Otro 10 de mayo, en México, la fiesta nacional para las madrecitas. Llevo días viendo en la tele los descuentos en microondas y planchas para las “dueñas del hogar”. Mi madre aún no decide si quiere festejar en un restorán o con carne asada en su casa. Lo cierto es que, lo que decida, donde esté, ahí debemos estar todos. Estaremos.
De la maternidad han hablado mujeres y hombres por igual, se ha delimitado la figura materna, sobre todo la de la mexicana, en ensayos, libros, revistas. La Cosmopolitan trae un especial anual para estas fechas con el test: “¿Qué tipo de madre eres?”. No conozco a ninguna madre que se pueda negar a contestarlo, esté en el consultorio dental o en la sala de la casa.
Así que ya saben por dónde voy. El sacrificio, la renuncia, la buena madre, la mala madre. El amor.
Repetiré: Las mujeres en su mayoría siguen en el mood de autorrenuncia y disponibilidad para con los hijos. Un ideario del todo necesario si se quiere ser considerada buena madre, tanto por los mismos hijos como para los otros.
Algo así de necesario como la idea de la chancla, la chancla materna, la que educa, corrige, la que ordena a punta de “madrazos”, nunca mejor dicho, por el bien de los hijos. Una chancla de casa, el cúlmen de la fodonguería o comodidad doméstica, porque la madre no se pinta los labios, para qué hacerlo si el sudor al tallar el baño invariablemente corre el labial, así que hay que priorizar la comodidad para las actividades de diario, antes que la coquetería, las labores propias de las mujeres, las que siempre adjudicamos a la figura materna, antes que la coquetería. Estereotipos, todos, muchos, varios. ¿Que usted es una mujer empoderada y su marido e hijos lavan el baño? Felicidades. Allá fuera no siempre es así. Casi nunca.
Otra característica maternal es el temor. A la madre hay que temerle también. A veces más que al padre. Si lo hay. Una madre patriarcal busca lo mejor para sus hijos, la mejor esposa para su hijito, la conservación de la virtuosidad de su hija. Que no ensucien su ropa los críos en el piso, que no coman porquerías. La madre sabe cómo cuidar a la familia. A esos varones frágiles y dependientes que son atendidos por ellas mismas y por sus hermanas. Pero no despreciemos. A la madre también se le ama. Se le ama por buena, porque está, porque nunca dejan solo al rebaño. Porque uno abre el refri y el amor se ve en esos vasitos de gelatina listos para comer, por los refrigerios que sus manos santas nos ofrecen como caricias. O se les odia, a las madres también se les odia cruelmente. Si no están, como muchas veces no está el padre, a ellas sí se les odia si no siguen la norma. Si las crías cometen ilícitos, ella es la responsable de su educación, cómo fue criado de niño, es su responsabilidad. Ella es la que permite, o no, las atrocidades cometidas por sus vástagos. Hasta el presidente lo cree: las madres de los huachicoleros deberían entrar a poner en orden a sus pequeños rufianes.
Porque la mala madre es la que, a decir de los demás, no quiere “tanto” y abnegadamente a sus hijos. La sufrida. Ya, ya sé que lo hemos oído siempre, mucho. Pero es que, todo es tan contradictorio porque al parecer, la madre, como sea, en su casa tiene el único espacio donde increíblemente se le permite el poder. Y digo al parecer, porque en esta mentira, será que el poder radique en que se haga su voluntad hasta que llega el padre, si lo hay, de nuevo, y todas las decisiones las toma él. “Le voy a decir a tu papá ahorita que llegue”, si es que llega, ups, hasta el “Ve y dile a tu madre” porque yo no sé tomar decisiones y que nadie me culpe si algo haces mal.
Y nosotras, ansiosas de reconocimiento, desearemos que se nos considere, formar parte, que se nos tome en cuenta, para después, abnegadas, seguir cumpliendo con el mandato maternal.
Madres, maestras, enfermeras, trabajadoras domésticas, contentas por partirse en mil, por decir que podemos, que somos luchonas, romantizando el sacrificio, la soledad, el desasosiego, la frustración. Luego nos comportamos como madres incluso fuera del hogar, con lo otros, “lo traen en la sangre” he escuchado mientras cuidamos a los del trabajo, a los amigos, a los que son más jóvenes. “Eres tan maternal”, y no supe si era un halago o una ofensa.
Al final si no cumplimos las expectativas de los otros viviremos llenas de culpas. Porque a nosotras nos enseñan a sufrir por amor, a vivir entregadas al amor, al que sea, el de pareja y el de los hijos. Ya no importa si somos madres lesbianas, personas gestantes, héteros o solteras, ahora que ya podemos convertirnos en madres sin la necesidad de compartir la vida y la cama con un hombre, no hemos erradicado la entrega total al amor, a la disposición.
Nada de esto significa que las mujeres no quieran seguir siendo madres. Que nadie las detenga.
Mientras, existe una gran deuda del Estado mexicano con la reivindicación de la figura materna, con las garantías para la gestación (nauseabunda, mágica, incómoda, hermosa), la lactancia (dolorosa, unificadora, mitificada, necesaria), los servicios de guarderías, las escuelas, las obligaciones paternales masculinas, las pensiones alimenticias; y para todas aquellas que no deseen serlo, la deuda está en no forzar la maternidad. Una deuda enorme del Estado. La maternidad será deseada o no será.
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“Por mi madre, bohemios”, fue el nombre de la columna de Carlos Monsiváis durante casi 42 años. El escritor retomó el nombre, lleno de ironía, así como era Monsiváis, de una línea del poema “El brindis del bohemio”, de Guillermo Aguirre y Fierro, nunca leído mejor por Manuel Bernal, aunque Paco Stanley tiene una versión ma-gis-tral.
En torno de una mesa de cantina, / una noche de invierno, / regocijadamente departían / seis alegres bohemios//. Así empieza la melcocha, hasta que cada uno de estos seis, entre “olorosos cigarrillos”, “libaciones, chascarrillos y versos”, empezó a brindar, los atascados, con whisky y ajenjo, por la esperanza, la amargura, la patria, las mujeres castas, seductoras o cortesanas.
Más kitsch que patriarcal, me cae.
Hasta que el último bohemio, Arturo, torció el festejo para brindar por una sola mujer, por una:
Por la mujer que me enseñó de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos,
uno por uno, el corazón entero.
¡Por mi Madre! Bohemios.
¡Por eso brindo yo!
dejad que llore, y en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.
Ay, Madrecita mía, este 10 de mayo estaré a tu lado, adorada, con micro o plancha, lo que te haga más falta. Te lo prometo, por mis ovarios.
@negramagallanes