I work hard every day of my life
I work ’till I ache in my bones
At the end I take home
my hard earned pay all on my own…
Somebody to love.
Queen
El día de ayer se conmemoró por un año más el Día del Trabajo. A colación de esta efeméride, van algunos apuntes sobre uno de los trabajos no remunerados, con sesgo interseccional de género y clase social, que ha constituido una barrera para la vida plena de las personas: el trabajo doméstico, que -al recaer mayoritariamente en mujeres de condiciones económicas no favorecidas- implica tiempo y esfuerzo que no le dedican a la escolaridad, al empleo formal (con su respectivo ingreso económico), a la profesionalización, al ocio o la recreación, al cultivo y al ejercicio del arte, o a la participación política y en organizaciones sociales; y que -sumado a la crianza o al cuidado de personas en condición de dependencia- ata a las mujeres (principalmente, y principalmente también a las de menos recursos) al confín del hogar, limitándoles el desarrollo personal y la búsqueda de la plenitud, bajo el falaz ideal de que la cúspide de la realización femenina se encuentra en casarse, formar un hogar, y ser madres.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) contempla que este trabajo se refiere al que se realiza sin pago alguno, que se desarrolla mayoritariamente en la esfera privada por mujeres en labores tanto domésticas como de cuidado de personas dependientes (población infantil, de tercera edad, o en condición de enfermedad o discapacidad), y que se mide cuantificando el tiempo que una persona dedica a las labores domésticas y al trabajo de cuidado sin recibir pago o remuneración alguna.
Así, la ONU reconoce que hay una desigual distribución del trabajo remunerado y no remunerado. Igualmente enfatiza que existe una relación entre el trabajo no remunerado y la incidencia de la pobreza y la vulnerabilidad de las mujeres. Aunque parezca una obviedad, los gobiernos no se han enfocado a establecer acciones concretas y específicas para atender este problema dual, ya que es tanto económico, como de género. Entre las metas de su agenda Transformando nuestro mundo: la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, se encuentra el “reconocer y valorar los cuidados no remunerados y el trabajo doméstico no remunerado mediante la prestación de servicios públicos, la provisión de infraestructuras y la formulación de políticas de protección social, así como mediante la promoción de la responsabilidad compartida en el hogar y la familia, según proceda en cada país”.
Sin embargo, la cultura de los países que mayoritariamente padecen este problema es una cultura patriarcal, machista, que efectivamente tiende a confinar a las mujeres al hogar, y a no reconocer la labor doméstica como un trabajo que se realiza sin impacto en la economía. Por ello, hace falta un cambio cultural, pero también una escrupulosa medición de impacto económico para poder formular políticas públicas que subsanen este vacío en el que las mujeres tienden a quedar atrapadas.
De este modo, de acuerdo a la ONU, en México las mujeres contribuyen con cerca de 60% del total de horas dedicadas al trabajo remunerado y no remunerado, en tanto que los hombres contribuyen con poco más del 40%. Las principales diferencias se observan en el trabajo no remunerado de los hogares, ya que las mujeres de 12 años y más triplican el valor registrado por los hombres en las tareas del hogar que no se pagan ni se registran en el mercado laboral. Por el contrario, si se considera el trabajo para el mercado, los hombres registran un valor que duplica el de las mujeres en labores que sí se remuneran. Dicho de otra forma, las mujeres trabajan 20% más que los hombres (incluyendo el empleo y el trabajo doméstico), pero los hombres superan por dos a uno a las mujeres en el tema de ingresos económicos en el mercado laboral.
De acuerdo a cifras del Inegi, en nuestro país las mujeres destinan 8 horas por cada 2 que destinan los hombres al trabajo doméstico no remunerado. Si se recibiera un pago este trabajo, en promedio cada mujer recibiría 4,651 pesos al mes y los hombres 1,725 pesos mensuales, cotizándolo al salario mínimo de 2018. Si lo ingresáramos al Producto Interno Bruto, el trabajo doméstico no remunerado ha ido en aumento, según datos de la Cuenta Satélite del Trabajo Doméstico No Remunerado del INEGI: en 2008 representó 19.3% del PIB nacional, para 2012 ascendió a 21.0% y en 2017 alcanzó 23.3%.
Una nota de El Economista expone qué actividades productivas en el país son comparables (por su participación en el PIB) con el trabajo doméstico no remunerado, que a 2017 alcanzó el 23.3%. Entre éstas, enlista: el comercio, con 18.7% del PIB; y las industrias manufactureras, que participan con el 17.2% del Producto Interno Bruto. En la misma nota, El Economista recurre al Inegi para afirmar que las mujeres trabajan 18% más que los hombres a la semana. Por cada 10 horas de trabajo, las mujeres dedican 6.4 horas a actividades sin pago y 3.28 horas, al trabajo remunerado. Por cada 10 horas de trabajo, los hombres destinan 2.4 horas a trabajos en el hogar, sin pago, y 7.2 horas al trabajo pagado.
Estas cifras explican una grave desigualdad de género, ante la cual los distintos gobiernos no han hecho nada efectivo, con lo que se agravan distintas problemáticas sociales basadas en el sistema patriarcal y capitalista, que tiene en las mujeres a una de sus poblaciones más castigadas. Así, si ayer, primero de mayo, conmemoró el Día del Trabajo, no olvide que atender la casa, cuidar a la familia, y prestar el tiempo y el esfuerzo para que un hogar prospere, son labores que ni se remuneran, ni se reconocen, ni se realizan de manera equitativa. La escritora y pensadora feminista Flora Tristán afirmó: “Hay alguien todavía más oprimido que el obrero, y es la mujer del obrero”. Nada qué agregar.
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