¿Sueñan los lectores con la palabra oveja? / El ardid de escribir a oscuras - LJA Aguascalientes
21/11/2024

De niño ensayé cientos de veces atrapar el momento justo en que me quedaba dormido. El plan era perfecto: cerrar los ojos, respirar profundamente y esperar. Después de unos minutos de atenta relajación pasaría de la vigilia al sueño, y yo estaría ahí despierto para ser testigo del instante en que ello ocurriera. Dada la imposibilidad implícita en el experimento, me hubiera conformado con darme cuenta del instante inmediatamente previo. Eso nunca sucedió. Incluso entre un evento mental y la toma de conciencia de éste por parte de la misma mente que lo produjo -o en que ocurrió, para restar agentividad- transcurre el tiempo, así que el segundo preciso en que podría haber pensado “mm, hace un segundo estaba despierto” sería precisamente el primer segundo en que definitivamente no podría haberlo pensado. Si, en lugar de la estrategia paciente, utilizaba una más agresiva como contar ovejas que brincaban una cerca, el resultado no mejoraba: al despertar recordaba que había pasado de la oveja sesenta o ciento veintiuno, pero jamás supe cuál fue la última oveja.
Con la lectura ocurre algo similar. Al inicio es claro que recorremos palabras impresas con la vista y que es a partir de ellas que vamos creando aquello que nos sugieren. Sin embargo, después de unos minutos, la primera parte del proceso pasa al fondo y es opacada por la segunda, es como si lo que leemos ocurriera en nosotros y no desde el papel. Incluso hay quienes, duchos en la comprensión de dos o más idiomas, inmediatamente después de haber terminado de leer un cuento tardan un poco en recordar si el texto estaba en, digamos, inglés o español. Imagino que intentar cazar el instante preciso en que uno pierde conciencia de estar leyendo y se encuentra ya simplemente leyendo ha de resultar también infructífero. Arrobo, embelesamiento y ensoñación son palabras que se han utilizado para describir el fenómeno. Abstracción es probablemente la que mejor lo hace.
De este arrebatamiento del lector, pueden desprenderse consecuencias felices y bellas para nuestro mundo -el que está afuera de los libros-.
Albert Einstein contaba, entre sus lecturas favoritas de adolescencia, con Los libros populares de ciencias naturales para uso práctico en todos los hogares, para lectores de todos tipos de Aaron Bernstein. Si bien el título puede evocar aspereza, lo cierto es que se trata de textos sumamente entretenidos, interesantes y sugerentes. En ocasiones, Bernstein invita a la reflexión; pregunta, en el primer capítulo, cómo creemos que se podría pesar la Tierra completa. A veces pide imaginar situaciones peculiares para resaltar maravillas a las que la costumbre nos ha hecho dejar de ver; por ejemplo, propone pensar en una conversación con un adulto muy inteligente que ignore que los adultos fueron antes bebés y nos pide imaginar cómo explicaríamos al hipotético interlocutor que los bebés generan las células de su cuerpo y así crecen; mejor, cómo explicaríamos que, sólo a partir de leche materna, las fábricas internas de los recién nacidos producen hueso, sangre, cabello, nervios, músculos, etc. También dedica secciones a dar noticia de logros grandiosos de la ciencia; cuenta en una de ellos la historia de cómo Urbain Le Verrier descubrió la existencia del planeta Neptuno por medio de nada más que cálculos matemáticos.
En qué momento Einstein dejaba de brincar de palabra en palabra y comenzaba a responder las preguntas de Bernstein, imaginar situaciones ficticias y fantasear -realizar experimentos mentales, para quienes resulte incómoda la fantasía aquí- o jugar con la posibilidad de descubrir algo invisible e inesperado, es algo que nunca sabremos. Lo que sabemos es que la idea de montarse en un rayo de luz a ver qué ocurría al viajar a la misma velocidad, se fue gestando no sólo a partir de las lecciones de la escuela, sino también a partir de la abstracción -nunca mejor dicho- a la que lo persuadían sus lecturas favoritas.
“No intentaremos convertirte en un astrónomo, simplemente queremos explicarte el milagro de este descubrimiento”, era el cierre de la primera parte sobre Le Verrier y Neptuno. Y con eso bastaba, los milagros explicados tienen como ventaja sobre los inexplicados que son el inicio de nuevos y más poderosos milagros explicables.
El papel de la lectura de recreación, sea literatura o divulgación, fantasía científica o ajedrez sociológico, expresión del espíritu o dulce lamentar de dos pastores, no se limita a la transmisión de contenido; la lectura es también provocación. De ideas, de problemas, de conclusiones, de fantasías y experimentos, de amor, de frustración, de felicidad y, sin lugar a dudas, de teorías que cambian al mundo.
Ahora bien, ¿qué pasaría si pudiera montarme en la última oveja justo antes de que brinque la cerca…?

[email protected] | joel.grijalva.m


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