Durante este año he escrito en diversas ocasiones sobre la relación del Gobierno Federal con el conocimiento científico y técnico, así como con la comunidad científica. No es una relación de claroscuros, sino sólo de oscuros. A nuestro presidente y a sus cercanos no les agradan los científicos ni los tecnócratas, mucho menos la evidencia que contradiga sus planes y proyectos.
Desde una perspectiva ideológica, es comprensible. El Gobierno Federal es antielitista. Y su antielitismo es generalizado: de la misma manera que desprecian a los empresarios, desprecian a mujeres y hombres de ciencia. De la misma manera en que buscan (con razón) separar el poder económico del poder político, buscan (sin razón) separar el poder epistémico del político. En breve: la 4T ha hiperpolitizado la vida pública. Sea con respecto a nombramientos en puestos de poder, sea con respecto al diseño e implementación de políticas públicas, el presidente y sus cercanos piensan que la realidad en su conjunto puede subordinarse a la política.
Andrés Manuel López Obrador admira por su capacidad de adaptación: en la era de la posverdad, él es un presidente de esta era. Si ayer sugería tener otros datos (guiño trumpista), hoy simplemente se deshace de quienes apelan a evidencia que contraviene sus caprichos. No debería sorprendernos que sus zalameros hayan comenzado a reciclar el discurso posmoderno que habitaba en algunos campus anglosajones todavía a finales del siglo pasado y que trataba de persuadirnos del carácter subjetivo del conocimiento científico. El círculo se ha cerrado: el gobierno hace lo que le viene en gana, sin atender a restricciones simples como la verdad, la viabilidad y la eficacia, y ahora sus seguidores abrazan sin más el dictum posmoderno del todo vale.
El día de ayer, Antonio Attolini, bufón de la corte de la 4T, publicó un texto escandaloso y absurdo en El Soberano, un pretendido medio de comunicación (o espacio para la adoración del tlatoani), en el que afirma, entre otras cosas, que: “En termino lógicos, pudiera decirse que la ciencia se asume general y universal cuando en realidad es tan particular y contingente como cualquier otro discurso”. Para el chamaco tetratransformado resulta evidente que existe un cierto discurso que no es neutro y está políticamente motivado. Ese discurso Attolini lo bautiza con el nombre de cientificidad. Este muchacho (lo joveneo sin pudor, aunque su juventud es sobre todo intelectual) piensa que existe una razón fundamental que da sustento a este discurso de cientificidad: “Su sustento está en suponer que las personas con conocimiento técnico han alcanzado a desarrollar un vaso comunicante único con el mundo y su realidad. Conocen de todo, entienden de todo y su hoja de ruta es la única posible para alcanzar el progreso. No hay cabida para la aleatoriedad y la improvisación, más allá de los márgenes de error y los residuales de sus intervalos de confianza y sus regresiones lineales”. Más allá de sus palabrejas, lo que Attolini sugiere es que las mujeres y los hombres de ciencia piensan que el discurso científico no es un discurso más, y lo piensan porque creen que la ciencia es una forma paradigmática de conocer la realidad (eso que supongo quiso decir con esa pésima analogía o metáfora del “vaso comunicante único”). Attolini remata su compendio de sandeces con una sugerencia kuhniana (adelante explico esta palabreja): “¿cómo se explica la transición de un paradigma científico a otro? Así como mudamos de costumbres, también lo hacemos de marcos teóricos referenciales. Y es que, en política, cambio de régimen también es cambio de mentalidad”.
Ahora desmembremos y ataquemos esta arenga plagada de sinsentidos. En primer lugar, que la ciencia sea considerada por la comunidad científica y la ciudadanía científicamente informada como un modo paradigmático de obtener conocimiento no implica ni falta de neutralidad ni una posición política particular. Implica que, como casi cualquier ser humano estaría dispuesto a aceptar, hay objetividad. La objetividad implica sencillamente que aceptamos que hay verdad y falsedad, que hay creencias no justificadas y las hay justificadas. Implica, pues, que aceptamos que podemos equivocarnos. Implica también, y de manera mucho más relevante, que cómo sea el mundo es independiente de cómo creemos que es. Si hay un discurso que captura de manera fundamental esta particularidad de nuestras creencias y su independencia con respecto al mundo es el científico. La ciencia, pensamos, es objetiva. La objetividad del discurso científico es independiente de posiciones políticas y partidistas. La ciencia es objetiva para todas y todos. Y también es falible. Al contrario de las ignorantes suposiciones de Attolini, es la ciencia la práctica humana más humilde. Uno de los rasgos preponderantes de la práctica científica es su falta de dogmatismo. Así, el discurso científico se ajusta constantemente a la nueva evidencia, al contrario de los sectarismos políticos de los cuales hace gala Attolini. Estos ajustes de la práctica científica pueden considerarse progresivos. Por ello afirmamos que la ciencia progresa. Attolini, a quien supongo un ávido lector de Thomas Kuhn (por ello su sugerencia kuhniana), piensa que la ciencia no progresa, sino sólo muda de ropa, cambia de paradigma, como las personas un buen día cambian de mentalidad. No obstante, se le olvidó seguramente terminar el libro de Kuhn: la ciencia claro que muda y cambia, pero lo hace ateniéndose a la evidencia. Sus cambios reflejan su aspiración de objetividad.
En segundo lugar, y como miembro distinguido (al menos en redes sociales) de la 4T, Attolini es también un antielitista. Piensa que la comunidad científica constituye una élite y en ello tiene razón. La ciencia es elitista. Pero nuevamente se equivoca desdeñando sin argumentos esta característica de la ciencia. Que sea elitista significa que por desgracia son pocas las personas que se dedican a ella, y que constituye la punta de lanza de los esfuerzos humanos por conocer el mundo y al propio ser humano. Los tetratransformados son duchos y prontos en desenvainar la espada contra todo aquello que suene a elite. Y su lucha contra la élite científica consiste en considerar que la ciencia es algo ajeno y alejado del pueblo sabio y bueno. Buscan democratizar la ciencia exiliándola del gobierno, cuando la mejor manera de democratizar la ciencia es ampliando la élite científica. Este error, temo, nos llevará en un duro viaje al pasado. Lo poco que habíamos construido en materia científica y tecnológica será demolido por este gobierno para el que todo es un asunto sólo y simplemente político. Y es peor: las políticas públicas durante el sexenio serán diseñadas e implementadas sin atender a la evidencia y a la eficacia. Será un sexenio abiertamente posmoderno y posverdadero. C’est la vie en la 4T.
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