Del Arte Público en Aguascalientes: escultura andarina - LJA Aguascalientes
03/12/2024

Probablemente el arte pueda ser la imagen de la sociedad y un testimonio de la época en que fue producido, el cual conlleva las características de ese momento histórico en particular. De aquí que el arte vaya cambiando de función y forma, de tal manera que corresponda a los anhelos, ideales y necesidades de una sociedad en concreto.

En el entorno, esto se observa teniendo como referente primordial la aparición en escena del monumento, el cual se alza como la máxima expresión de una obra que transmite valores que intenta resguardar la memoria presente y futura de las sociedades que los erigen con el fin de darle continuidad a ésta, y también, con el propósito de rememorar y conmemorar la historia de un pasado determinado, siendo emplazado en los entornos urbano o natural. 

En Aguascalientes capital, en cuanto a estatuaria se refiere además de la escultura monumental dedicada a Benito Juárez, a lo largo del espacio y del  tiempo, se les aprecian andando la ciudad por diferentes rumbos como si se tratase de la deriva surrealista o de un maravilloso realismo mágico, a otra del Benemérito de la Américas de menor formato, y una del Siervo de la Nación, del cura José María Morelos y Pavón, ambos héroes patrios.

La de menor formato (1902) obra de Federico Homdedeu, durante años habitó la Plaza Patria y en la actualidad se encuentra en las inmediaciones de la glorieta sobre la Alameda, del Barrio de la Purísima, habiendo estado también enfrente a los baños públicos y próxima a las vías del ferrocarril en la misma calle, haciendo honor al transitar republicano del insigne personaje histórico al que representa, obra que no es menos importante por su mínima dimensión o escala, sino mayor por el valor simbólico que proyectaría dentro del discurso oficial, por cierto revalorado actualmente por la Cuarta Transformación, la 4T, emprendida desde el Ejecutivo Federal. 

Morelos, sin autor identificado ni fecha de la obra, es también otra más de las andarinas, siendo protagonista en varias mudanzas sexenales, del Auditorio Morelos a la desaparecida glorieta de la Avenida de la Convención 1914 Sur, concluyendo su periplo (1990) en la cima del fraccionamiento habitacional popular que lleva su nombre, subrayando con este peregrinar la esencia del arte monumental que pretende trascender en el tiempo, el no expirar, ya que a lo largo de la historia ha sido un medio efectivo de transmisión ideológica.

Esta representación escultórica que abreva en la Escuela Mexicana de Pintura y Escultura representa el punto álgido de la estética nacionalista de la Post revolución en Aguascalientes. Modelo que permite concebir una lectura de que el Estado es el que se adjudica la exclusividad del uso del espacio público para la difusión, legitimación y construcción de la imagen, de la historia oficial mediante la escultura pública monumental financiada desde el poder político y económico como producto de imposiciones y de una visión hegemónica de la sociedad. 

Una historia a nivel nacional que tuvo su auge en décadas pasadas, cargada de estatuas de piedra y bronce, sustentadas en la mimesis, como repetición creadora, artificial y enaltecida, permeadas por el discurso oficial sobre políticas públicas del bienestar social prometido durante tantos años de conflagraciones y democracia fallida, las cuales han perdido fuerza y sentido para la sociedad actual.  

Ahora bien, desde otro punto de vista, se han dado intentos de abordar la escultura monumental en Aguascalientes distanciada del concepto de la monumentalidad, como objeto de conmemoración, a cuyas representaciones hay que ofrendar flores bajo el torrente de discursos oficiales desgastados.  

Aunado a ello, la obra escultórica presente actualmente en la ciudad, ya ajena a la forma y al discurso de cuño nacionalista, no se encuentra ligada al entorno ni al contexto, e igualmente, no ha logrado dotarle a los lugares de un significante.  


Las escasas esculturas que encontramos, son conocidas por su término en inglés como Drop, Plop Sculpture y Parachuted Art, siendo obras frías e inexpresivas, sean figurativas o geométricas, que se acercan más a la decoración, siendo colocadas arbitrariamente en algunas calles, plazas o como elementos distintivos de edificios, de gasolineras o de cotos residenciales; caracterizadas además, por su escasa factura y baja calidad estética siendo realizadas por artistas que poco o nada conocen del arte público. 

