Hace unos veinte años un Club Rotario decidió apoyar al pequeño poblado de Santa Inés de la Cruz ubicado en la Sierra Fría. El lugar estaba habitado por 150 personas, tenía una escuela y una iglesia. Los habitantes trabajaban casi en su totalidad en la ciudad de Aguascalientes a la que venían diariamente. Era pues, un pueblo dormitorio. Con apoyo de algunas instituciones, el Club les construyó una cancha, les puso porterías para el futbol y se les enseñó a crear huertos biointensivos. La iglesia tenía servicios religiosos una vez por semana, sólo en domingo, y no tenía bancas. Los fieles asistían a misa llevando cada quien su silla. El Club se ofreció a donar las bancas. Uno de los socios era fabricante de muebles y se ofreció a elaborar unas bancas de buena madera a un precio muy razonable, que los miembros del Club pagarían con sus donativos. Sólo que el señor cura tenía otra idea, pidió que los treinta mil pesos que se iban a gastar en el mobiliario se le dieran para juegos pirotécnicos que acostumbraban hacer durante la fiesta de la Santa Patrona. Por más intentos que se hicieron de convencer al sacerdote de la utilidad de las bancas y de la futilidad de la quema de pólvora, el hombre no dio su brazo a torcer. El Club decidió no aportar el apoyo económico y retirarse de la villa. Por supuesto que el prelado obtuvo el dinero de algún otro sitio y en treinta minutos se hicieron humo treinta mil pesos. Desde entonces los casos se siguen repitiendo. Millones de pesos se gastan anualmente en las fiestas populares en humo, ruido, malos olores y basura que a fin de cuentas son los fuegos artificiales, que sí son de fuego pero no tienen nada de artificiales, salvo el beneficio. Se ha preguntado Usted ¿por qué seguimos tirando cohetes?, ¿cuál es el beneficio de hacer estallar artificios de pólvora coloreada con metales, que van directamente a la atmósfera y al medio ambiente contaminando, sobre todo ahora cuando por todos los medios nos quejamos de la contingencia ambiental y se viven campañas intensas como “un día sin auto”, “hoy no circula”, “verificación vehicular”, “uso de la bicicleta” y muchas otras? Hacemos gran escándalo cuando algunas personas queman llantas y hacen fogatas en Navidad, Año Nuevo y otras festividades, pero a nadie se le ha ocurrido protestar por los juegos pirotécnicos. ¿Para qué se usa la pólvora actualmente? Prácticamente para nada. Los modernos armamentos utilizan nitrocelulosa y otros componentes plásticos más efectivos. De manera que sólo queda su uso “recreativo”. Los chinos que la inventaron cada días están haciendo menos uso de ella, porque durante las celebraciones prefieren realizar grandes espectáculos audiovisuales con láser, drones iluminados y música. Que son mucho más versátiles que la pirotecnia y sobre todo no contaminante. Si queremos ser congruentes con la protección del ambiente, un buen principio puede ser comenzar por prohibir el uso de los cohetes, castillos y demás parafernalia en las ceremonias oficiales. Ya se prohíbe la venta de cohetes de poco poder en tiendas y mercados durante las festividades. Creo que es buen tiempo para comenzar a prohibir todo tipo de estas quemas absurdas. Cada año tres o cuatro ocasiones, se registran explosiones en Tultepec, Chimalhuacán, Texcoco y Chicoloapan, pueblos dedicados a este oficio, con pérdida de vidas humanas y gran destrucción de viviendas y edificios públicos. Cada año las autoridades municipales y estatales prometen que se tendrán mejores medidas de seguridad, pero eso jamás ocurre. Y los cohetes siguen explotando y la gente muriendo. El pasado fin de semana una club privado de nuestra ciudad realizó un gran festejo para quinceañeras con profusión de pirotecnia que contaminó con humos y pestilencia no solo a los asistentes, sino al norte de la ciudad. Durante unos cuantos minutos. ¿Para qué? Para que se viera bonito. Estas actividades absurdas no deben continuar.