Fonquinario/ La escuela de los opiliones - LJA Aguascalientes
21/11/2024

El turista accidental: un hombre entra a Profética, librería poblana y hermosa, a escuchar los poemas de Coral Bracho, becada por el Sistema Nacional de Creadores. Ella habla de calles moldeadas por el tráfico de los animales y de trenes que expulsan fumarolas tan grandes como la del Popocatépetl. Cualquiera pudo haberla escuchado y robarse algunos de sus versos. Dicen por ahí que, de algún modo, el gobierno debería responsabilizarse de distribuir mejor su cultura así como está apoyando a los creadores para desarrollar sus proyectos. Qué discusión tan bizantina, y tan escandalosa, pero sigue replicándose en periódicos y conversaciones. Quitémosle el Fonca a los morros; dejemos de pagarle a Yépez, nuestro chihuahua reaccionario quien milagrosamente sigue callado, sus poemas de luces extrañas que aparecen en la noche. Quizás está haciéndose un buen hogar. 

Un payaso de rodeo: hay muchas cosas graciosas en la exigencia de los dineros, pero quizás la más curiosa es que todavía al mexicano le duele que el trabajo creativo sea, o deba ser, remunerado si no es un jarroncito con la ilustración graciosa de una rana. Eso es gracioso porque terrible es que nos hemos olvidado, por ejemplo, de grandes exgobernantes como Javier Duarte o el puñado de cerdos que firmaron con Odebrecht y nomás entre este puñado de hombres, mexicanos también, no sólo podríamos pagar los eventos culturales del país, pero sacar a sabe cuántas familias de la pobreza extrema. ¿La cultura tiene responsabilidades? Siempre y una de ellas, por ejemplo, es señalar a los cerdos corruptos que siguen carcajeándose de cómo controlan la conversación para darse el tiempo de seguir robando. No importa cuántos Foncas se saque un muchacho borracho e irresponsable, esos señores son mejores mentirosos que uno. El único consuelo, lagrimita de payaso, es que uno deba esperar la justicia en que a los villanos los consuma su propia ficción. 

El espía cultural: dicen que una elite cultural controla las becas, los premios, los apoyos del estado. El consejo de señores blancos que piden favores sexuales a chamacas, morritos tímidos y perros rescatistas de los temblores. Malditos, que se pudran. Los borrachos que empujan a agentes culturales para hablar de sus premios, sus logros y sus novelas son un lugar común pero, lamentablemente, persistente. Personalmente no he tenido el placer de verlos, pero sí me los imagino a todos, y cuando escucho alguna discusión que va para allá, pido una lista de nombres que al parecer siempre está cambiando según el lugar, las aristas, los estímulos. Qué difícil es aprenderse todos esos nombres para mendigar el pan, con razón Tryno siempre está muy enojado. Dinero desaparece para pagar el mantenimiento de un edificio vacío, tiempo atrás oculto, en una de esas junglas místicas en el corazón de Tlaxcala. Alguna señora se pone ahí para vender gorditas mientras que otra da clases de spinning de lunes a viernes, a partir de las 8 de la noche. Los mexicanos reclamarán sus espacios aunque la cultura signifique, quizás, engordar o sazonar el cuerpo. Me daré el lujo de explicarme mejor: la gente es cultura, nadie podrá arrebatar los espacios y las palabras que exigen las multitudes. Los chismes de señores son sólo eso: chismes. No se olvide. 

Los profetas binarios: lugares sinceros y gobiernos creados por accidente, la gente se reúne como hormigas para celebrar a su creador preferido. Se crean videojuegos, se hacen canales de YouTube, se generan fanzines digitales sin apoyo gubernamental, se escriben columnas en un sitio oscuro de Patreon. Muchachas no sólo bailan semidesnudas en un canal de Twitch, pero de repente recitan poesía que habla del buen vivir, de una resistencia espiritual, de un continuo escape del patetismo. Un adolescente demasiado estimulado repentinamente abandona su juego de Fornite porque descubrió un sitio de historias inspiradas en aquel mundo abierto de supervivencia y se ha puesto a traducirlas todas. En el mercado de San Juan, una niña descansa de su trabajo para escribir el primer párrafo de su siguiente novela en Wattpad. Mientras tanto, un escritor anquilosado persigue la atención de algún editor atrapado por el propio sistema que penosamente ayudó a construir.

 


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