Morning found us calmly unaware
Noon burn gold into our hair
At night, we swim the laughin’ sea
When summer’s gone…
Summer almost gone, The Doors
La administración federal encabezada por Andrés Manuel López Obrador y su grey política no va muy lejana a varios de los escenarios que diversos espacios de análisis habían pronosticado desde la campaña. Sin embargo, sorprende la exhibición del poderío autocrático en políticas públicas que debieran tratarse en marcos de gobernanza y de participación ciudadana seria y sistematizada, no a mano alzada en asambleas candentes, o desde la última aprobación en el despacho presidencial, pese a estudios de impacto o panoramas de riesgos.
Este poderío autocrático ha pesado en, al menos, siete rubros: la asignación de recursos a las Asociaciones de la Sociedad Civil; los proyectos estratégicos de infraestructura; el manejo de la distribución y eliminación del robo de combustibles; el reordenamiento administrativo y de recursos al sector salud; los apoyos a programas de arte y cultura; los apoyos y facilidades a los sectores académicos y de producción científica; y la relación entre el estado y las iglesias.
La primera viñeta, sobre la asignación de recursos a las Asociaciones de la Sociedad Civil, es un tema visto y padecido. Una de las ganancias de la construcción de ciudadanía democrática es la posibilidad de que la sociedad sea autogestora y coadyuvante con los amplios espectros en los que el estado no puede permear. Sin embargo, esta capacidad autogestiva se ve erosionada cuando el gobierno federal restringe los recursos públicos a las Asociaciones Civiles para dar dinero en efectivo directamente a poblaciones no sistematizadas en grupos de vulnerabilidad específica. Uno de los sectores más afectados fue, otra vez, el de las mujeres víctimas de violencia, con el cierre de refugios y redes de apoyo dependientes en su mayoría del enorme esfuerzo voluntario, y de recursos públicos. Mención aparte merecen los OPLES, cuya existencia está amenazada desde hace meses. Me permito citar una frase del doctor Marco Iván Vargas Cuéllar, Consejero Electoral, que afirma “La democracia no es cara, es valiosa”.
La segunda viñeta, los proyectos estratégicos de infraestructura han dado muestra de la forma en la que una administración autocrática puede dar tumbos en sus políticas públicas cuando las decisiones estratégicas se hacen al arbitrio del caudillo, o a mano alzada en festines de feligreses. Proyectos como el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y su anverso, el proyecto de la base militar de Santa Lucía, con juicios, suspensiones, y planes de impacto mal llevados; el Tren Maya y las implicaciones ambientales y de impacto comunitario a lo largo de su trazo; o la refinería de Dos Bocas; todos cuestionables y poco claros, pero empujados por el poder de la autocracia soportada en un coro de feligreses.
De la tercera viñeta, el manejo de la distribución y eliminación del robo de combustibles, poco que añadir: para controlar el saqueo se cortó la distribución, hasta llegar al desabasto y las compras de pánico; se ocultó información delicada sobre el estado real de las reservas; se compraron pipas sin licitación y con deficiencias técnicas respecto a la Norma Oficial Mexicana; el saneamiento a Pemex se ha ensombrecido por el caso Odebrecht; y –sobre todo- con o sin corrupción, con o sin huachicol, con o sin el Impuesto Especial a Productos y Servicios (IEPS), el precio del combustible, lejos de bajar ha subido más o menos en los mismos márgenes que antes.
La cuarta viñeta, el reordenamiento administrativo y de recursos al sector salud, es un tema grave. Las entidades de la federación han padecido estragos por la carencia de insumos básicos en diversos hospitales públicos. Y no sólo de insumos y consumibles, el personal también ha padecido el efecto de los recortes presupuestales, lo que pone a amplísimas franjas de población vulnerable en riesgo, para empezar, con los recién nacidos que se han visto afectados por la falta de distribución de pruebas de tamiz neonatal en buena parte del país.
La quinta viñeta, los apoyos a programas de arte y cultura, a partir de esta administración deben ceñirse al concepto personalísimo que el titular del ejecutivo tiene de la cultura, como algo exclusivo de las poblaciones originarias a las que -argumenta el propio presidente en una de sus conferencias matutinas- les apoya para su preservación folclórica mediante dinero directo y programas tangenciales. De la cultura en general, y de la creación artística en particular, la reducción de becas y estímulos a la creación ha sido una cruzada para “eliminar a las élites culturales”, utilizando incluso los medios de comunicación del estado (Notimex, por ejemplo) para exhibir a distintos beneficiarios de los apoyos a fin de lanzarlos al escarnio de los feligreses de la administración federal, como si estos creadores y beneficiarios fuesen una casta fifí llena de privilegios.
La sexta viñeta, los apoyos y facilidades a los sectores académicos y de producción científica, amén de los vaivenes y desaseos que padeció el Conacyt desde el inicio de la administración, se suma la generalizada queja de diversos centros académicos por la falta de apoyos y por el desdén que la administración tiene para con los especialistas científicos en distintas áreas. Se añade a esto la hiper burocratización que implica el hecho de que sea el presidente en persona quien tenga que aprobar o no el que científicos, mujeres y hombres en desarrollo de proyectos técnicos y de especialización del saber, puedan salir o no del país para seguir calificándose o para mostrar al mundo el avance de la ciencia mexicana.
La séptima y última viñeta, de la relación entre el estado y las iglesias, no es menos alarmante. Con la modificación al reglamento de la Dirección de Asociaciones Religiosas, de la Secretaría de Gobernación, se posibilita (y de hecho pretende estimular) que las iglesias (sobre todo las de raíz judeocristiana, pero incluso payasadas mayores como la Cienciología) tengan participación activa en el diseño de políticas públicas, justo en un momento nacional tan álgido como este en el que nos asolan los feminicidios, las discusiones legislativas por el matrimonio igualitario o la despenalización del aborto, entre otros temas en los que lo último que necesitamos son líderes religiosos opinando desde la esfera pública.
Así, a la mitad del primer año de gobierno federal podemos ver un escenario en el que la falta de gobernanza, el desdén al saber científico o a la cultura, las decisiones erráticas y autócratas en asuntos estratégicos, o los riesgos a la salud pública y a la construcción ciudadana, han sido la nota periodística y el padecimiento social que nos ha dejado la llamada Cuarta Transformación. Eso, y el escarnio público por parte de una férrea feligresía hacia quienes cuestionan estos nuevos usos del poder.
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