“Then through the darkness
It spoke that one word
That I shall hear forever more
Nevermore
Thus quoth the raven, nevermore…”
The Raven. Alan Parsons Project
La RAE define el vocablo Escrache (del inglés scratch, rasguño) como: “Manifestación popular de denuncia contra una persona pública a la que se acusa de haber cometido delitos graves o actos de corrupción”. Ante un sistema de justicia incapaz, y modelos protocolarios de prevención o de resarcimiento del daño, que no existen, no funcionan, o funcionan mal, el escrache ha sido una medida necesaria para evidenciar distintas conductas de abuso respecto al género.
¿Los hombres cisgénero y heterosexuales no queremos ser escrachados por abuso? Sencillo: no seamos abusivos. Para comenzar, debemos identificar cómo se ejerce ese abuso. Hay tres valores importantes: la equidad de poder en las relaciones, el consentimiento, y la responsabilidad erótico-afectiva. Parece una obviedad, pero evidentemente no lo ha sido para muchos de nosotros. Este texto tiene la franca intención de que como hombres cisgénero heterosexuales reflexionemos y actuemos en consecuencia sobre algo que nos implica a todos, en un contexto en el que nosotros como congéneres hemos dado soporte a una estructura de poder desigual que no debemos sostener más.
Sobre la equidad en las relaciones de poder, la cosa es simple: hay factores personales que nos ponen en un sitio de privilegio sobre las personas con las que nos relacionamos; de entrada, el género en el sistema patriarcal, pero pueden ser también la diferencia de edades o la autoridad moral, la relación de mando laboral o de maestro-alumna, la fuerza física o la jerarquía social, la dependencia económica o el chantaje psicológico, por poner ejemplos. Cuando cualquier situación de privilegio sobre otra persona es utilizada como herramienta de “seducción” o de persuasión para obtener acercamientos sexuales, es una conducta abusiva.
Sobre el consentimiento, no es tan difícil: más allá de que “no es no”, es necesario un “sí” explícito. Ahora ¿este “sí” viene de alguien que no está en plenitud de conciencia? Es “no”. Igualmente ¿este “sí” está condicionado por manipulaciones emocionales, económicas, o jerárquicas? Es “no”. También ¿este “sí” viene de una persona menor de edad? Es “no”. Por supuesto ¿este “sí” tiene (por el motivo que sea) un “no” posterior? También es un “no”. Básicamente ¿es un “sí” en el que puede haber cualquier posibilidad de que nazca de alguna coacción por la inequidad de poder en la relación? Es “no”, y debemos tomarlo como un “no” rotundo. Visto así, la necesidad de claridad en el consentimiento puede echar al piso los lances románticos del flirteo. Y qué bueno. Eso es deseable, porque en nombre de “lo romántico” se han cometido cantidad de atrocidades abusivas; y es preferible una relación sin “romanticismo” a una relación en la que se romantice el abuso.
Sobre la responsabilidad erótico-afectiva, no es tan sencillo como con los valores anteriores. Al habernos formado en una cultura en la que el poder, la posesión, y las relaciones (sobre todo de pareja) pertenecen perniciosamente al mismo campo semántico, y al concebir las relaciones erótico-afectivas como campos en los cuáles se debe ejercer dominio, es necesaria mucha autocrítica y mucha autoobservación para identificar conductas de abuso a nivel sicológico o emocional, y no siempre es algo que se podrá hacer en solitario. Habrá que tomar terapia, acudir a talleres, charlar con hombres, escuchar a mujeres, para -apenas- sabernos nuestras fallas, no digamos ya enmendarlas. De otra manera, corremos el riesgo de caer en conductas de abuso psicológico y emocional que quizá ni siquiera entendemos de bien a bien, pero con las que generamos dolor innecesario.
No hay hombres inmaculados, ni existe aún la persona con pene, cisgénero, heterosexual, y con su machismo completamente “deconstruido”. Dicho de otro modo, todos los hombres somos escrachables. Si los hombres no queremos ser escrachables, podemos comenzar por ser muy escrupulosos con los valores de equidad en el poder dentro de nuestras relaciones, del claro y explícito consentimiento, y de la estricta responsabilidad erótico-afectiva. Sin embargo, si efectivamente hemos causado dolor con actitudes de abuso; lo adulto y lo deseable es responsabilizarse de eso y comprometerse a enmendar esa conducta. Quizá no habrá forma de resarcir un daño pretérito, pero tampoco ayuda el desestimar una denuncia, o intentar desviar su enfoque.
El denunciado no es la víctima. Y si el denunciado está inconforme con ser exhibido, puede colaborar con exigir a sus instituciones y a sus espacios de influencia que existan protocolos (y que funcionen) para evitar el acoso y todas las formas de abuso. Hay escrachados porque hay víctimas de abuso, en un entorno en el que las víctimas no han tenido ni justicia ni visibilización de las violencias a las que los hombres les hemos sometido. ¿Alguna denuncia de escrache podrá ser injusta? Quizá, pero siempre será preferible sufrir una injusticia que cometerla. Y vale la pena, por nosotros y por la sanidad de nuestras relaciones.
alan.santacruz@gmail.com | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9