Margarita Santiago García
Mtra. en Población y Desarrollo
En 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que los niveles de sobrepeso y obesidad se incrementaron sustancialmente en todo el mundo. En México, este problema de salud pública también ha ido en incremento. En 2016, 72.5% de la población adulta (mayores de 20 años) presentó sobrepeso u obesidad, porcentaje superior al registrado en 2012 (71.2%) (Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, 2016). Los impactos del sobrepeso y la obesidad son graves y duraderos a nivel individual y poblacional. Por ejemplo, se sabe que el exceso de peso en una persona es uno de los principales factores de riesgo relacionados con el desarrollo de enfermedades crónico-degenerativas, entre ellas diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, hipertensión arterial y ciertos tipos de cáncer. A su vez, estas enfermedades son algunas de las principales causas de muerte en los países de ingresos medios y bajos.
Recientes estudios sobre el tema de la obesidad y el sobrepeso han identificado que este alarmante problema de salud pública no sigue un patrón homogéneo a través del territorio. Por el contrario, se han observado diferencias significativas entre las localidades rurales y urbanas. En México, existe evidencia que da cuenta de estas diferencias geográficas. Los mayores porcentajes de sobrepeso u obesidad se observan en las áreas urbanas en comparación con las zonas rurales (véase, Barquera y colaboradores, “Prevalencia de obesidad en adultos mexicanos, 2000-2012”). Las principales variables que explican dichas diferencias geográficas son las particularidades del proceso de urbanización y el desarrollo económico de los países de ingresos medios y bajos. Se explica que las transformaciones asociadas a estas dos variables han generado importantes cambios económicos, físicos y sociales que están relacionadas positivamente con un aumento en la posibilidad de desarrollar sobrepeso u obesidad entre la población de esos grupos de países.
En particular, resulta interesante la hipótesis que propone una relación directa entre las condiciones del entorno urbano y la posibilidad de desarrollar dicho problema de salud. Brian Saelens, profesor de la Universidad de Washington, ha encontrado que ciudades que tienen aceleradas tasas de crecimiento, bajos niveles de densidad, deficiente conectividad, reducido grado de accesibilidad peatonal-bicicletas, énfasis en la infraestructura que promueve la movilidad vehicular, baja mezcla de usos de suelo y sustanciales niveles de contaminación ambiental contribuyen directamente a la disminución en las tasas de actividad física, lo cual incrementa sustancialmente la posibilidad de desarrollar exceso de peso.
Con lo anterior en mente, vale la pena preguntarse, ¿estamos construyendo ciudades que promueve un estilo de vida activo que contribuya a reducir el problema de la obesidad y el sobrepeso de la población? Las acciones en este sentido pueden definirse como parciales. Hasta cierto punto es común observar el desarrollo de proyectos urbanos cuyo objetivo es promover la actividad física. Por ejemplo, la construcción de infraestructura que busca incentivar la movilidad sustentable como el uso del transporte público o bicicleta, y el mejoramiento físico e intervención de espacios públicos como parques y jardines. Sin embargo, la persistencia de altos niveles de sobrepeso u obesidad entre la población sugiere que existen otros elementos del entorno urbano relacionados con la posibilidad de desarrollar exceso de peso entre la población y que no están siendo contemplados -directa o indirectamente- en dichas acciones. En este sentido, estudios sobre un estilo de vida activo, sugieren un conjunto de elementos urbanos relacionados con la promoción de la actividad física que podrían formar parte de una estrategia integral para construir ciudades “saludables”. Entre esos elementos se encuentran: promover ciudades con altas densidad, reducir las distancias entre diferentes usos de suelo, incentivar la mezcla de usos de suelo (por ejemplo, empleo y residencia), promover la conectividad tipo “red-ruta”, contar con una alta disponibilidad de infraestructura peatonal, generar una alta disponibilidad de parques y espacios abiertos, y construir vialidades que sean atractivas y promuevan la seguridad personal.
Los anteriores lineamientos invitan a pensar en la necesidad de avanzar en la generación de un sistema de planeación de nuestras ciudades que no solo este preocupado en contener el desarrollo inmobiliario, sino que también contemple la calidad de vida de sus habitantes. Un elemento clave para alcanzar lo anterior es entender que las características del entorno urbano donde habitamos tienen implicaciones sobre la salud de la población en el corto, mediano y largo plazo. Asimismo, es necesario reflexionar sobre los alcances que pueden tener proyectos o acciones que buscan incentivar la actividad física sino están inscritos en una estrategia global de hacer ciudades que contribuyan en beneficio de la salud de la población urbana. Indudablemente, un ambiente urbano que promueva actividad física no sólo es un derecho sino una necesidad primordial dada la persistente y alta prevalencia de sobrepeso u obesidad registrada en el país y las consecuencias que esta condición tiene sobre la salud, el bienestar, la productividad y las finanzas públicas.