La desigualdad no es el problema / Disenso - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Es una fuerte tentación, sobre todo para un gobierno populista, lanzarse contra la desigualdad. Inflama pasiones: castiguemos al que tiene más. Nadie que tenga riqueza fuera de la ley debería ser tolerado. Pero las riquezas legales no son un problema. O, al menos, no un problema de los millonarios. Cierto es que hay un debate acerca de si las súper riquezas son estructuralmente patrocinadas por la pobreza atroz, pero en tal caso, asistimos a un error de diseño que debe corregirse. Los errores y horrores causados por la falta de legislación, o una mala aplicación de ella, los de diseño institucional, los de omisión o los de negligencia, son errores de Estado, y poner su causa en las decisiones privadas (dentro de la ley) es una falacia de falsa agencia. Así como nadie salvará a las tortugas por no usar popote o detendrá el cambio climático por andar en bicicleta como elecciones privadas, el combate a la situación de pobreza requiere un sólido diseño institucional.

El cambio temático de desigualdad a pobreza es importante. La desigualdad no es mala de suyo. Ya no digamos el sofisticado postulado de Rawls sobre que las riquezas son importantes si pueden ayudar a los más necesitados en casos específicos, o la defensa darwinista de la varianza como estrategia evolutivamente estable ante cambios de ecosistema. La demostración de por qué la desigualdad no es el problema (sino la pobreza), es harto sencilla: un simple experimento mental nos puede llevar a concluir que una sociedad igualitariamente pobre no soluciona nada: al menos nada pragmático frente a los problemas de la pobreza. El combate a la desigualdad, por tanto, no tiene sentido como combate a la pobreza. Acentúo, una vez más: si la riqueza es mal habida, debe ser castigada, no por la riqueza sino por la ilegalidad.

El efecto del combate eficiente a la pobreza, sin embargo, sí suele devenir en un cierre de brecha pero éste es efecto y no causa de la disminución de la pobreza, confundir el orden sería igual que pensar que como un futbolista rehabilitado puede volver a patear un balón, entonces patear un balón en medio de la lesión le ayudará a mejorar. De todas formas, a todas luces, entre la riqueza obscena y la pobreza obscena (sin contexto de posible ilegalidad) sólo hay una inmoral y de suyo indeseable (quién en sus cabales pensaría no ideal que todos viviéramos en opulencia). En todo caso, las riquezas extremas suelen ser un indicativo de pobreza, porque son un indicativo de mala distribución. El reto entonces es cómo distribuir mejor la riqueza. Un reto capital para nuestro gobierno es replantearse la idea de no subir los impuestos. Esta postura es ambigua y bastante rara para un gobierno autodenominado de izquierda. En general son los ideólogos liberales quienes piensan que el estado debe intervenir tan poco pueda en la economía, incluida la redistribución. Por otro lado, en general los teóricos del piso parejo, o la línea mínima del bienestar suelen coincidir en la importancia de la recaudación y su efectiva redistribución, en programas de fuerte impacto social, por ejemplo, es el caso de las sociales democracias.

Thomas Piketty, prominente economista francés, se ha hecho de un nombre (no ausente de controversia y resistencia), entre otras cosas, con su propuesta de un impuesto especial para las súper riquezas. Su cruzada es particularmente contra la captura de renta. Acaso el meollo del asunto fundamental sobre un vicio frecuentemente relacionado con la riqueza es la tendencia al rentismo. Ha quedado claro a estas alturas que yo defiendo la riqueza siempre que sea legal, lo que no puedo aprobar es que esa riqueza se estanque, porque el dinero acumulado en renta no tiene efectos positivos para la sociedad. Ni siquiera mi talante meramente capitalista lo aprueba, menos aún, mi filia socialista. 

El diseño más sencillo para combatir el rentismo es el diseño hacendario: captura de plusvalía, impuestos a los productos de lujo y, en mi visión ideal, impuestos extremos a tres actividades de naturaleza pública cuando se trasladan a lo privado: educación, salud y seguridad. Que se entienda desde ya. No me interesa que el dinero se le quite a nadie, sino que se ponga en rotación. Porque el dinero en rotación es el único que genera dinero (no sólo para el dueño). Espero que pronto nuestro presidente (aunque yo no tengo mucha fe), nos sorprenda con una agresiva reforma fiscal. La única forma de combatir la pobreza es con dinero. Y el dinero no aparece de la nada. Un contra-incentivo para la captura de rentas generará más circulante y más empleos por un lado, o sencillamente más recurso para redistribución a través de programas sociales. Los recortes presupuestales que estamos viendo bajo el pretexto de combatir la corrupción, son, más bien, a poco que se piense, una medida extrema para atrapar dinero que podría recaudarse y habla de la extraña resistencia de nuestro gobierno para hacerlo. Si usted, lector o lectora, se siente incómodo pensando que suscribo (porque lo hago) que le aumenten sus impuestos, su gasolina, sus productos de lujo, que le pongan tenencia y mucho más, espero me dé oportunidad en columnas posteriores de explicarle por qué, en este juego que todos jugamos, es lo que más nos conviene.

 

/Aguascalientesplural | @alexvzuniga | CIENCIA APLICADA 

 



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