Tú tienes que nacer y morir en la cocina
Colgada de una portañuela en la cocina
Por la boca, por la risa
Por el llanto, por la vida…
Todavía recuerdo esa mirada de la mamá de mi amiga, sentada en una mecedora, desde ahí nos miraba platicar mientras tejía, sus ojos azules se clavaban en los míos que deseaban ocultarse porque la forma en que me miraba era de desprecio, me miraba como si tuviera sucia mi ropa, nunca me permitía sentarme en los sillones de su sala y con cualquier pretexto nos mantenía en el patio de la casa, ahí colocaba su mecedora desde donde me espiaba.
Y cada que su hija, mi amiga, me abrazaba, de inmediato irrumpía su voz: Araceli, te separas. Esa voz nos congelaba, callaba nuestras risas y dejaba solas las notas de aquellas canciones que en una vieja grabadora escuchábamos casi todas las tardes. La madre y sus hermanas mayores eran las vigilantes de nuestra amistad. Mi amiga era un año más grande que yo, ni siquiera íbamos en el mismo salón de clase, ¿cómo nos habíamos hecho amigas? Ni lo recuerdo, sólo sé que la vida nos había juntado y fueron de los años más lindos que he vivido. La secundaria especialmente me había despertado todas las sensaciones que el cuerpo guarda cuando eres lesbiana, había comenzado a descubrir “eso” de lo que nadie hablaba, a las niñas no siempre les gustan los niños.
La mamá de mi amiga tejía mientras se mecía vigilante, a cualquier acercamiento emitía un sonido que llamara la atención, era como escucharla cantar aquella estrofa de la canción de Albita Rodríguez que dice:
Y no te roces demasiado
Con el señor de la esquina
Ni el cartero, ni tu amiga
No te roces demasiado
Con la risa y alegría…
Aquella amistad duró años, para sorpresa de todo mundo seguimos reuniéndonos y cada vez nuestros espacios eran más privados, pues ya habíamos logrado salir del radar de vigilancia de la mamá, ya andábamos por los pasillos y jardines del CCH Vallejo, nos íbamos y regresábamos en el metro juntas, desayunábamos en la cafetería todas las mañanas, pendiente siempre una de la otra, recuerdo que fue una tarde que por teléfono me contó que el fin de semana su mamá había organizado una comida y que en esa comida iría el novio de su hermana y futuro esposo, y llevaría a un hermano, así que la mamá le había pedido que, sin pretexto alguno, ella, Araceli, debía de estar ahí en esa reunión a la que desde luego ni por error estaba yo invitada.
Transcurrió menos de un año y el cambio de ella del CCH a la universidad nos mantuvo menos cotidianas y un poco más alejadas. Una tarde me llamó para contarme que el siguiente sábado se iba a casar con el hermano del esposo de su hermana, que ya habían arreglado todo. Me contó lo maravillosos que eran todos los arreglos de la boda y un detalle más, el futuro esposo era 20 años más grande que ella. A esa segunda fiesta tampoco fui invitada.
Tú tienes que parir para tus padres
Tú tienes que parir para el maestro
Tú tienes que parir para tu abuela
Tú tienes que parir pa’l mundo entero…
Así se fueron varios años, nunca nos despedimos ni tampoco nos volvimos a ver hasta que a mis 25 años cuando iba caminando al trabajo, una esquina antes de llegar a la calle de Soria, nos encontramos y días después comimos juntas en su lujoso departamento de Tlalpan. Me platicó que estaba terriblemente aburrida, que aquel hombre con el que se había casado bebía diario, que ella ya no había terminado la ingeniería y que cada rato las discusiones con su esposo eran porque ella no podía embarazarse, me contó que en el fondo la verdad es que no quería tener hijos y que su vida sexual le parecía tan monótona y aburrida.
Tú tienes que parir y maquillarte
Tú tienes que parir y ser decente
Tú tienes que parir y aniquilarte….
Yo sólo alcancé a contarle que no tenía novio, sino novia, y que me sentía muy bien, que había sido un proceso fuerte pero inmensamente rico asumir mi lesbianismo. Ella respondió que eso ya lo sabía, que hacía años lo supo. Después de aquella tarde-noche nos despedimos y me fui de su departamento y entonces sí, jamás nos volvimos a ver.
Si tuviera que hacer un recuento de los 48 años de mi vida sin duda esta anécdota sería emblemática, representa tanto a quienes me han rodeado y de quienes me he alejado o se han alejado, las lesbianas nunca somos cómodas para el régimen heterosexual, podemos ser útiles para explotarnos como lo hacen con cualquier otra mujer, pero las lesbianas al no tener la necesidad del reconocimiento patriarcal, ni de su afecto, al quedar lejanas e inalcanzables de su romántico amoroso somos vigiladas, siempre sospechosas de traición al estatus quo que guarda la heterosexualidad obligatoria. No importa que nos lleguen a querer siempre terminan odiándonos porque así es el mandato amor/odio.
Tú tienes que parir
Tú tienes que parir
Tú tienes que parir y ser bien fuerte
Para él que es el fuerte
Él que es Dios y que no llora….
Si además de ser lesbianas somos feministas el odio que se propaga es fuerte, se nos cobra caro no cargar la misma lista de urgencias hetero que traen las otras y los otros, se nos cobra harto por no admirar a ellos que son la inspiración de vida de ellas. No adorar a quienes nos someten. En este andar lesbofeminsita he encontrado mi patio lleno de policías del orden de género, lo he visto plagado de miradas que me desprecian así como si estuviera sucia, sé que por un lado es el racismo y en los otros la lesbofobia y la misoginia se les sale por los ojos y por la boca. Que atrevimiento el mío, salirme del redil.
Porque tú tienes el pretexto de la vida
Tú tienes el pretexto de la vida
Porque tú eres un son
Sin concepto…
Y esta otra parte que me inunda, donde respiro y a bocanadas me trago la alegría de las otras lesbianas feministas, ese es mi patio amplio, el preferido, mi principal entorno y deseo verdaderamente que para tantas lesbianas que caminamos por la calle nuestros encuentros seas siempre alternos al sistema de lesbofobia, deseo que las lesbianas, sean feministas o no, siempre tengamos la certeza de haber decidido nosotras mismas por la vida, desde luego por la nuestra. Como alguna vez escribiera Margarita Pisano, las lesbianas hemos sido despreciadas y ridiculizadas no por odiar a los hombres, sino por amar a las mujeres.
Canción: “Son sin concepto”- Albita Rodríguez.
@Chuytinoco