Hecha esta salvedad, llegamos al punto de elaborar una lectura de la única obra de arte público de nuevo género que existió en Aguascalientes, es la obra de Enrique Carbajal, Sebastián, La puerta Saturnina (1998), cuya constitución férrica dialogó en su momento con el entorno, siendo diseñada para sitio específico, donde el paisaje y la naturaleza fueron tema escultórico: la escultura vista como paisaje.

Obra que es resultado del desprendimiento de la formación clásica del escultor, para permutarla por una tarea que consiste en armar, fabricar, construir, transmitir ideas y símbolos, reorientando la práctica escultórica tradicional de la obra que exige del artista la manipulación personal de la materia plástica para modelarle, siendo la primera, la que en lo conceptual toma distancia de los modelos clásicos de representación y del discurso nacionalista.

A propósito de la resignificación escultórica de la monumentalidad, del lenguaje abstracto y geométrico en intervenciones en el espacio público que en su momento fue el natural, esa propuesta tridimensional estuvo emplazada a pie de carretera en la salida sur de la ciudad logrando positivamente conjugar e integrar el entorno agreste natural, con los atardeceres y los avistamientos nocturnos desde el lugar en que se encontraba, aludiendo conjuntamente en el discurso al planeta Saturno, cuyo título en juego de palabras, reconoce también conceptualmente al artista patrimonial aguascalentense Saturnino Herrán, para ligarlo a la atmósfera, al color natural del paisaje y al de la obra de éste último, en homenaje a quien se ha considerado como uno de los precursores del movimiento artístico, párrafos arriba mencionado y de la pintura mural mexicana. 

La obra guardaba relación con el contexto histórico, cultural y geográfico, pero fue dejada en la inopia llegando a estar en un lamentable estado, abandonada a su propia integración conceptual y formal, cerrando sus puertas tras la indiferencia tanto de la gente que no la visitaba, así como del gobierno estatal que durante casi dos década parece no haberla incluido en los programas de mantenimiento del patrimonio cultural del estado.

Los pueblos maduros conservan su patrimonio y lo ponderan poniéndolo en valor para el disfrute y reconocimiento de la sociedad a la que pertenece. Hay casos notables de ello a nivel mundial como el traslado piedra por piedra del templo del Faraón Ramsés II, en Abu Simbel, en Egipto, con sus esculturas monumentales, para librarlo de un proyecto hidráulico del río Nilo que evitó dejarlo inmerso en las aguas represadas. 

Un caso paradigmático en el país, en la Ciudad de México, es el de la escultura ecuestre de Carlos IV, de Manuel Tolsá, “El Caballito”, que cabalgó a diferentes sitios del Centro Histórico y a cuyos lugares les dispensó un significado como referente citadino, como un hito escultórico urbano, henchido de la afectiva y entrañable identificación de los capitalinos hacia esa memorable pieza artística que ha sido testigo de grandes acontecimientos históricos de la nación.

En Aguascalientes, extenuada por el estilo mexicano gubernamental de no obedecer mandando, la obra  de corte ambiental y de un geometrismo tardío de este artista funcional a los encargos, fue simplemente cercenada para rescatarle, arrancada literalmente de raíz para ser trasplantada en un nuevo sitio posiblemente para embellecerlo o para aspirar a que con el paso del tiempo esa pieza escultórica en su segundo aire, le otorgase significado a un lugar que per se lo tiene, pero ya desactivada conceptual y formalmente, coexistiendo como mero objeto de decoración fuera de la unidad estética que representa el universo material y simbólico que distingue a ese entorno como espacio patrimonial altamente histórico y significativo para la ciudad, el estado y el país, el Complejo Ferrocarrilero Tres Centurias.

En suma, se trata de lograr la conjugación de aspectos formales, simbólicos y culturales de manera armónica, para que permitan restablecer un equilibrio en los usos de la ciudad con la participación de los ciudadanos, en pro del bienestar conjunto, que se caracterice en lo artístico, no por la instalación de un arte de sello esteticista o reciclado, sino por la simbolización de lo común, de lo cotidiano exento  de la monumentalidad y la grandilocuencia o de la resbaladiza afiliación a lo contemporáneo o lo actual. 

 

Verano de 2019. 

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