Nicola Abbagnano, filósofo italiano del siglo XX, nos dejó para la posteridad una obra que sistematiza conceptos a través de entradas individuales de fácil manejo. Su Dizionario di filosofia que en México editó el Fondo de Cultura Económica. En él, la entrada de “Alma” comienza de la siguiente manera: “En general, el principio de la vida, de la sensibilidad y de las actividades espirituales (entendidas y clasificadas en la forma que fuere), en cuanto constituye una cantidad por sí o sustancia”.
A través de los siguientes párrafos, Abbagnano va explicando el recorrido histórico que el concepto del alma ha transitado desde la antigüedad, y cómo se va modificando sin perder, precisamente, su esencia. Lo inmaterial, lo que no se ve pero es imprescindible para dar vida al ser, la antítesis de lo corporal y a la vez su complemento. El alma es simple, indestructible y única.
Desde siempre se ha utilizado el alma para definir el principio constitutivo de las cosas, su principio vital, su esencia. Lo que hace que algo sea, y por lo tanto no sea otra cosa. En la filosofía judeo cristiana, que buena parte del mundo occidental tiene como base, el alma le permite al humano poseer sentimientos, emociones, pensamientos y por lo tanto, conciencia de saber y hacer.
Básicamente todos los autores filosóficos, en las diversas etapas de la historia de la humanidad, han tratado de definir el alma, y le van dando forma a su propia concepción a través de sesudos análisis y representaciones gráficas que van desde caballos desbocados, navíos, fuego o animales como palomas u ovejas, que nos demuestran además de que no existe un acuerdo único en cuanto al concepto, que cada quien tiene su percepción de algo imperceptible. Incluso existe la creencia de que el alma tiene peso específico, los famosos 21 gramos que pierde de peso un ser humano vivo al momento de fallecer.
En realidad nadie, nunca, ha visto un alma, sin embargo el humano en su historia ha necesitado de construir ese concepto para entender su individualidad. Por eso también le hemos atribuido a otras cosas su alma, quizá en un afán de entender su esencia misma. Así, el alma de la mesa es su naturaleza propia de ser mesa y no ser otra cosa, como la del árbol lo es ser ese árbol y no alguno otro. Todo este rollo, que no es más que la necesidad misma de entender lo que quiero explicar, es demostrar que la elección también tiene un alma.
Pero esa alma, a diferencia de los conceptos de Abbagnano o las escuelas tomistas o cartesianas, sí se ve. Tiene cuerpo y mente, cara, ojos y manos que han creado en donde antes no existía algo. No es una alma, en realidad son muchas. 406 para ser exactos. Andan por todas las calles de la ciudad y los caminos de las comunidades. A veces a pie y a veces andando. Han trazado mil y un veces la ruta que se les destinó, recorriéndola para enfrentarse, nunca mejor dicho, a la realidad que existe detrás de cada puerta que tocan.
Son hombres y mujeres, de diferentes edades, escolaridades y condiciones, pero con un mismo objetivo: poner su alma, su corazón, su vida misma en la elección. Son nuestros Capacitadores–Asistentes Electorales y sus Supervisores, heroínas y héroes anónimos que lo mismo convencen que capacitan, arman cajas, paquetes, cuentan boletas y hacen simulacros.
Su labor se divide en dos partes, de ahí su nombre: en la primera capacitan a los ciudadanos, luego de convencerlos para que participen como funcionarios de casilla. En la segunda, ya nombrados, aptos y dispuestos, los asisten, en todo lo que conlleva: los preparan y los alistan, los forman y los dotan de documentación y materiales para su función durante el día en que son efímera autoridad, y lo más importante, realizan un acompañamiento permanente durante el domingo de elecciones desde que comienza la instalación de cada casilla, hasta que el último de los paquetes, constancia del trabajo realizado durante el día, queda debidamente resguardado.
Hoy quiero, desde aquí, reconocer a esas mujeres y hombres que, fieles al compromiso asumido, se han enfrentado a ciudadanos malencarados, condiciones climáticas, portazos en la cara, comentarios hirientes y uno que otro perro callejero. Decirles que la recompensa a su esfuerzo quizá no la vean ahora, sino al terminar la jornada, y que es muy probable que no la vean tangible. Pero si de algo estoy seguro es que todos atesorarán la experiencia de pertenecer ya a la familia electoral, luego de compartir tantas travesías con los compañeros, y que la satisfacción del deber cumplido vendrá días después de la jornada para la cual trabajamos y de la que, con orgullo lo afirmo, son los Supervisores y Capacitadores Asistentes Electorales quienes la hacen. Son, ni más ni menos, que el alma de la elección.
/LanderosIEE | @LanderosIEE