Desde hace ya algunas semanas tenía planeado compartir contigo algo a cerca de uno de mis compositores favoritos, el tres veces apátrida Gustav Mahler, soy un apasionado de su música y su atormentada vida es como un alto en el camino, como un argumento de reflexión, o sea, Mahler para quien esto escribe no es solo un gran compositor de quien aprecias mucho su obra musical, te engolosinas escuchándolo y ya, pues no, no nada más es eso, Gustav Mahler es uno de los ingredientes indispensables en mi vida, cada vez que lo escucho es como tener un profundo momento de intimidad interior y su música es como un vehículo que mueve a la reflexión sobre muchas cosas, sobre el sentido de la vida o incluso el sin sentido de ella, pero sobre todo, de cómo convirtió Mahler todo ese dolor, todo ese sufrimiento que lo acompañó toda su vida, en música, no como una especie de acto de magia, sino como una declaración de principios en donde al mismo tiempo se busca mitigar el dolo, todo a través de poder transformador de su majestad la música, incluso del poder redentor del arte de Orfeo.
Pues estaba entretenido en estas reflexiones cuando me enteré de la muerte del sacerdote católico Gustavo Elizalde el pasado jueves, lo vi en una publicación que hizo el maestro Rafael Machado, que durante muchos años fue el concertino de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, que por cierto, hoy en la noche, a las 20:00 horas inicia su segunda temporada de conciertos en el Teatro Aguascalientes, y actualmente, además de tocar en la Orquesta Sinfónica de Yucatán, es el director musical del Festival de Música de Cámara de Aguascalientes que este año cumplirá ya 15 años de maravillosa historia. Pues bien, el maestro Machado publicó en su Facebook esa triste notica y, bueno, no podía quedarme sin decir algo del padre Elizalde
Era muy buen amigo mío, lógicamente, el punto de convergencia, entre otras cosas, era la música. Permíteme platicarte de cuando lo conocí, siempre que cuento esta anécdota muchos no me creen, porque lo conocí en un camión urbano, muchas personas conocidas de él me dicen que rara vez subía a un camión urbano, bueno, pues seguramente esa fue una de esas extrañas ocasiones. Yo venía sentado en el camión, que por cierto, no venía lleno, había varios lugares vacíos, y en mis piernas traía algunos discos, te estoy hablando de 1983, quizás 1984, no estoy seguro, pero fue por aquellos tiempos, o sea, de esto hace ya más de 30 años, el primero de esos discos, por supuesto en vinil, era uno en donde se veía un órgano tubular y decía Johann Sebastian Bach, me llamó la atención que el padre, de quien yo no tenía la menor idea de quién era, se sentara junto a mí, lógicamente después de haber visto las portada del disco, y ,me preguntó si me gustaba la música, le dije que sí, y me dijo que le extrañaba que una persona tan joven, porque alguna vez fui joven, créemelo, tuviera interés, no solo por la llamada música clásica, sino por el barroco, y específicamente por el órgano, y sí, esa música me gustaba mucho y llamaba poderosamente mi atención, pues ahí nos fuimos platicando de la manera más amena que te puedas imaginar y me dijo que estaba en el seminario diocesano y quedamos de buscarnos. Pues bien, en ese encuentro accidental nació una buena amistad, después me enteré que el padre era toda una personalidad, no solo en su impecable labor ministerial, sino también en el mundo de la música, era un apasionado del órgano y constructor de estos instrumentos, de hecho, en el Seminario Diocesano de Aguascalientes está un instrumento construido por él y en alguna ocasión, ya más recientemente, me invitó a dar una charla con los seminaristas sobre la verdadera música sacra, sobre las formas musicales y no recuerdo qué otros temas.
Hace 10 años yo tuve un problema serio de salud que me mantuvo incapacitado en mi trabajo alrededor de 7 meses y nunca olvidaré el gesto de amistad que tuvo conmigo al llamarme por teléfono muy frecuentemente, no sé, dos o tres veces por semana y esas charlas con él por teléfono eran un gran aliciente en mi proceso de recuperación, eso, de verdad, nunca lo olvidaré, el apoyo espiritual que él me dio en un momento tan difícil en mi vida, y esas charlas aderezadas con música, sin duda fue una de las razones que me ayudaron mucho a lograr la total recuperación.
Pasa lo de siempre, ¿por qué somos así?, más de una vez tuve el propósito de ir a visitarlo y no lo hice, y cuando la persona que querías ir a saludar ya no está, invariablemente te preguntas: “¿por qué no fui?”.
Vi al maestro Machado en esa fotografía charlando con el padre Gustavo Elizalde, qué ganas de haber estado ahí, ya me imagino el nivel de conversación que habrá surgido de esos dos melómanos, de esos dos músicos comprometidos, con su irrenunciable pasión por su majestad la música. Sí, todo eso está muy bien, pero no fui, no volví a ver al padre Elizalde y no estoy seguro si de alguna manera escribo lo que ahora gentilmente estás leyendo para aplacar mi remordimiento de conciencia, no sé, tal vez.