Nadie puede estar a favor de la gentrificación. Pero tampoco puedes estar en contra del turismo o los cambios de vocación de los barrios en tu ciudad, si éstos ya dieron lo que tenían que dar. Claro, ambos casos en un mundo perfecto, con autoridades competentes y empresarios con ética.
He sido gentrificador y gentrificado, como muchas personas de mi edad. No tanto en una escala como la perversa división de fifís y chairos impulsada desde Palacio Nacional en las mañanas, en la que algunas personas con complejos aspiracionales ven con orgullo que los llamen fifís (como los idiotas de las playeras de They Call Me a Fifí). No hay blancos ni negros, sino que es complicado.
Fui gentrificador cuando renté un departamento en un precio un tanto arriba del promedio para la zona de mi preferencia, pero nuevo y bajo una condición que pensé como gracia: la remoción de una finca abandonada y mal heredada, en una colonia de clase media baja (que colinda con lo que fue el primer residencial de la ciudad, ahora en decadencia), para la construcción de departamentos nuevos. Los 32 habitantes del condominio éramos repudiados por varios de los vecinos de antaño, como si los fuéramos a invadir. A tres casas, había un picadero.
Los menos de los 32, éramos los que queríamos vivir en zona centro (cerca de nuestros trabajos…y todo), además de no tener un coche que no acabaríamos de pagar. ¿Qué quiere decir esto? Que mientras algunos vecinos cochistas entraban y salían del jardín vallado en turnos de trabajo-dormir-trabajo, otros vivíamos la colonia. Ora la tienda, ora la papelería, ora por el pan. Eso quería decir convivencia, forzosa, con los vecinos. Tenderos amables, señores mayores jetones y -es lo importante- encuentros incómodos con los habitantes del picadero de la esquina. Picadero como casa donde venden drogas todo el día y de hecho -según otra vecina- llegaron y “cortaron en pedacitos” a uno de los dealers. Guácala. Durante el tiempo de mi contrato no saben lo que deseé que estas personas, que claramente heredaron su casa (por el descuido del inmueble), vendieran o se mudaran. Es algo horrible, pero egoístamente pensaba que ponían en riesgo mi seguridad y la de mi familia, aunque yo fuera el que los invadió.
Un año después, y luego de la forzosa experiencia de vivir lejos (tan lejos como Aguascalientes deja, que en tiempos CDMX sería nada), decidí volver al centro y me encuentro con que algunas rentas aumentaron hasta 45%, además de que zonas intermedias ya entraban en lo caro. Yo fui el gentrificado. La vivienda subió de precio, y por meses me vi imposibilitado a vivir donde quería. Gastar más en transporte, y perder tiempo en el tráfico y/o transporte público. No hablo de una gentrificación por turismo, sino mera especulación inmobiliaria.
Sobra decir que pienso muy diferente a los días de ser vecino del picadero. Lo que me queda claro es que a nadie beneficia el aumento de los precios de renta y venta de inmuebles, pero aceptando la realidad vale la pena valorar el ponerle un precio a no sufrir el tráfico y vivir a distancia caminada de destinos básicos (trabajo, farmacias, ATMs, centros de recreación, minisupers) y a un Uber razonable (¿cuanto? Menos de $40MXN) de destinos constantes como el super, casas de familiares o el pediatra del bebé.
Todo esto viene por una polémica tuitera acerca del CoLiving, una moda enferma y distópica (hermana del coworking del peor, como el de los WeWork) en el que rentar cuartos y vivir como adolescentes de intercambio a los treinta, se ve con una tintuera startupera como algo divertido antes que necesidad. El caso recientes es el de @ConviveMX, que rentan a 12 mil pesos las microviviendas de lo que antes era vecindad. Según su operador (Onésimo Flores), quien desplazó a los habitantes anteriores fue el desarrollador que vendió el edificio a ConviveMx, pero nunca cambió la vocación del edificio (por ejemplo, volverlo un WeWork genérico como el infame caso del de Trevi con Público Coworking) y ahora su empresa aprovecha para ofrecer una (carísima) vivienda a personas que van de paso a la CDMX.
Un paliativo para una situación de mierda (repitan, 12 mil pesos por una vecindad con muebles de Home Depot baratos), pero la responsabilidad está en las autoridades y la necesidad de regulación o bien, el impulsar la vivienda económica que no esté hasta las orillas, porque los tiempos de traslado y su impacto a la salud (mental y física) son un tema de bienestar. Desarrolladores o empresarios como los de ConviveMX siempre buscarán el máximo provecho, ahora más con el discurso startupero de disrupción (que rara vez lo es), ¿harán los gobiernos la parte que les corresponde?
Bocadillo: En Aguascalientes, en los barrios de La Estación y El Llanito, ya tenemos los primeros casos de vivienda para hámsters, depas de 25m2 con decoración similar a una prisión que un señor renta a 3 mil pesos. Mejor renta una casa con tu compañero de salón que llegó de Colima, mano. Y, ojo ahí Municipio.
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