En 1924 se estrenó la película Las Manos de Orlac, cinta de terror del cine silente austriaco. Es también una de los primeros filmes de ciencia-ficción ya que trata del famoso pianista Paul Orlac quien en un accidente de tren sufre la amputación de ambas manos. Un atrevido cirujano les trasplanta las manos de un asesino. Cuando el músico se entera de lo realizado por el médico, se siente imposibilitado para tocar el teclado y teme convertirse en un criminal, aunque el científico trata de convencerlo de que la personalidad asesina está en la mente y no en las manos. El guión resulta muy audaz ya que en 1924 los trasplantes eran prácticamente desconocidos. En 1905 el checoeslovaco Eduard Zirm realizó exitosamente el primer trasplante de córnea, que es una de las cirugías más sencillas y con menor rechazo de esta tipo de especialidad. Fue hasta 1933 cuando en Ucrania se hizo el primer trasplante de riñón que solo funcionó unas cuantas horas. Hasta 1967 se pudo lograr el primer trasplante cardíaco por el Dr. Christian Barnard en Sudáfrica, que fue bien tolerado por el paciente y al que siguieron muchos más que realizó el mismo médico. Con ello se abrió la era de los trasplantes que actualmente son un procedimiento habitual en casi todos los países. Como suele ser, la fantasía fílmica se adelantó a la realidad. Lo penoso del asunto es que los sabios locos existen en realidad y no porque inventen procedimientos terroríficos o monstruosos, sino actos criminales fríamente pensados. Hace medio siglo la compañía farmacéutica Grünenthal sacó a la venta la talidomina, medicamento dirigido a controlar el vómito de las mujeres en el tercer mes de embarazo. La sustancia no había sido debidamente probada y en Estados Unidos no se autorizó por la sospecha de que pudiera ocasionar alteraciones a los bebés. Efectivamente miles de niños en Europa y Asia nacieron con focomielia que es el acortamiento o ausencia de extremidades. En 1934 los estadounidenses Whipple, Minot y Murphy recibieron el Premio Nobel por haber sintetizado la Vitamina B12 como un tratamiento para la anemia perniciosa. Y en 1947 Mary Shorb recibió un pago de un laboratorio farmacéutico para promover la vitamina como curativa de trastornos nutricionales y neurológicos, que nunca fueron comprobados. En 1938 al austriaco Richard Khun se le otorgó el Premio Nobel de Química por haber sintetizado las vitamina A y B y promoverlas como medicamentos maravillosos, cuando en realidad no tienen ningún efecto curativo. Además Khun colaboró con el régimen nazi y denunció a sus colegas judíos. El 1982 el comité de los premios Nobel cometió otro grave desliz, premió a Barry Marshall y Robin Warren porque descubrieron la bacteria Helicobacter Pylori en las úlceras gástricas y se apresuraron a declararla como la causante de tales lesiones y además se aventuraron a decir que con ello se provocaba el cáncer gástrico. Aún cuando estudios serios de varias universidades prestigiadas han demostrado que los científicos se equivocaron, ellos conservaron sus Nobel. Y el cáncer ha dado mucho tema para fraudes y equivocaciones, el médico danés Johannes Fibiger fue galardonado con la presea porque aseguró que el cáncer de colon era provocado por unos gusanos intestinales que había encontrado en ratas salvajes. Nunca se comprobó semejante disparate. El mismo Fibiger murió de cáncer de colon poco después de recibir el Nobel y se supo que lo que buscaba en realidad era hacerse del dinero que se concede para seguirse tratando. Los sabios locos existen, no crean monstruos, simplemente realizan monstruosidades imperdonables.
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