Andrés, no eres estadista y México es lo que necesita / Enredos financieros  - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Estimado lector, el día de hoy me gustaría reflexionar sobre el acto de gobernar. Los pueblos, desde que la humanidad empezó su peregrinar en este mundo, después de estar en una anarquía, buscó la seguridad de líderes primero, ancianos o personas que les ayudaran a tomar decisiones importantes sobre la forma de conducirse.

Después, al hacerse sedentarios los seres humanos, y crear las primeras poblaciones -ciudades hace ya miles de años-, se percataron que necesitaban organizarse mejor, y de forma “natural” nació la clase gobernante. La forma en que la clase gobernante se legitimó fue gracias al pensamiento de la elección divina. Un ser superior fue el que eligió al gobernante y por tanto, era sujeto a ser obedecido. Allí fue cuando las primeras civilizaciones fueron gobernadas por sujetos que eran dioses en la tierra. La cultura mesopotámica, la egipcia, la sumeria, los judíos, entre muchos otros, tuvieron a su clase gobernante por obra de un ser supremo, superior, que daba legitimidad a lo hecho por el gobierno.

Llegaron los griegos, y se dieron cuenta que ese tipo de gobierno, autocrático, dictatorial y por capricho no era lo mejor para los pueblos. Los caprichos iban desde obras monumentales que no tenían mayor sentido que darles alabanza a los gobernantes, hasta locuras como la creación de ciudades completas en lugares inhóspitos para dejar “huella”. A pesar de ello, los egipcios y los persas también hicieron obras que tenían como objetivo primordial dar un beneficio a la población. Los griegos sabios se dieron cuenta que el gobierno debe emanar del pueblo, e inventaron una palabra que describe perfectamente ese tipo de gobierno, DEMOCRACIA.

La democracia fue un parteaguas en la forma de pensar la política y la forma de gobernar. El experimento griego duró muy poco, ya que las conquistas de Alejandro Magno, y la evolución al Imperio Romano, llevó otra vez a los gobiernos hacia las dictaduras “divinas”. El fanatismo de las dictaduras “divinas” tiene en sí mismo su perdición y la miseria de los pueblos que la padecen.

Estas dictaduras continuaron ahora bajo la protección de la Iglesia Católica, siendo ahora el Sacro Imperio Germánico o el Imperio Español los que devenían de la potestad divina indirecta.

No fue hasta que llegó la Revolución Francesa que la democracia volvió a hacerse presente, pero ahora, bajo otras reglas, separación de poderes, para evitar una imposición de poder de una persona y por tanto, el regresar a la dictadura. Este tipo de gobierno es el que ha llevado prosperidad y progreso a todos los países que en conjunto con las ideas de Adam Smith del capitalismo y libre mercado, las han adoptado.

Y en esa división de poderes, el representante del país, del gobierno, es el presidente o primer ministro, y tiene una delicada misión, el poder equilibrar el actuar de la iniciativa privada y la iniciativa pública para tener mayor progreso, poder adquisitivo y abatir la pobreza. México vive una democracia imperfecta. Empezó la vida independiente como Imperio, y estuvo entre Repúblicas y dictaduras gran parte del siglo XIX, entre Antonio López de Santa Anna que fue once veces presidente, así como Benito Juárez que fue presidente de México desde 1858 hasta 1872, que murió (en efecto, él nunca renunció a la presidencia por lo que estuvo 14 años en el poder), hasta Porfirio Díaz.

La revolución en teoría debió acabar con eso, sólo para ver cómo Lázaro Cárdenas transformó un partido político en la nueva dictadura, que por 70 años estuvo sojuzgando al país.

Las alternancias han sido benéficas para el país, a pesar de los yerros de los presidentes, y el gran pendiente es acabar con la corrupción. Pero una cosa es acabar con eso de fondo, y otra las formas.


Andrés Manuel, no es posible que se cancele un proyecto por votación de unos cuantos, que son acarreados, que no representan al pueblo. México está en una dictadura disfrazada de democracia, en donde los caprichos del presidente cancelan inversiones millonarias y necesarias por capricho, y donde se quieren hacer otras inversiones monumentales que terminarán siendo inservibles porque donde se quieren hacer no es el lugar adecuado.

Así no, Andrés Manuel, tú, que durante 18 años quisiste ser el garante de la democracia y ahora si alguien opina en contrario a ti, mandas a tu ejército de las redes para aplastar al que no opina igual que tú.

Hace falta un estadista, y ése, no eres tú, Andrés Manuel, y ¿sabes qué es lo más triste? Que no veo uno que vaya a surgir en el corto plazo.

 

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