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Ella camina en algún lugar de esta ciudad después de haber regalado 25 años de su vida a la educación de los más pequeños en Aguascalientes, su mente y su cuerpo se cansaron poco a poco a pesar de que su edad no es avanzada y hoy sólo los buenos recuerdos en un aula, permanecen intactos.
Ella es Adriana. Su mirada es más bien ausente, aunque hablar de sus tiempos de maestra de preescolar le da un brillo especial, sobre todo cuando se refiere a “los de segundo, los más chiquitos”.
El tono maternal que utiliza al contar su historia es el reflejo principal de la paciencia y dedicación que algún tiempo empleó para el cuidado de “sus niños” -como aún los nombra-, sin embargo, una enfermedad mental y un severo cuadro de depresión la llevó a que hoy en día vague sin rumbo fijo por las calles de esta ciudad.
Auxiliada por una de sus vecinas, Adriana logró salir de un círculo de vejación y abuso económico del cual fue víctima durante el tiempo que vivió con un sujeto que la explotaba para sostener su vida de vicios y excesos, después de eso la maestra recibe aisladamente atención sicológica y siquiátrica, sin indicios de recuperación.
“Nadie sabe dónde está su pensión, quién la cobra o si alguna vez ha sido cobrada”, nos explica su protectora que en aquel día en el que conocimos a la maestra Adriana la acompañaba de oficina en oficina para conocer el destino y final que tuvo su retribución económica por años de servicio, y lo cual le ayudaría a cualquier maestro a seguir adelante -sin lujos-, pero con la tranquilidad de no pedir a nadie ayuda para sobrevivir.
Adriana es una historia de abandono de nuestros maestros al paso de los años, una de tantas historias de la calle que duelen por injustas, por crueles y porque nunca debieron de existir. Eso cuenta el deambular de Adriana, a veces bien, a veces mal, pero la mayor parte del tiempo con la carga pesada del olvido social.
Adriana, en su última estación y durante el último encuentro que sostuvimos con ella vivía en la colonia Periodistas; bajo las más grandes necesidades que una mujer sola puede tener su comportamiento era más bien el de una niña.
Después de 25 años de servicio docente, perdió la conciencia y todo lo que una maestra pudo llegar a perder cuando el tiempo pasó, cuando los niños se fueron, cuando un aula ya no fue más un espacio para enseñar y aprender sino un lugar que nunca más se volvería a visitar más que en los recuerdos, pues esos sí, intactos están.
No nos resta más que desear un feliz Día del Maestro a los que estuvieron, a los que están y a los que estarán siempre en nuestros corazones.