“Así nos ven”: venganza y prejuicio/ Disenso - LJA Aguascalientes
23/11/2024

La serie más vista de Netflix este año es una miniserie basada en una historia real: el caso de Los cinco de Central Park, y cuenta la historia de cuatro adolescentes afroamericanos y un latino que fueron acusados de un crimen que no cometieron (no spoilers aquí, esto lo sabemos a los 5 minutos de iniciada la historia). La serie, dirigida por Ava DuVernay, con la excelsa calidad cinematográfica que suele acostumbrar la plataforma, no se centra por tanto en la intriga sobre la verdad del caso, sino en la forma en que un caso judicial se procesó a partir de la elección de los culpables.

En un clima donde el crimen había crecido desbordado en Nueva York a finales de los ochenta, Linda Fairstein, una fiscal especializada en violencia contra la mujer toma el caso de un ataque sexual a una joven blanca que fue atacada salvajemente, violada y abandonada moribunda en Central Park. Unos chicos que estaban ahí, y a quienes se les podía señalar de alguna forma por alguna conducta inapropiada (estaban molestando a otros paseantes), fueron detenidos y sometidos a interrogatorios hostiles, presión psicológica, privación de alimento y sueño y fueron convencidos, de a poco, para generar a modo confesiones que terminaron resultando en una condena injusta.

La miniserie, dijimos, no trata tanto de la injusticia o la intriga (como en Making a murderer o The People v. O.J. Simpson), sino en la visión sesgada que se puede tener para juzgar a alguien, en lo peligroso del rompimiento con la presunción de inocencia, en los sesgos cognitivos y de juicio que surgen a partir de elegir (consciente o inconscientemente a quien alguien cree debe ser culpable). Los jóvenes de la historia increíblemente fueron sentenciados sin que existiera ninguna evidencia física de su culpa, ni siquiera un testimonio directo de la implicada, ni testigos del hecho. Nada, en un caso de proporciones enormes para el sistema de justicia norteamericano, apoyó el proceso sino la elección a priori de que estos jóvenes debían ser culpables. 

Las sutilezas de la pieza son enormes: realmente nunca sabemos si la fiscalía tenía la intención o la consciencia absoluta de que la acusación era falsa, por algunos momentos parece que hay una verdadera convicción de hacer justicia ante un crimen verdaderamente reprobable y atroz. No es una conspiración elucubrada por personas detrás de la cortina. No hay rastro de que todos los investigadores, la fiscalía, los jueces y el jurado hayan generado una decisión consensada. Puede ser que, simplemente, en el deseo de solucionar el atroz crimen, y con las ganas de hacer justicia (y política, eso sí), urgiera solucionar el caso. Darle rostro concreto a la atrocidad. Poder elegir a quien señalar para de, esa forma, sentir que algo se equilibraba en un mundo que, sin duda, es habitado por la maldad.

La serie cuestiona el frenesí psicológico por el que pasan los que están convencidos de que los jóvenes son culpables, aun ante cualquier falta de pruebas que racionalmente concluyan en algo. Estos sesgos llevan a generar conclusiones donde no existen, a llenar huecos inexplicables con rocambolescas teorías, a involucrar a tantos como se necesite. También muestra la falta de compromiso de los medios de comunicación, quienes se apresuran a señalar a los villanos favoritos: jóvenes negros, resentidos, pobres, que atacaron a una mujer por ser demasiado rica, por ser blanca. 

A lo largo de los cuatro episodios de poco más de una hora, somos testigos de la locura y el racismo de Trump, que ya desde el 89 mostraba su lado racista y su clara confusión entre justicia y venganza, de la caída de las torres gemelas, y el terrible sistema carcelario. Dolorosa sobre todo es la historia particular de uno de los acusados, a quien prácticamente se dedica un capítulo para que entendamos esta realidad de la cárcel. Lo peor: una vez que los chicos terminan con sus condenas, entran a una realidad que sigue siendo hostil, donde las dudas y los señalamientos persisten, donde los estigmas no les permiten conseguir trabajos, seguir estudiando, crecer, siquiera encontrarse y apoyarse entre ellos. Donde nos damos cuenta de que cómo los ven, por una sentencia que se dio de una vez y para siempre, no sólo penal, sino mediática, social.

Un durísimo cuestionamiento al abordaje del sistema reformatorio, al ausente compromiso de la reinserción social, a la imposibilidad de darle voz a los acusados ante el mero asco y repudio de imaginarlos culpables. Vale la pena ver y entender la importancia vital de la presunción de inocencia en nuestra sociedad. De cómo la práctica de la sospecha y el juicio sin evidencias puede llegar a tener consecuencias insospechadas. La autora por supuesto, también se da tiempo para visibilizar el tremendo dolor de Trisha Meili, la joven de 28 años que fue atacada aquella noche. Y conduce su obra hacia un deseo de justicia, hacia la denuncia de la revisión de nuestras leyes y procesos judiciales. Porque sólo un robusto Estado de derecho traerá un mundo menos hostil para todas y todos.

 

/Aguascalientesplural | @alexvzuniga | TT CIENCIA APLICADA


 


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