Cuando cursaba la secundaria había dos maneras de convertirse en ídolo de las multitudes: ser el mejor basquetbolista de la escuela -y, por consiguiente, merecer el apodo de “el Jordan”- o participar en “Encuentro en el 6”, que era una competencia de conocimientos entre secundarias. El Jordan era fácilmente reconocible: participaba en todos los partidos que podía -a veces en dos de los tres que simultáneamente se realizaban en una misma cancha-, era el primero en haber tenido sus tenis Jordan, obviamente, y, todos lo sabíamos, pronto dejaría la escuela para jugar con las Panteras. Los participantes del programa televisivo eran casi siempre los más listos y las más listas evidentes y algunos sorprendentes genios de los que nadie sabía que lo fueran hasta que eran elegidos por la maestra encargada de formar al equipo -y no hay mejor retrato de ello que el equipo de Decatlón Académico al que pertenece Peter Parker en Spider-Man: Homecoming-.
Si bien llegar a las finales era importante, lo esencial era ganarle a la 1. Nos habían dicho que sólo existían dos escuelas, dos máximas secundarias, dos brillantes perlas de la educación, la nuestra y la 1. El equipo debía ganarle a ellos y, nosotros, el público, apoyábamos cual si se tratara de un Real Madrid-Barcelona. También el básquetbol importaba, pero la pasión y el orgullo residían en derrotarlos, a ellos y a todos, respondiendo batería tras batería de preguntas. Saber más, contestar más rápido, dominar Español y Matemáticas, Ciencias Naturales y Ciencias Sociales, conocer la Historia, eran las habilidades necesarias para ser la mejor secundaria del estado.
Poco a poco han ido desapareciendo de la televisión mexicana los programas de competencias de conocimientos. Además del local, y finado, “Encuentro en el 6”, recuerdo “Concursor”, de Imevisión, que era un modernísimo programa en el que los niños competían utilizando computadoras Commodore 64, videojuegos y software didáctico. Antes, por supuesto, había llegado al país “El gran premio de los 64 mil pesos”, en el que cada participante contestaba preguntas sobre un sólo tema -propuesto por él mismo- y cuyo valor iba en ascenso hasta alcanzar los 64 mil pesos. El programa fue tan popular que incluso motivó en el habla popular la frase “la pregunta de los 64 mil” que siguió utilizándose años después de que el concurso dejara de transmitirse.
Se podría suponer que el mundo ha ido perdiendo el gusto por el saber; sin embargo, me temo que sea una particularidad nacional más que internacional. Programas como “Jeopardy!”, que tiene más de 50 años de existencia, han sido instrumentados en México con nulo éxito. El famoso “Who wants to be a millionaire?” británico ni siquiera ha merecido la importación. Tampoco hemos volteado hacia el “Saber y ganar” español, que es realmente agradable y entretenido. Y hasta el insulso “Family Feud” que trata menos de conocimiento y más de qué tanto se es, como la mayoría tuvo que ser diluido para poder ser programado aquí -la versión mexicana original es el insuficiente “Cien mexicanos dijeron”, que no dio el ancho y sufrió el “tratamiento Televisa” para terminar como el espantajo “Cien mexicanos dijieron”-.
Quizá lo que ocurre es que no nos gusta saber. O no nos gustan los que saben. No obstante, creo que la explicación es más bien la incompetencia de nuestras televisoras. Si algo nos ha enseñado la televisión por cable y la multiplicación de los canales es que absolutamente todo es vendible como programa. Hace unos días vi durante unos minutos “Desafío sobre fuego”. Es un show de competencia en la que los participantes son retados a hacer cuchillos -y hasta espadas-, que serán puestos a prueba. Lo diré de nuevo, es un show en el que hacen cuchillos. Mejor -peor-, ya van en la sexta temporada. Si los forjadores artesanales fueron capaces de crear un programa de televisión, que además es visto, y que logra generar la sensación de que eso es remotamente atractivo o importante; no me tragaré el cuento de que el público -sea de la nación que sea- no está listo para emocionarse, aplaudir y admirar a quienes simple y sencillamente saben.
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