido que se dice demócrata. Seguro estoy que hay que quien cree que el movimiento tiene la capacidad de redimir a quienes se amparan a su sombra. O que hay algunas aves que cruzan el pantano sin manchar su plumaje. Parece más bien que el pantano de la 4T no es de ésos.
/Aguascalientesplural | @alexvzuniga | TT CIENCIA APLICADA