El pasado viernes 5 de abril, Donald Trump visitó un pequeño pueblo en la frontera entre Baja California y California. Salimos temprano en la mañana para llegar antes que él. Según su agenda pública, el presidente llegaría a una base naval cercana antes de dirigirse a esta población donde inauguraría una placa con su nombre en el muro fronterizo en un evento con oficiales de la Border Patrol. La idea era ver lo que sucedía alrededor de su visita y, tal vez, poder ver a este sujeto al que tanto le he seguido la pista.
Calexico es un pequeño asentamiento en la frontera californiana con Mexicali, capital de Baja California. Su diminuto tamaño con relación a la ciudad mexicana desentona con la generalidad de la relación bilateral entre ambos México y Estados Unidos. Calexico es básicamente un pequeño centro con un campus de la Universidad Estatal de San Diego una serie de tiendas del tipo Outlet y franquicias del tipo Panda Express, Walmart y Walgreens, todas las cuales dependen de los consumidores de Mexicali que cruzan la frontera para visitarlas. El pueblo está rodeado de campos agrícolas que están llenos de trabajadores mexicanos y méxico-americanos que los trabajan. Es un lugar donde viven alrededor de 40,000 personas, de las cuales cerca de 37,000 son hispanos (según el Buró del Censo estadounidense).
Una marcha que salió del centro llegó a los Outlets en el número 888 de la calle 2da. oeste de Calexico. La manifestación atravesó la plaza, pegada a la frontera, y acabó en un evento vigilado por agentes de Aduana y Protección Fronteriza con pistolas de pintura, respaldados por otros con pistolas reales. Atrás de ellos había un par de camionetas de la Border Patrol, tal vez con una intención de intimidación. La gente se puso en un círculo y comenzaron a hablar varias personas. Hablaron políticos, activistas y jóvenes. Dos chicas de la preparatoria local, Calexico High School, dieron discursos sobre cómo los problemas verdaderos de la comunidad eran la contaminación del agua y el pobre funcionamiento del proyecto de recanalización del Río Colorado. Cambiaban entre español, inglés y spanglish, dependiendo del orador. En la manifestación había en su mayoría latinos, pero podían verse varios anglos y un par de afroamericanos. Algunos tenían carteles. “El amor no tiene fronteras”, “Estamos Unidos…. More Like: Estamos Jodi2”, “FDT”, “Fake News President”. Había uno que decía, en inglés “Los veteranos odian los espolones”, en referencia a la excusa médica que Trump utilizó para no ir a la guerra de Vietnam. Luego de los discursos, pusieron caballo dorado y comenzaron a bailar.
Del otro lado del centro comercial, a un kilómetro y medio de estacionamiento, se comenzaban a reunir un grupo de partidarios del presidente bajo el vuelo del famoso inflable de Baby Trump (con quien tuve la oportunidad de tomarme una selfie). Nuestra aproximación era de observación, más que de confrontación, así que comenzamos a caminar entre ellos y escuchar y preguntar. Varias personas habían viajado de otros lugares del Sur de California y de Arizona, aunque algunos eran locales. Sus letreros en contraste eran “TRUMP 2020” y “Build the Wall”. Tenían banderas de Estados Unidos, que también estaban presentes en su contraparte, que en ese punto seguía bailando. Una bandera albinegra con una de las barras azules me llamó la atención. Al preguntarle al sujeto que la tenía que significaba me explicó amablemente: “Es para mostrar apoyo a los oficiales de policía.” Algunos tenían jerseys de futbol americano con temática trumpista: Una azul con el nombre “AMERICA” y el número uno; otra blanca con el nombre Trump y su número en la sucesión de presidentes de EEUU, el 45. Al pararse una cámara de televisión frente a ellos, comenzaban a hacer alboroto. Me dieron varias razones por las que apoyaban a Trump: “Migración”, “Censura izquierdista”, “Impuestos”.
En cada manifestación había un pequeño grupo del otro lado. Del lado anti Trump, hubo quien contestaba a las preocupaciones del cambio climático con la siguiente puntada: “La carne asada contamina más que todos los carros. Yo amo la carne asada y ustedes tampoco la van a dejar”. Varios no pudimos evitar reírnos ante el ingenio de esta respuesta, además de que lo dijo en español, siendo que ese claramente no era su lengua madre ni la de sus padres, como lo revelaban las rubias cejas que coronaban sus ojos, cubiertas por unos lentes negros, además de su pesado acento.
Del otro lado, los manifestantes anti-Trump entraron en una prolongada dinámica con los Trump Supporters que incluyó gritos, debates, porras y confrontaciones no violentas uno-a-uno. “Si no te gusta este país, puedes irte, ahí está la puerta”, “Necesitan a los migrantes para vivir”, “Que apliquen legalmente, como todos los demás”. La parte más impactante fue en una discusión entre dos mexicoamericanos, un joven de unos 30 y un señor de 55, uno de cada bando. El segundo acusaba al primero de ser un traidor. El otro le respondía que tenía derecho de tener su propia opinión política. Al seguir calentándose la discusión, el señor anti-Trump irrumpió en una serie de insultos racistas: “Judas, cara de nopal, nalgas prietas”. Los roles parecían voltearse. Una señora trumpista se acercó y le dijo, en español nativo: “Nopal usted como nosotros señor, pero somos americanos”.
Al final Trump no pasó por ahí, ni inauguró la placa. Tuvo un evento a puerta cerrada con la Border Patrol y se fue. Regresamos pensando que podíamos ver lo que Trump dijo en la televisión, mientras que lo que escuchamos ese día no sale en las noticias. En el terreno, las cosas no son tan simples como en la televisión.
Dedicado a Karla Ramírez, con quien viajé a Calexico y cuyas reflexiones fueron invaluables para la escritura de este texto.