Cigarrillo: recuerdo a un amigo y sus bigotes tan largos, como los de una morsa; los relamía a todas horas como si viviera nervioso, pero era un hombre muy alegre, tenía chascarrillos para toda ocasión. Inundado de trabajo, el cigarrillo entre los labios, entraba a mis dominios de villano para contarme un chiste o pedirme un favor pero se tomaba el camino más largo, como Rip van Winkle, en un planeta donde las noches apenas duraban horas. Ya me la sabía. Apagaba el cigarrillo, encendía uno nuevo y tomaba aire para escucharlo porque era la manera más rápida de regresar a la tortura. El fuego y la ceniza, el tabaco, me enseñó una curiosa habilidad: no digas lo primero que piensas, mano, deja que el hámster gire un poquito mientras inundas los pulmones de humo. Ahora que ya no fumo, entonces parezco un idiota o un sicópata que está calculando sus respuestas a todo tipo de preguntas: triviales, profundas y de opción múltiple; pero no es eso, es que estoy fumando un cigarrillo metafísico porque extraño tener llamas en el cuerpo. Llamen a los bomberos que se está quemando.
Zippo: antes de abandonar el vicio, compré un Zippo que pensaba usar como un amuleto. Ah, el Zippo del Agustín. Mi regreso triunfal y resignado a una vida de consumidor alterado (no extraño los temblores graciosos de mis manos). Cuántas ficciones puede inventar uno para su vida de fumador, nuestra persona fumadora son las pausas de Aquiles o los sueños de Odiseo (o las vacaciones de Freddy Krueger). El fumador mitifica los amuletos, las supersticiones y las tradiciones. Una cajetilla nos da un poder inusitado: no sólo chispas que contar pero también la apariencia de ser generosos cuando regalamos cáncer al necesitado de una pausa, la libertad de escoger la propia muerte (¿me han quitado la libertad de una muerte silenciosa?). La arrogancia del hombre común que puede tener el fuego como un chasquido. Una hormiga mira las cenizas encendidas que caen al cenicero: un sol ha caído a la tierra, ¿por qué sigues trabajando?, ¿por qué no te detienes a contemplar y calcinarte?
Humo: cuando era joven, y me escapaba a algún rave para bailar sonidos alterados, me gustaba bailar en el centro junto con otros sesenta cabrones y todos, a la vez, teníamos un cigarrillo encendido en las manos que acompañaban la escena con arcos de humo. Perfume de camello, o perfume de vaquero, o perfume de volcán mentolado. Difícilmente encontraré un placer tan ideático como bailar un punchis, sin llevar a nadie, sin inventarse jaladas de que uno tiene que dirigir al otro en la pista porque la vida son, sí señor, relaciones de poder. Bailar sin que a otros les importe, todos brincando igual, como idiotitas cocinados en ácidos y gritando como si las voces fueran una extremidad adicional que no hace mucho, sólo girar como las manos y los brazos y las piernas que aún no se entumen por la falta de agua y el vodka sobrado. Si alguno de los múltiples seres celestes me tiene reservado un cielo, entonces, ojalá, es una tierra similar a una repetición perpetua de estos momentos sencillos de juventud. Qué inteligente y sofisticado se ve uno sosteniendo la bebida, y una estructura de cenizas consumidas, mientras habla de DJs y mamadas en el baño.
Vaquero: the hard working man. El vicio cada vez más caro y perseguido. Fumarse la British Tobacco Company es un acto de resistencia (dígase esto sin toser el humo por la carcajada). Cuadro: vemos al héroe sufrir las vicisitudes de la rutina: un trabajo horrible, una familia espantosa, se siente deficiente y un fracasado, se sabe esclavo del sistema y condenado al suicidio. Cuadro: el héroe sale a fumar un cigarrillo en Reforma, el héroe abandona la misa para fumar un cigarrillo, el héroe abandona la reunión familiar para fumarse un cigarrillo. Los extras, los secundarios, los antagónicos y paralelos lo miran condescendiente, alguno de ellos se acerca a platicar con él una nadería u ofrecerle una verdad-esencial-del-mundo, o a pedirle un cigarrillo para acompañarlo. Pero ninguno sabe, a pesar de las ruinas y del patetismo, probablemente ni siquiera el propio fumador lo tiene claro, que todos los actos de incendio son un vaquero de fuego que está consumiendo las ciudades del mundo.